El sí de las niñas. Fernández de Moratín Leandro
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Название: El sí de las niñas

Автор: Fernández de Moratín Leandro

Издательство: Public Domain

Жанр: Зарубежная классика

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СКАЧАТЬ ¿de qué hablas?

Simon

      Decia que… Vamos, ó usted no acaba de esplicarse, ó yo lo entiendo al revés… En suma, esta Doña Paquita, ¿con quién se casa?

D. Die

      ¿Ahora estamos ahí? Conmigo.

Simon

      ¿Con usted?

D. Die

      Conmigo.

Simon

      ¡Medrados quedamos!

D. Die

      ¿Qué dices?… Vamos, ¿qué?

Simon

      ¡Y pensaba yo haber adivinado!

D. Die

      Pues ¿qué creias? ¿Para quien juzgaste que la destinaba yo?

Simon

      Para D. Cárlos, su sobrino de usted: mozo de talento, instruido, excelente soldado, amabilísimo por todas sus circunstancias… Para ese juzgué que se guardaba la tal niña.

D. Die

      Pues no señor.

Simon

      Pues bien está.

D. Die

      ¡Mire usted qué idea! ¡Con el otro la habia de ir á casar!… No señor, que estudie sus matemáticas.

Simon

      Ya las estudia, ó por mejor decir, ya las enseña.

D. Die

      Que se haga hombre de valor y…

Simon

      ¡Valor! ¿Todavía pide usted mas valor á un oficial que en la última guerra, con muy pocos que se atrevieron á seguirle, tomó dos baterías, clavó los cañones, hizo algunos prisioneros, y volvió al campo lleno de heridas y cubierto de sangre?… Pues bien satisfecho quedó usted entonces del valor de su sobrino; y yo le ví á usted mas de cuatro veces llorar de alegría, cuando el Rey le premió con el grado de teniente coronel y una cruz de Alcántara.

D. Die

      Sí, señor: todo eso es verdad; pero no viene á cuento. Yo soy el que me caso.

Simon

      Si está usted bien seguro de que ella le quiere, si no la asusta la diferencia de la edad, si su eleccion es libre…

D. Die

      ¿Pues no ha de serlo?… Y ¿qué sacarian con engañarme? Ya ves tú la religiosa de Guadalajara si es mujer de juicio: esta de Alcalá, aunque no la conozco, sé que es una señora de escelentes prendas: mira tú si Doña Irene querrá el bien de su hija, pues todas ellas me han dado cuantas seguridades puedo apetecer… La criada, que la ha servido en Madrid y mas de cuatro años en el convento, se hace lenguas de ella, y sobre todo, me ha informado de que jamás observó en esta criatura la mas remota inclinacion á ninguno de los pocos hombres que ha podido ver en aquel encierro. Bordar, coser, leer libros devotos, oir misa y correr por la huerta detrás de las mariposas, y hechar agua en los agujeros de las hormigas, estas han sido su ocupacion y sus diversiones… ¿Qué dices?

Simon

      Yo nada, señor.

D. Die

      Y no pienses tú que, á pesar de tantas seguridades, no aprovecho las ocasiones que se presentan para ir ganando su amistad y su confianza, y lograr que se esplique conmigo en absoluta libertad… Bien que aun hay tiempo… Solo que aquella Doña Irene siempre la interrumpe: todo se lo habla… Y es muy buena muger, buena…

Simon

      En fin, señor, yo desearé que salga como usted apetece.

D. Die

      Sí, yo espero en Dios que no ha de salir mal. Aunque el novio no es muy de tu gusto… ¡Y qué fuera de tiempo me recomendabas al tal sobrinito! ¿Sabes tú lo enfadado que estoy con él?

Simon

      Pues ¿qué ha hecho?

D. Die

      Una de las suyas… Y hasta pocos dias há no lo he sabido. El año pasado, ya lo viste, estuvo dos meses en Madrid… Y me costó buen dinero la tal visita… En fin, es mi sobrino, bien dado está; pero voy al asunto. Llegó el caso de irse á Zaragoza á su regimiento… Ya te acuerdas de que á muy pocos dias de haber salido de Madrid, recibí la noticia de su llegada.

Simon

      Sí, señor.

D. Die

      Y que siguió escribiéndome, aunque algo perezoso, siempre con la data de Zaragoza.

Simon

      Así es la verdad.

D. Die

      Pues el picaron no estaba allí cuando me escribia las tales cartas.

Simon

      ¿Qué dice usted?

D. Die

      Sí, señor. El dia tres de julio salió de mi casa, y á fines de setiembre aun no habia llegado á sus pabellones… ¿No te parece que para ir por la posta hizo muy buena diligencia?

Simon

      Tal vez se pondria malo en el camino, y por no darle á usted pesadumbre…

D. Die

      Nada de eso. Amores del señor oficial y devaneos que le traen loco… Por ahí en esas ciudades puede que… ¿quien sabe?… Si encuentra un par de ojos negros, ya es hombre perdido… ¡No permita Dios que me le engañe alguna bribona de estas que truecan el honor por el matrimonio!

Simon

      ¡Oh! No hay que temer… Y si tropieza con alguna fullera de amor, buenas cartas ha de tener para que le engañe.

D. Die

      Me parece que están ahí… Sí. Gracias á Dios. Busca al mayoral y dile que venga, para quedar de acuerdo en la hora á que deberemos salir mañana.

Simon

      Bien está.

D. Die

      Ya te he dicho que no quiero que esto se trasluzca, ni… ¿Estamos?

Simon

      No haya miedo que á nadie lo cuente.

      (Simon se va por la puerta del foro. Salen por la misma las tres mugeres con mantillas y basquiñas. Rita deja un pañuelo atado sobre la mesa y recoge las mantillas y las dobla.)

      ESCENA II

DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, RITA, D. DIEGOD.ª Fca

      Ya estamos acá.

D.ª Ire

      ¡Ay! ¡qué escalera!

D. Die

      Muy bien venidas, señoras.

D.ª Ire

      ¿Con que usted, á lo que parece, no ha salido?

      (Se sientan Doña Irene y D. Diego.)

D. Die

      No, señora. Luego, mas tarde, daré una vueltecilla por ahí… He leido un rato. Traté de dormir; pero en esta posada no se duerme.

D.ª Fca

      Es verdad que no… ¡Y que mosquitos! mala peste en ellos. Anoche no me dejaron parar… Pero, mire usted. Mire usted (Desata el pañuelo y manifiesta algunas cosas de las que indica el diálogo.) cuántas cosillas traigo. Rosarios de nacar, cruces de ciprés, la regla de S. Benito, una pililla de cristal.... Mire usted que bonita. Y dos corazones de talco… ¡Qué sé yo cuanto viene aquí!… ¡Ay! y una campanilla de barro bendito para los truenos… ¡Tantas cosas!

D.ª Ire

      Chucherías СКАЧАТЬ