Todo lo que hay dentro. Edwidge Danticat
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Читать онлайн книгу Todo lo que hay dentro - Edwidge Danticat страница 9

Название: Todo lo que hay dentro

Автор: Edwidge Danticat

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789874178619

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      —Supongo que los dos somos unos boukis —dijo ella por fin—. Unos imbéciles.

      —Unos tarados, unos idiotas —agregó él, y limpió el interior de los vasos con más fuerza—. Lo entendería si hubieran estado muertos de hambre y no hubieran podido conseguir dinero de ninguna otra manera, pero decidieron convertirse en delincuentes para poder volver a Haití y darse la gran vida.

      —No está bien—dijo ella, aunque ya no sentía que nada estuviera bien.

      Los interrumpió un pedido de tragos de uno de los meseros. Dédé se ocupó en silencio de armar los pedidos; después, cuando terminó, dijo:

      —Te lo prometo. No van a disfrutar del dinero que me robaron.

      —¿Qué vas a hacer? —Detectó el tono suplicante de su propia voz y sintió vergüenza, como si estuviera rogando que los ejecutaran.

      —Tú tendrías que hacer algo —dijo él—. Por lo menos conmigo no se casó.

      —Ella podría haberse casado contigo —dijo Elsie.

      —Estaba claro que yo no era su tipo. No estaba a la altura de lo que buscaba. Tu marido sí.

      Ahora Elsie se preguntaba por qué Blaise se había casado con ella. Había otras mujeres con mucho más dinero. Se preguntó si él esperaba que ella cometiera algún delito, como robarle los ahorros de toda la vida a alguno de sus pacientes más ricos para dárselos a él. Se alegró de que la hija de Gaspard hubiese estado con ellos esa semana; de lo contrario, quizá Blaise la hubiese convencido de robarle a él.

      —¿Qué harías si fueras a Haití y los encontraras? —preguntó mientras también ella pensaba en esa posibilidad.

      —Primero les daría la oportunidad de que me devolvieran el dinero. —Él alcanzó una botella de ron blanco de la mesa espejada que tenía detrás y empujó hacia ella uno de los vasos que había estado limpiando. Al principio, ella puso reparos, lo rechazó con un gesto de la mano, pero después se dio cuenta de que quería seguir hablando con él. También quería seguir hablando sobre Olivia y Blaise, y él era la única persona con la que podía hablar de ellos en ese momento.

      —¿Qué le harías a ella en primer lugar? —preguntó él.

      —La raparía —dijo ella—. Le afeitaría toda esa masa de pelo que tanto le gustaba llenar de gel.

      —¿Eso es todo? —preguntó él entre risas.

      Después de tomar un trago de ron, ella dijo:

      —Yo estudié para ayudar a los demás, pero a esos dos les rompería la cabeza con una piedra enorme hasta que el cerebro les quedase líquido, como este trago que tengo en la mano.

      —¡Ayyy! Eso es demasiado —dijo él, y se sirvió un vaso—. Nunca te enojes conmigo. ¿Estamos?

      —¿Y tú qué harías? —le preguntó ella.

      —Eso que les hacen a los terroristas. Eso del agua que vi en una película la otra noche. Les envolvería la cabeza con un costal de azúcar y les iría vertiendo agua en la nariz y los haría pensar que se están ahogando. Y no solo se los haría a ellos. Atraparía a todo el resto de los ladrones que le roban a gente como nosotros…

      —Los ingenuos, los boukis.

      —De nuevo, lo entendería si él estuviera en la ruina o si ella se estuviese muriendo de hambre —dijo él.

      —Cuanto más dinero tienen, más codiciosos se vuelven —dijo ella, y sintió que se estaba alejando de Blaise y Olivia y que caía en un debate más amplio sobre la justicia y la impunidad.

      —Tu venganza sería mejor que la mía —dijo ella y, con ese giro, volvió a Olivia y Blaise—. Esos dos sufrirían mucho más contigo.

      No era la primera vez que lo habían engatusado. Una vez, había entrado en el bar una mujer que aparentemente estaba embarazada, en plena tarde. Simuló empezar con el trabajo de parto y, mientras él buscaba su celular para llamar una ambulancia, ella sacó un arma y lo obligó a vaciar la caja registradora. Ahora trajo a colación ese robo y dijo que prefería que lo enfrentaran cara a cara a que le robaran a sus espaldas.

      —Esto no termina de la misma manera —dijo; el volumen de su voz iba creciendo y la velocidad a la que hablaba iba aumentando—. Esta no se la voy a dar a la policía para que termine en la nada. ¿Y a qué policía? ¿A la de Haití?

      Ella estaba pensando en ir a la comisaría que estaba allí cerca y hacer una denuncia, por si Blaise y Olivia decidían volver a Miami alguna vez, pero pensó que no serviría de mucho. Blaise no le había apuntado con un arma. Ella le había dado el dinero por propia voluntad. Así y todo, él ni siquiera había tenido pelotas para recibirlo de sus manos. Había insistido en que ella se lo transfiriese.

      —Pienso hacer que los atrapen —decía Dédé—, por ti, por mí y por todas las personas a las que les hicieron esto. Incluso si es lo último que haga antes de morir. Nunca lo voy a dejar pasar, y tú tampoco deberías.

      Eso significaba odiarlos toda la vida y soñar todos los días con alguna venganza. No quería eso. Prefería pensar en el futuro, aunque no estaba segura de lo que le deparaba ese futuro. La alegraba que Gaspard siguiera vivo, que no fuera uno más en la lista de aquellos cuyos últimos días le había tocado presenciar. Quería seguir adelante, seguir trabajando. Vivos o muertos, ni Blaise ni Olivia volverían a estar en su vida.

      Los detalles. Habían sido muy hábiles con los detalles. Por ejemplo, ¿de quién había sido la idea de decirle que Olivia se había anotado el nombre en las plantas de los pies? También podrían haberle dicho que Olivia se había dibujado una cruz como símbolo de que quería un entierro cristiano. Esa última llamada, entendió ahora, era para asegurarse de que ella no iría al supuesto funeral.

      Dédé le sirvió otro vaso de ron. Después otro. Y ya cuando empezó a asimilar la noticia de que Olivia estaba viva, se sorprendió porque sintió que se disipaba una especie de duelo en el que no se había detenido, que un lejano dolor de su corazón empezaba a aliviarse. Quiso pelear contra ese alivio. No quería recibir de buena gana, con los brazos abiertos, el consuelo temporal que sintió que se le concedía al enterarse de que alguien a quien creía muerta ahora estaba viva, como si a Olivia la hubiesen resucitado tras días bajo la tierra.

      Le corrieron lágrimas por la cara, lágrimas que no pudo detener. No quería que fuesen lágrimas de alegría, pero algunas lo eran. Ahora su patria parecía más segura. Sus padres y su hermano, con los que había vuelto a hablar con más regularidad, parecían correr menos peligro de secuestro. Así y todo, siguió derramando lágrimas. También lágrimas de furia. Porque le habían robado un dinero que le había llevado años ahorrar, y por ver que su sueño de tener casa propia desaparecía junto con los hijos que ella y Blaise no tendrían nunca. Se sintió más sola ahora que antes de conocer a Blaise y a Olivia, más sola que cuando acababa de llegar a ese país y tenía una sola amiga.

      Dédé no le quitaba los ojos de encima. Estaban más llenos de preocupación que de deseo. Las lágrimas de Elsie se convirtieron en sollozos; después, en quejidos; luego surgió una nueva fantasía de venganza. Ahora deseaba poder arrasar el bar de Dédé, incendiar todo hasta los cimientos. Metió la mano en la cartera, sacó la tarjeta de San Valentín que todavía llevaba encima y la rompió en pedazos. Los СКАЧАТЬ