Götterdämerung. Mariela González
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Название: Götterdämerung

Автор: Mariela González

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 9788417649494

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СКАЧАТЬ a que llegara el duque de Baden: un hombre ilustrado, enamorado de la literatura y de las artes, siempre predispuesto a cualquier celebración de este tipo. Se rumoreaba que había intentado hacer sus pinitos en la Alta Poesía, la alquimia que conmovía el alma y manipulaba los sentimientos. Si de algún modo había tenido éxito, nadie lo sabía, o se había cuidado bien de guardárselo para sí.

      Los condujeron arriba, donde una pianola ya comenzaba a interpretar los primeros compases de algún vals que Viktor no fue capaz de identificar. Aquel baile llegado de Austria estaba más en apogeo que nunca, en gran parte debido a la reducción a seis pasos del estilo vienés, más sencillo de aprender. Surgían cada día nuevos compositores en toda la Confederación Germánica a los que era difícil seguir la pista. Le pareció escuchar a alguien comentar que era obra de un joven músico de Heidelberg, desconocido aún pero prometedor; alguien influyente a quien los Boisserée querían agasajar. Tanto Melchior como Sulpiz se encontraban en el centro de la estancia saludando con efusión, sonriendo de oreja a oreja, bien situados para que todo el que llegase tuviera que pasar por su lado. Ni una mano se les escapaba. Los anfitriones perfectos. A lo largo y ancho de las paredes se disponían los cuadros más espectaculares de su gargantuesca colección, que por supuesto empezaban a atraer la atención de muchos de los presentes. No todo el mundo sabía de pintura, pero todos traían bien ensayada de casa aquella expresión de fascinación, aquellos grititos de asombro.

      Viktor suspiró y se detuvo, intentando alejarse de la muchedumbre. A decir verdad, no tenía muy claro qué debía hacer o cómo comportarse, pero por supuesto no iba a sumarse a la adulación de baratillo. Esperaba cumplir con su misión y quedar libre pronto. Quizás, con un poco de suerte, le sobrase un rato para recorrer el salón a su manera. Ya había estado allí con anterioridad, pero volvería a contemplar alguno de sus cuadros favoritos, por qué no. Y ya que estaba, echaría un vistazo por si veía, entre aquella maraña de rostros rubicundos y maquillados, el único que le interesaba… Solo por curiosidad, nada más.

      El llamado Yon’Fai, que había ascendido las escaleras a su lado en silencio, pareció adivinar su deseo de evadirse cuanto antes; sin duda el gesto agrio que se había ido dibujando en el rostro del poeta ayudó bastante. Lo tomó del codo y lo llevó a una esquina, lejos de miradas indiscretas.

      —En un momento nos dirigiremos al estudio particular de los Boisserée. Tened paciencia —señaló allí donde la enorme sala giraba en un pasillo, al fondo—. No tendremos que pasar demasiado tiempo por aquí. Solo espero que mi compañía os sea grata.

      Su acento era casi perfecto, no parecía resultarle difícil imitar aquellas consonantes tan características del centro de Europa en las que los asiáticos vacilaban y se trababan. Mostraba una sempiterna sonrisa que estrechaba aún más sus ojos y miraba a su alrededor con un cierto aire de superioridad que a Viktor le resultó bastante familiar.

      —Habéis dicho que me explicaríais mi cometido —le recordó. Lo cierto era que no le importaba para nada tratar con un intermediario. Cuanto menos contacto tuviera con Lake, mejor—. Podéis empezar por ahí.

      —Oh, por supuesto. Se trata del recital de poesía —comenzó Yon’Fai—. Van a leerse poemas escritos para la ocasión, de autores de toda la región de Baden. Sin embargo —bajó la voz, sus ojos acerados barrieron en un momento los alrededores, asegurándose de que nadie los escuchaba—, nuestros informantes nos han dicho que uno de ellos se encuentra, eh, contaminado. Alta Poesía creada con el terrible propósito de acabar con la vida del duque.

      Viktor frunció el ceño. Por supuesto, sabía que aquello era posible. Si en algo destacaba el ser humano era en su capacidad de subvertir para el mal lo que nacía para la exaltación del espíritu. Aquel muchacho iluso que había sido en su momento, un imberbe estudiante universitario con todo el futuro por delante, se habría indignado escuchando algo así. Ahora, sin embargo, el desencantado diletante en que se había convertido lo asumió con resignación.

      —Tiene que haber sido alguien que lo conozca, bastante cercano —aventuró, cavilando más para sí que para su interlocutor—. No es nada sencillo construir un poema dirigido a dañar a una persona, y menos aún para darle muerte. No es como provocar un sarpullido. —Sabía de qué hablaba, lo había estudiado a conciencia. Había que separar las capas del alma como si se tratara de una cebolla, encontrar la melodía que resonara en su interior y quebrarla. Desgarrar la partitura, convertirla en vacío. Se necesitaba odio, Glamerye… y ser un poeta fuera de lo común—. No sé, me suena extraño. ¿Cómo estáis tan seguro?

      Esta vez, Yon’Fai abandonó un tanto su actitud relajada. Miró a Viktor, desafiante. Por lo visto no le gustaba que pusieran en duda sus aseveraciones o las de su señor.

      —Os estoy contando todo lo que sé. Si conocéis a herr Lake bien, como me han dicho, sabréis que tiene ojos y oídos en todas partes, y no hay motivo para pensar que puedan proporcionarle información errónea. No sería inteligente por parte del informador, si sabéis a lo que me refiero.

      Por supuesto, se dijo el poeta. ¿Cómo engañar a quien había hecho del engaño su razón de ser desde tiempos inmemoriales? Sintió que estaba a punto de enredarse, como tantas veces en el pasado, en un dédalo de preguntas, quiebros y pulsos mentales con aquel tipo, todo un acólito de Loki de los pies a la cabeza, cuya fidelidad saltaba a la vista. Y no le apetecía nada. Empezaba a perder el ánimo por momentos, rodeado como estaba de gente, de energía feérica exaltada. Una molesta cefalea se insinuaba sobre el ojo derecho, de esas que lo acompañaban hasta el día siguiente y le impedían concentrarse. Su mirada se desvió de nuevo a la sala, ahora ya abarrotada. La recorrió deprisa, deteniéndose en cuanto rostro femenino veía. Aquí creía entrever el paso fugaz de un cabello rojo como el ocaso; allí, una risa furtiva, tan similar a aquella que todavía resonaba en sus sueños. Nada más que espejismos.

      Pero el nombre había estado ahí, en la lista. Y Erin tenía sus motivos para no perderse esta clase de eventos. No podía faltar, y no tardaría en sumarse al exasperante frenesí de los cumplidos y las obligaciones sociales. Si una parte de sí aspiraba a verla, aunque fuera de lejos, no podía demorarse mucho en localizarla.

      El músico sentado a la pianola decidió que era el momento de animar un poco más el ambiente. El vals se volvió más rápido. Las parejas empezaron a llenar la pista, y Viktor se replegó aún más en el rincón. Gruñó, se llevó una mano a los párpados.

      —Está bien —concedió—. Claro que sí, nadie puede engañar a Lake, nadie se atrevería —hubo un deje un tanto sarcástico en estas últimas palabras—. ¿Y cuál es mi papel, pues?

      —Los poemas han llegado por mano de mensajeros y en apariencia son todos idénticos. Sobres lacrados, inofensivos. Pero uno de ellos contiene el hechizo. —Viktor torció el gesto al escuchar aquel término burdo e ignorante. No le gustaba, pero era cierto que la mayor parte de la gente había comenzado a identificar la Alta Poesía con la antigua magia—. Vuestro papel, haciendo uso de vuestras habilidades, será identificar cuál es para que podamos interceptarlo y evitar que sea leído esta noche, y por supuesto detener a quien lo haya perpetrado.

      Parecía sencillo, sin duda. Demasiado.

      —¿Por qué Lake no ha podido encargarse? —La parte más insistente e inquisitiva de Viktor no podía parar quieta. La otra, la que solo deseaba volver a casa, le chistaba para que callase de una vez—. Sus capacidades para identificar la magia, ya sea mortal o feérica, son bastante superiores a las mías.

      —Ya os lo he dicho, no está aquí. Si ha confiado en vos es porque sabía que no podría estar presente esta noche. No le busquéis tantos pies al gato, herr DeRoot —añadió Yon’Fai, y de nuevo su rostro se volvió afable—. Lo que tenéis ante vos no es más que un felino normal y corriente. Acariciadle el lomo, haced lo que СКАЧАТЬ