Götterdämerung. Mariela González
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Götterdämerung - Mariela González страница 16

Название: Götterdämerung

Автор: Mariela González

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788417649494

isbn:

СКАЧАТЬ llorosos que habían clavado un cuchillo a un rival—. Permaneceréis aquí hasta que os sea comunicada la fecha del juicio, en un día o dos. Tendréis derecho a avisar a vuestro abogado.

      —Mi abogado. Eso sí que es un buen chiste. No, a quien necesito que busquéis cuanto antes es a Wilhelm Lake.

      —¿El Alto Magistrado? Me temo que eso no entra dentro de mis atribuciones, a menos que podáis especificarme para qué…

      —Te voy a adelantar un par de cosas —interrumpió el poeta—. Lake aparecerá. No sé si esta misma noche, mañana con el primer canto del gallo o en un par de días. Llegará, querrá hablar conmigo, yo me negaré. Así que vamos a saltarnos todos esos pasos. Buscadlo, decidle que no quiero tener nada que ver con él. Que arregle este desaguisado o que no lo haga, me da igual. Decidle de mi parte que prefiero pudrirme aquí que volver a tener nada que ver con sus engaños.

      Con disimulo, el oficial olfateó a aquel tipo, intentando discernir si había algún otro olor sospechoso aparte del que provenía de sus pies. No parecía ebrio, pero hablaba como tal.

      —Trasladaré a quien corresponda lo que pedís. Aunque no puedo aseguraros nada.

      —Claro que no. ¿Quién puede dar nada por seguro cuando Loki está metido en medio? Solo un cretino como yo.

      ****

      Pese a haber intentado mostrar entereza, incluso despreocupación, al ser arrastrado a la cárcel casi inconsciente y escuchar aquellas acusaciones, la coraza de Viktor se había ido resquebrajando al quedarse solo. Por supuesto que todo aquello lo aterraba. Puede que hubiese sido un ingenuo, que se hubiera dejado guiar por el sentimentalismo, pero lo que estaba claro era que verse metido en un brete por obra y gracia de Loki no podía significar nada bueno. No le cabía duda de que era él quien le había tendido la trampa. Con qué propósito, eso sí que se le escapaba por completo. Quizás convertirlo en chivo expiatorio de algo. Trató de recordar si había llevado a cabo algún encargo peliagudo, si se había granjeado alguna enemistad… Nada le vino a la mente. Si su forma de ganarse el pan era casi ridícula. Empleaba la percepción aumentada que le concedía el corazón de Gus para rastrear energías, ya fuera Glamerye o humanas: localizaba personas desaparecidas, las veces más interesantes, o gatos, perros u objetos perdidos las menos. Un poder como nadie más en aquella ciudad, tal vez en el mundo, poseía, y su mayor recompensa había sido una caja de vinos tras encontrar a la hija fugada de un ricachón.

      Contra todo pronóstico, consiguió dormir un par de horas aquella noche en el infame camastro. Sus sueños después de una tormenta de sensaciones como la sufrida en el palacio solían ser surrealistas, abigarrados, plagados de criaturas imposibles y maelströms que lo arrastraban entre capas y capas de consciencia. Aquella ocasión no fue diferente. Despertó con el primer canto de los gallos, o eso le dijo su cabeza, siempre empeñada en traducir el mundo con el prisma de la poesía: no había ventana alguna que le permitiese discernir qué hora era. Pasó un buen rato hasta que escuchó movimiento tras la puerta de la celda. El cerrojo corredero graznó en el exterior, y un guardia diferente al de la noche anterior, un tipo bajito y medio calvo que debía de andar por los cuarenta, entró portando una bandeja con una masa blancuzca indefinida y un vaso de agua. El estómago de Viktor no parecía muy por la labor de procesar nada, pero se dijo que más le valía ponerse a ello. Lo último que necesitaba era enfermar de hambre.

      —Aunque pueda parecer complicado, os recomiendo que comáis —dijo el guardia, como leyendo sus pensamientos—. No volveré a traeros nada hasta la noche, en caso de que no os suelten antes. Y no parece que vaya a ser vuestro caso, me temo.

      El poeta lo miró unos instantes, tratando de sopesarlo. No había en aquel hombre la hostilidad del anterior. Quizás sentía lástima por él, o lo veía como algo más que un guiñapo despreciable.

      —Gracias. Tenéis razón, supongo —suspiró. Colocó la bandeja sobre sus rodillas, tomó la cuchara de madera y empezó a engullir intentando no saborear mucho. Eran gachas, pero ni quería pensar en qué condiciones las prepararían en una cárcel—. Anoche hice una petición a vuestro compañero. Le solicité que buscara a Wilhelm Lake. ¿Sabéis vos algo de eso?

      —Lamento deciros que no sé nada. —El guardia hizo una mueca, casi parecía que su disculpa era sincera—. No soy más que un mandado. Aunque se ha corrido la voz sobre vuestra conversación, sí. Entre nosotros, herr DeRoot… quizás haber mencionado a Lake haya sido un acierto por vuestra parte. A nadie de por aquí le agrada la perspectiva de hacer enfadar al Alto Magistrado. El silencio en torno a su figura suele estar inspirado por el temor más que por el respeto. Espero de corazón que podáis demostrar vuestra inocencia y su implicación.

      Ahora sí, Viktor dejó a un lado la cuchara, sorprendido. Su estómago empezó a quejarse; no tenía claro si por el extraño mejunje que le había enviado o por el hambre incipiente, ahora que lo había forzado a trabajar. Sea como fuere, dedicó su atención al guardia. Se expresaba con mucha soltura, no se parecía en absoluto al zoquete de la noche anterior.

      —¿Por qué me estáis contando todo esto? —Estaba decidido a sospechar hasta de las goteras del techo si hacía falta—. ¿Os envía alguien a hablar conmigo? ¿Lake, tal vez, para ver cómo respondo?

      —Oh, nada de eso. Entiendo vuestra suspicacia. Pero no hay doble intención en mi simpatía. He oído hablar de vos, os conozco, puesto que yo… —El guardia enrojeció hasta las orejas de repente—. A mí también me gusta escribir poesía.

      Dejó unos segundos de silencio, evaluando a Viktor con embarazo. Este se había quedado sin palabras.

      —Ah… me parece muy bien. Me siento halagado de que al menos conozcáis mi nombre.

      —Ya lo creo, y mucho más que eso —se animó el hombre—. No voy a negaros que he leído más a otros poetas de Heidelberg, a los que considero mi inspiración. Sorecht y Rossler, por ejemplo. —Aquellos nombres eran vagos para Viktor, alejado como estaba de la actualidad cultural de la ciudad—. Pero me gustan vuestros versos, sobre todo los anteriores a… el incidente de la universidad. Yo soy un negado, por desgracia. —El tipo soltó una breve risa —. El tiempo y la práctica me irán puliendo, imagino.

      —Nada que surja de la creatividad y la pasión debe ser despreciado —repuso Viktor. Era una máxima que no solía pronunciar en voz alta, aunque guiaba su pluma y su pincel cada vez que se plantaba frente a una obra—. Tengo una idea, ¿por qué no me traéis alguno de vuestros poemas la próxima vez que vengáis a verme? Bueno, si es que volvéis a pasar por mi celda.

      —Tengo todo este pasillo asignado, así que sí, volveremos a vernos. Sois muy amable, herr DeRoot. —El guardia parecía emocionado y no se esforzó por ocultarlo—. Será un honor para mí. Ahora, sin embargo, me temo que debo pediros que apuréis ese plato o me retrasaré más de lo prudente en la ronda.

      Viktor se conminó a acabar con la masa blanca de unas cuantas cucharadas, y lo hizo pasar todo por su gaznate mediante el agua fresca del vaso. Se despidieron con una inclinación de cabeza. De nuevo, la celda y la soledad se dieron la mano para cerrarse en torno a sus ominosos pensamientos.

      No obstante, ahora asomaba un resquicio de luz, por increíble que le hubiera parecido minutos antes. No solo las palabras de halago del guardia lo habían animado. También estaba aquella idea, peregrina todavía, que se había empezado a insinuar entre las sombras de su conciencia. Si le salía bien… bueno, si le salía bien podía meterse en muchos problemas nuevos. Pero a la vez salir de aquel atolladero.

      ****

      Sin un rayo de luz solar que se filtrase СКАЧАТЬ