Название: Morbus Dei: Bajo el signo des Aries
Автор: Matthias Bauer
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Morbus Dei (Español)
isbn: 9783709937129
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En aquel momento entró Hans en la cabaña con un cordero en brazos que parecía dormido.
–¡Justo a tiempo! exclamó el médico.
Cogió al animal, lo puso junto a un brazo del prusiano y lo ató con mano experta a la mesa. El cordero empezó a balar y a revolverse para librarse de las correas.
– Por el amor de Dios, ¿qué pretendéis? – Johann agarró al médico por el brazo.
– Si quieres que tu amigo tenga una mínima oportunidad, déjame hacer mi trabajo – dijo Leonardus, dirigiéndole una mirada férrea.
El médico apestaba a matarratas y tenía los ojos enrojecidos, pero miraba a Johann con determinación.
El hombre está ayudando. Supuestamente.
Johann lo soltó, retrocedió un paso y le sujetó nuevamente la cabeza de su amigo.
Leonardus hizo un gesto imperceptible de asentimiento, asió un cuchillo y le esquiló hábilmente una parte del cuello al cordero. Luego ató con una cuerda la cabeza del nervioso animal al brazo del prusiano y, con una serie de cortes firmes, extrajo la arteria carótida del cordero sin dañarla. Los balidos se transformaron en chillidos y a todos los presentes se les heló el corazón.
A todos menos al médico, que actuaba con la misma tranquilidad con que escucharía una sinfonía. Cogió con mucho cuidado un estuche de madera, decorada con una magnífica obra de taracea, y lo abrió.
Johann se inclinó y echó un vistazo en el interior. El estuche estaba forrado con terciopelo rojo y contenía unas tijeras de plata, varias cánulas de metal y otras tantas de cristal, y un utensilio que no conocía.
Tuvo un mal presentimiento. ¿Debía intervenir para evitar que aquel presunto charlatán hiciera prácticas milagrosas con su amigo? ¿O era mejor dejarlo continuar?
Tus sentidos te revelan lo que tu mente no es capaz de comprender.
Las sabias palabras del abad Bernardin le vinieron a la memoria. Johann cerró un instante los ojos y escuchó en su interior. ¿Qué haría el prusiano en su lugar?
Todo lo que fuera necesario para que continuaras vivo.
Abrió los ojos; había tomado una decisión.
El médico ya había sacado los instrumentos del estuche y los había colocado sobre la mesa en un orden que sólo él comprendía, pero parecía dudar.
«No lo hagas – pensó Johann— mantén la cabeza clara».
Va a hacerlo.
Leonardus cogió la jarra de barro y bebió otro buen trago de vino. Satisfecho, le guiñó un ojo a Johann, volvió a dejar la jarra, asió las tijeras curvas y le cortó carótida al cordero.
Los chillidos del animal cesaron de golpe. Cerró los ojos, pero siguió respirando. El médico cogió la cánula de cristal, que en un extremo tenía un tubo fino hecho de intestino, la introdujo en la arteria y la anudó.
Johann y los demás observaban fascinados.
El médico cogió entonces el escalpelo y le practicó al prusiano un corte de tres dedos de largo en el antebrazo, lo abrió y, con las tijeras curvas, le cortó también una vena, en la que introdujo otra cánula de cristal idéntica a la anterior. Entonces abrió la espita de la cánula que había introducido en el cuello del cordero, y un chorrito de sangre fluyó por el tubo. Leonardus extrajo el tubo de la cánula del prusiano e introdujo el que estaba lleno de sangre de cordero.
Se quedó quieto un momento, contemplando su obra de arte con orgullo.
–¡La transfusión está en marcha! – anunció triunfal.
Miró a los presentes, pero no le respondieron, todos observaban sin pestañear al prusiano, que parecía más muerto que vivo.
Leonardus se encogió de hombros y empezó a contar en voz baja.
De repente, el prusiano respiró agitadamente, su cara se tiñó de rojo y la frente se le empapó de sudor. Luego abrió los ojos y miró a su alrededor con cara de pánico.
–¿Johann? ¿Dónde estamos? ¿Dónde…? – Intentó levantarse, pero las correas de cuero se lo impidieron—. Johann, me baja por la espalda… – Su cara se desfiguró por el dolor.
–¡Ayudadle! – gritó Johann, sin entender el sentido de las palabras de su amigo.
El médico le tocó el cuello al prusiano.
– Las pulsaciones son lentas y fuertes, pero era de esperar – dijo, intentando tranquilizar a Johann.
– El pecho – gimió el prusiano— se me encoge… Me ahogo…
Johann miró el antebrazo de su amigo. Sus venas, sus brazos y sus manos parecían a punto de estallar, y tenía la piel enrojecida.
– Ayudadme… – dijo el prusiano, y perdió de nuevo el conocimiento.
– Ya está —dijo Leonardus, que terminó la transfusión presionando la espita de la cánula que tenía el prusiano en el brazo. Luego la extrajo con un rápido movimiento y aplicó un paño limpio sobre la herida—. Voilà! como dicen los franceses. Listo.
Sacó la cánula de la vena del cordero y desató al animal, que seguía inconsciente. Luego lo cogió en brazos y se lo dio al conde, que lo miró sorprendido
–¡Que aproveche! – dijo—. Al fin y al cabo, vos lo pagáis.
Von Binden salió de la cabaña sin decir nada. Johann notó que el prusiano respiraba tranquilo; le tocó el cuello y constató que el pulso también era normal. Luego le dirigió una mirada interrogativa al médico.
–¿Y ahora qué?
– Tiene que descansar unos días, dormir es la mejor medicina. Es muy probable que hoy tenga escalofríos, pero desaparecerán dentro de unas horas. Es posible que le escueza la piel durante unos días y que se le ponga roja, pero lo superará, ¿no es cierto?
Johann lo miró fijamente.
– Pero ¿sobrevivirá?
– Como ves, ha sobrevivido. Pero no puedo decirte por cuánto tiempo. Evidentemente, acabará muriendo.
Johann lo miró angustiado.
– Algún día, como todos nosotros – añadió el médico, que se echó a reír, bebió otro trago de vino y se encendió una pipa—. Y, ahora, fuera de aquí. Me he ganado un buen descanso.
Cuando salieron de la cabaña, el aire frío del anochecer los recibió en la cara como si les diera un bofetón en plena cara. Hans y Karl respiraron hondo.
– Un hombre y un animal unidos. Eso no es obra de Dios – dijo Hans, meneando la cabeza.
–¡Qué más da! ¡Como si lo hubiera unido a un cerdo! Lo que cuenta es salvarlo – replicó Karl, mirándolo con una sonrisa en los labios.
Von Binden estaba fuera, sentado encima de СКАЧАТЬ