Götterdämerung. Mariela González
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Название: Götterdämerung

Автор: Mariela González

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788417649494

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СКАЧАТЬ realzaban su expresión astuta. Ambos tenían un plato repleto de embutidos varios, queso y un par de semmel delante de ellos. A Viktor se le hizo la boca agua.

      —Buenos días, herr DeRoot —saludó el genio, el primero que los vio entrar—. Espero que hayáis descansado y os encontréis con energía. Os vendrá bien para lo que voy a contaros —añadió sin preámbulos. Algernon, todo modales, lo amonestó con la mirada por semejante brusquedad, pero no pareció darse cuenta.

      —Sentaos. Gustavo ya ha desayunado hace un rato, es un tipo madrugador. Te traeré algo mientras habláis, Viktor.

      En un gesto sorprendente en alguien de su posición, Algernon se levantó y se dirigió a la cocina. Ahora que caía, el poeta no había visto servidumbre de ningún tipo en la abadía. Juzann les invitó a sentarse a su lado en el banco.

      —Por cierto, no es necesario el «herr». Podéis llamarme Viktor, si os apetece —aprovechó para decirle al hombrecillo—. Incluso Vik, no tengo inconveniente.

      —A veces me resulta complicado todo este protocolo y palabrería que os gastáis los germanos. Así que me parece bien, cuanto más sencillo, mejor —convino el djinn—. Tampoco yo necesito ningún tratamiento por tu parte; mis silfos colman mis necesidades de respeto. El caso es que de ellos quería hablarte. Verás, como cada mañana, uno de mis pequeñajos acude a traerme las nuevas de la ciudad —explicó, mientras tomaba un tazón de leche caliente que tenía frente a sí y empezaba a removerlo con el dedo—. Chismorreos: me hablan de recién llegados o de gente a la que le tenemos un ojo encima, esas cosas. Hoy me han traído la noticia estrella en Heidelberg: tu huida de la cárcel y el destrozo que causaste.

      —Bueno, eso de «destrozo»… —El aludido torció el gesto—. No les costará tanto arreglar una puerta vieja.

      —¡Ja! Una puerta vieja. No es eso lo que me ha dicho mi espía. Dejaste la celda derruida, por lo que cuentan aquí y allá. Abriste un boquete en el techo, bloqueaste el acceso con escombros al pie de la escalera. Presos con ataques de pánico, algún herido por desprendimientos... Un desaguisado, muchacho. Los periódicos tienen comidilla hoy.

      —¿Qué? ¡Ni hablar! Ni aunque hubiera querido: el poema que utilicé era una memez, nada que me hubiese valido para algo tan tremendo —exclamó Viktor. El otro tipo le miraba con los ojos entrecerrados, como si quisiera descubrir su mentira. Tragó saliva: era un gesto bastante intimidante, aun viniendo de alguien tan menudo—. Gus fue testigo —se volvió hacia él. —Díselo, dile que no fue para tanto.

      —Es cierto, se lo dije antes —corroboró el trasgo, encogiéndose de hombros—. Cuando acudí a buscar a Vik, todo lo que vi fue una puerta reventada. Ni por asomo algo de esa magnitud.

      Juzann se inclinó hacia adelante. Tomó un semmel y lo miró pensativo, apoyando la mejilla en la otra mano.

      —Mis silfos no mienten —aseveró, con el ceño fruncido —. Confío en que en eso estemos todos de acuerdo.

      —Claro que sí —el poeta se apresuró a darle la razón. Sabía que los djinn eran de ánimo cambiante, tan voluble como los vientos que cabalgaban—. No lo pongo en duda. De hecho, estoy seguro de que podríamos constatarlo si nos acercáramos a la cárcel. Conozco cómo trabaja Lake y cómo teje sus mentiras. Si le interesaba desprestigiarme, mi torpe huida se lo ha puesto en bandeja. Un soborno aquí y allá, et voilá. Puede conseguir un escenario como el que nos has contado sin mucho esfuerzo.

      —Es lo mismo que he pensado yo —intervino Algernon, regresando de la cocina con un plato cargado de vituallas y un vaso de zumo de manzana. Viktor tuvo que hacer un esfuerzo para no abalanzarse como un cachorro hambriento cuando se lo puso todo delante—. Hoy me daré una vuelta por Heidelberg y charlaré con las personas adecuadas para enterarme de lo que pueda. Mis contactos y mi influencia son lo que puedo aportar a nuestra Sociedad. Traeré información y veremos qué hacer. Está claro que el plan de Lake sigue adelante, sea el que sea, y el tiempo corre en nuestra contra.

      —Su sicario, ese Yon’Fai, no es moco de pavo —apuntó Juzann—. Es un kitsune, un espíritu zorro del Este. Un cambiaformas y un amante del caos. Si algo gusta a los suyos es causar destrucción sin motivo, por el mero hecho de divertirse. No me sorprendería saber que Lake le mandó a él para ese trabajito en la cárcel.

      —¿Estás seguro? —Esta vez fue Viktor quien se mostró escéptico—. Estuve con Yon’Fai un buen rato en la fiesta y no noté Glamerye.

      —Ah, los kitsune son unos bichos taimados —replicó el djinn—. No pongo en duda tu habilidad, pero si funciona es porque la mayor parte de las criaturas feéricas que viven entre los humanos no ponen especial empeño en ocultar su esencia, más allá de lo que se percibe con la vista. El Sayo es un disfraz bienintencionado para facilitar la convivencia.

      —Eso son malas noticias. Significaría que han podido vigilarme desde antes, sin que me diera cuenta —suspiró Viktor. Algernon le leyó el pensamiento.

      —Aquí estarás protegido. Los silfos de nuestro Juzann también ejercen como guardianes: nadie puede cruzar este valle sin que nos enteremos. En todo caso, la abadía está abierta para ti. Te mereces un día de tranquilidad. Puedes pasar el día con Erin en el taller, por ejemplo.

      —Oh… —Al poeta se le encogió el estómago ante la perspectiva. No estaba seguro de hallarse preparado aún para eso —. Lo pensaré. No me moveré de aquí dentro, sea como sea.

      —A mí sí que me gustaría pasarme por el taller —añadió Gus—. Hay demasiadas cosas interesantes para que lo deje pasar.

      —Entonces nos separaremos. Yo quiero subir un rato a las montañas, hace días que no escucho a las corrientes de por allí. —Juzann se levantó del banco y estiró los brazos tras la espalda—. Nos veremos al mediodía, caballeros. —Le dio una palmada con fuerza en el hombro a Viktor, que casi lo desmadejó como a una marioneta—. Encontraremos a ese hijo de perra y te tendremos protegido, muchacho.

      ****

      Gus le hizo compañía el tiempo que tardó en terminar el desayuno. Había pensado que sacaría a colación el tema inevitable, un secreto que solo ellos compartían. La obsesión de Viktor con Erin, un fuego que, ahora se daba cuenta, jamás se había apagado del todo. Por supuesto que no habría aceptado el trabajo de Lake si ella no hubiera estado en la lista de la fiesta: había caído en la trampa de cabeza. Pero no charlaron sobre esto. El trasgo enseguida mencionó otros asuntos. Compartieron sus impresiones sobre los integrantes de aquella peculiar Sociedad; hablaron del valle, de cuán inexpugnable podía ser, de lo que tardaría Algernon en ir y venir de la ciudad. Banalidades. Gus se esforzó por distraer a Viktor e impedir que se flagelase por sus errores, como era su costumbre. Pasado un rato decidió dejarlo a su aire y se marchó al taller.

      El poeta, en cambio, se dedicó a vagabundear por los pasillos, tratando de aprenderse los recovecos y particularidades de una abadía que, en el fondo, era bastante monótona. Los monjes no habían sido gente dada a la diversión. Una habitación idéntica tras otra, con alguna de mayor tamaño destinada a oficios manuales o a talleres en su día, y que ahora albergaba un aula o una sala de exposiciones. En estas se exhibían cuadros de los artistas apadrinados por Algernon. En uno de sus paseos por la planta superior se quedó absorto mirando al patio, a través de una de las ventanas. Al lado de la fuente de piedra le sorprendió ver la figura de Tarasque, pero todavía le extrañó más verlo de rodillas, con la cabeza gacha y las manos recogidas contra el pecho. Estaba rezando, al parecer. Ya la noche anterior había advertido que llevaba un crucifijo cristiano al cuello.

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