Derecho internacional: investigación, estudio y enseñanza. Enrique Prieto-Rios
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СКАЧАТЬ es el mensaje aquí? La competencia jurídica no tiene nada que ver con la bondad en el corazón. Tiene tan poca relación con la bondad en el corazón, como la relación entre la bondad y la competencia en los idiomas español, finlandés o inglés. La competencia legal es aquella a través de la cual se pueden producir ideas tanto buenas como malas (y, de hecho, se hace), es una competencia a través de la cual se pueden decir ideas estúpidas o ideas brillantes, así como hacer a través de la ley.

      Una segunda conclusión nos hace llegar al adjetivo crítica. Así, la conclusión crítica es que el derecho y la competencia jurídica no conllevan un plano para una buena sociedad; tampoco ocurre en la competencia en el español, el finlandés o el inglés. Ustedes pueden ser héroes admirables en la vida, pero todo lo contrario a lo que es un héroe admirable dentro de cada uno de esos idiomas. En tal sentido, se puede ser a la vez un abogado internacionalista muy competente, pero ser un terrible bastardo. Ahora bien, para hacer trabajo crítico en el negocio del derecho es absolutamente necesario ser un abogado competente, pues hay que saber formular oraciones jurídicas, persuadir a públicos competentes en la Corte dentro de la rectitud de lo que ustedes están diciendo, siendo conscientes de que el idioma por sí solo no les dirá qué es lo que deberían decir.

      Anne Orford: Es mucho lo que tengo por decir sobre esta cuestión. Como la enseñanza es muy central a lo que todos hacemos en la universidad, ya sea como estudiantes o como maestros, mencioné en otra ocasión que a mí me enseñaron en dos instituciones de derecho bastantes comunes: una en Australia y luego en King’s College University de Londres, donde estudié una maestría en derecho internacional. Volví a Australia, y en los años noventa obtuve mi primer puesto como profesora en lo que era una escuela de derecho radical y crítica. En Australia, así como en el Reino Unido, se vivían los primeros inicios de una revolución donde se reunían los académicos del derecho que venían de las perspectivas marxistas, feministas, poscoloniales y críticas. Sin embargo, como podría ocurrir con cualquier revolución, esta tampoco duró mucho, y esa escuela de derecho de las que les hablo terminó su momento crítico no poco después de que yo me fuera de allí. Ese fue el entorno en el que yo enseñé derecho por primera vez y estaba a eones de distancia de todo lo que yo había experimentado antes.

      En términos de pensar cómo se enseña el derecho, leíamos autores que hablaban sobre el conocimiento situado; leíamos Outside in the Teaching Machine, de Gayarti Spivak, un libro extraordinario sobre cómo es enseñar en Estados Unidos de América; también leíamos Epistemology of the Closet, de Eve Koskofsky Sedgwick, un pensador crítico de India, y leímos Pedagogía del oprimido, de Paulo Freire. Inspirado en Marx y Zenón, este texto pedagógico brasileño, el cual era casi que una biblia para la enseñanza en esta escuela de derecho, contribuyó a que entendiéramos con claridad que las instituciones educativas no son políticamente neutrales, así como ninguna práctica educativa lo es. Esta falta de neutralidad hace referencia a no estar solo comprometidos con ideas abstractas e intangibles; en nuestro caso estábamos trabajando en una institución política en la que tanto estudiantes como profesores hacían parte de una pedagogía de la opresión y, por lo tanto, era nuestro rol desafiar esto.

      Esta universidad queda en los suburbios del norte de Melbourne y, por ello, el cuerpo de los estudiantes era de clase trabajadora o migrantes de primera generación, que en muchos de los casos era la primera vez que asistían a una universidad. Los estudiantes tomaron esto de diferentes maneras: para algunos era fantástico, porque tenían la posibilidad de no avergonzarse por ser de clase trabajadora o migrantes de primera generación; porque no era su culpa la exclusión que ellos sentían de frente a la ley y a otras instituciones, sino una condición estructural. Así, para algunos, esto fue algo así como una epifanía. Sin embargo, otros entraban a la universidad para lograr superar el estado que generaba esa condición de marginalización, que querían llegar al poder, que querían alcanzar la riqueza. Recuerdo, por ejemplo, a un estudiante que en su primer día de clase dijo que había entrado a la facultad de derecho porque quería tener una secretaria muy guapa. Naturalmente, la Pedagogía de los oprimidos no era muy interesante para él; pero hubo algo que le aprendí (como lo hacemos todos los que aprendemos de nuestros estudiantes). Allí había una lección valiosa: debía traducir las nociones del potencial político, de la creatividad y de la contingencia que yo misma estaba aprendiendo en ese entorno; tenía que llevarlo al lenguaje del derecho, tal y como lo señalaba Martti. Era mi trabajo hacer esto idiomáticamente accesible a través del derecho y fue algo que aprendí precisamente de Martti. Es posible hacerse entender en términos del lenguaje para los abogados sin que ello suponga perseguir la posición dominante de un proyecto en el escenario jurídico en un momento determinado.

      En discusiones que tuvimos en otra oportunidad, las personas decían “bueno, estás diciendo que no hay esperanza, porque el derecho liberal internacional es un problema”, pero solo lo es si uno piensa que lo único que existe es el derecho liberal internacional. Por el contrario, no creo que ese sea el caso; pienso que hay muchas otras maneras en las que podemos imaginar el derecho internacional y un buen lugar para hacerlo es la universidad.

      Ahora bien, en esa facultad de derecho de las que les he hablado, el derecho se entendía como algo mucho más amplio de lo que suele entenderse en otras escuelas de derecho a las que he asistido. Un ejemplo de una universidad mucho más tradicional es la Universidad de Melbourne. Desde la década de los noventa, su Facultad de Derecho ha estado completamente comprometida con el pluralismo y, por ello, en ningún momento marginalizamos a alguien que sea crítico.

      También es un sitio donde yo siento que hay una moral atada a las preguntas y cuestionamientos; por ello, si usted es una persona doctrinal y cree que hay algo ambivalente en la moral de los abogados, entonces hay diferentes formas de abordarlo, aunque suene como un argumento; y si usted es una persona crítica, y tiene esa percepción sobre la ambivalencia, no sabe exactamente qué van a decir los demás. En mi caso, mucho de mi carrera ha sido experimental: que tuviese la suerte de tener mi primer puesto como profesora no quiere decir que haya estado en lo correcto moralmente; recibí una formación tanto como abogada como para la enseñanza, y fui afortunada en llegar a esta posición.

      La posición ideal para nosotros es ciertamente ser fluidos en los diferentes idiomas, como ser bilingües (posiblemente) y traducir proyectos críticos jurídicos; lo que de hecho nos piden mucho nuestros estudiantes. A decir verdad, actualmente enseño en el doctorado, y creo que es allí donde realmente tiene lugar la formación para ese trabajo. Por ello, creo que son esas personas que adelantan sus estudios doctorales quienes después van a hacer las respectivas traducciones una vez llegue su momento.

      Considero que la universidad es una institución extraordinaria. Si ustedes diseñaran una institución que contribuyera a muchas posibilidades políticas, sería la misma universidad. En tal sentido, cuando algo va mal, siempre pienso que es una batalla que hay que luchar y por ello hay que reconocer las circunstancias y los lugares en los que podremos librarla.

      Antony Anghie: Con relación a la pregunta sobre el imperialismo y cómo ha afectado nuestras experiencias como docentes, debo reconocer que el imperialismo fue esencial para entender quién soy y conocer mis antecedentes. La pregunta es si reconocemos que esa parte de nuestro ser es una entidad propia o si, más bien, se trata de encontrar nuestra identidad en un mundo más amplio y civilizado que fue construido en esencia por Occidente.

      En términos de mi propia educación, casi desde el comienzo tuve la intuición de que existía esa relación entre el imperialismo y lo que estaba estudiando. Dejé Sri Lanka en 1976, y ello coincidió con un año muy especial para el movimiento de los no alineados, porque en ese momento la conferencia se llevaba a cabo en Colombo (Sri Lanka) y fue una de las últimas en las que se mantuvo esa idea optimista de tener un nuevo orden internacional. Para ese entonces, yo era parte de ese orden, si se quiere, su heredero. Viendo hacia atrás, fui afortunado; durante cada etapa de lo que he hecho en la vida he encontrado a las personas correctas que me han motivado a mantener y a cultivar esos intereses.