Todo lo que hay dentro. Edwidge Danticat
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Читать онлайн книгу Todo lo que hay dentro - Edwidge Danticat страница 6

Название: Todo lo que hay dentro

Автор: Edwidge Danticat

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789874178619

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СКАЧАТЬ leyendo cuando Elsie se escabulló con la intención de llenar el lavavajilla con los platos del almuerzo pero terminó por atender el llamado de Blaise.

      —Elsie —dijo Mona mientras su padre apretaba la cabeza contra las almohadas y la llevaba cada vez más atrás. Tenía los puños apretados en estoica agonía; los ojos, cerrados. La cara estaba transpirada y daba la impresión de haber estado tosiendo. Mona levantó la máscara de oxígeno, se la colocó a Gaspard sobre la nariz, y encendió el compresor, que había llegado esa mañana y que emitía un zumbido que a Elsie le hacía más difícil oír.

      —Discúlpame, Elsie —le dijo Mona en creole—. No estoy aquí todo el tiempo. No sé cómo trabajas habitualmente, pero me preocupa mucho que pases tanto tiempo con el teléfono.

      Elsie no le quería explicar por qué hablaba tanto por teléfono pero enseguida concluyó que tenía que decírselo. No solo porque pensaba que Mona tenía razón, que Gaspard merecía que le prestara más atención, sino también porque no tenía a nadie más a quien pedirle consejo. La única amiga en la que siempre había confiado, la que había estado con ella la noche en que conoció a Blaise, se había mudado a Atlanta. Así que les contó a Gaspard y a su hija por qué había estado atendiendo esas llamadas y por qué eran tan frecuentes, pero modificó algunos detalles cruciales. Como seguía avergonzada por los hechos concretos, les dijo que Olivia era su hermana y que Blaise era su cuñado.

      —Lo lamento, Elsie. —Mona se ablandó de inmediato. Gaspard abrió los ojos y extendió la mano hacia Elsie. Elsie le agarró los dedos como algunas veces en que lo ayudaba a ponerse de pie.

      —¿Quieres irte a tu casa? —preguntó Gaspard con la voz cada vez más ronca—. Podemos pedirle a la agencia que mande a otra persona.

      —Yo no sé qué pensará Elsie, papá —dijo Mona; parecía mucho más joven cuando hablaba creole— pero creo que lo mejor es trabajar. Pagar esos rescates a veces deja a la gente en la ruina.

      —Es mejor no esperar —dijo Gaspard, que seguía tratando de recuperar el aliento—. Cuanto menos tiempo pase tu hermana con esos malfetè, mejor va a estar.

      Gaspard volvió la cara hacia su hija para recibir la aprobación definitiva y Mona cedió y asintió con reticencia.

      —Si quieres salvar a tu hermana —dijo Gaspard con la voz cada vez más estrangulada— quizá tengas que hacer lo que te piden.

      —Tengo cinco mil en el banco —le dijo Elsie a Blaise cuando volvió a llamarla esa tarde. En realidad, tenía seis mil novecientos, pero no podía desprenderse de todos sus ahorros de una sola vez, por si surgía otra emergencia ya fuese en Haití o en Miami. Él ya sabía lo de los cinco mil. Era más o menos lo que había ahorrado cuando estaban juntos. Había tenido la esperanza de duplicar sus ahorros pero no había podido porque se había tenido que ir del departamento de los dos a un monoambiente en North Miami; además, ahora les mandaba dinero a sus padres una vez por mes y le pagaba la escuela a su hermano menor, que vivía en Les Cayes. Pero lo que Blaise le había estado tratando de decir, y lo que ella no había entendido hasta ahora, era que él necesitaba el dinero para salvarle la vida a Olivia.

      A veces, Elsie estaba segura de que podía deducir aproximadamente el momento en que Olivia y Blaise habían empezado a verse sin ella. Olivia comenzó a reunirse con otras auxiliares para trabajar en los hogares y a rechazar las invitaciones de Elsie de salir los tres como hasta entonces.

      La noche en que Blaise se fue del departamento para siempre, Olivia estaba frente a la ventana del primer piso donde vivía Elsie, en el asiento delantero de la camioneta roja de cuatro puertas de Blaise, en la que a menudo llevaba los parlantes y los instrumentos para las presentaciones. La camioneta estaba estacionada bajo un poste de luz y, casi todo el tiempo en que Elsie se quedó mirando por una rendija que había entre las cortinas del dormitorio, la cara de Olivia, con su forma de disco, estuvo inundada por una dura luz brillante. En algún momento, Olivia bajó del vehículo y desapareció por detrás, y Elsie sospechó que se había agachado en las sombras para hacer pis antes de volver al asiento que Elsie siempre había llamado el asiento de la esposa durante sus salidas anteriores, cuando se sentaba adelante y Olivia, detrás. Recién cuando la camioneta arrancó, cargada con las pertenencias de Blaise, Olivia miró hacia la ventana del departamento, donde Elsie se hundió rápidamente en la oscuridad.

      Sentada en el piso de su departamento casi vacío y con la vista en el polvo que había quedado escondido detrás de algunas cosas de Blaise, Elsie vio, junto a la puerta, una tarjeta de San Valentín que le había regalado a él el año anterior. Seguramente se le había caído cuando se iba. La tarjeta era blanca y cuadrada y estaba cubierta de corazones rojos. «El mejor marido de todos los tiempos», decía en cursiva y en mayúsculas por todo el frente. Dentro, Elsie había escrito un simple «Je t’aime». Había dejado la tarjeta sobre la almohada de Blaise la mañana de San Valentín mientras él aún dormía. Ese día, ella tenía doble turno y él, una presentación sin la banda en una fiesta privada. No se verían hasta la mañana siguiente, cuando él ni siquiera mencionó la tarjeta. La noche en que Blaise se fue, Elsie salió de abajo de la ventana, recogió la tarjeta y la apretó contra el pecho. En ese momento se dio cuenta de que tenía que irse del departamento de los dos. Ya no podía quedarse más.

      Mientras hacía cola en el banco de North Miami, Elsie metió la mano en la cartera y acarició, nerviosa, aquella tarjeta, que había guardado ahí desde la partida de Blaise. La cajera, una joven con acento bajan, le preguntó si estaba disconforme con los servicios del banco y si quería hablar con un gerente. Ella dijo que necesitaba el dinero con urgencia.

      —¿No nos permitiría hacerle un cheque? —preguntó la joven.

      —Necesito el efectivo —dijo ella.

      Transpiraba cuando le extendió el grueso sobre al anciano haitiano que atendía detrás de la ventana de vidrio en el lugar donde se hacían las transferencias.

      —Este dinero va a terminar en Haití, ¿no? —dijo el viejo—. ¿Estás construyendo algo allá?

      El dinero, esperaba ella, iba a terminar por salvarle la vida a Olivia. Blaise le había pedido que lo transfiriese, no que se lo llevara, porque él estaba demasiado ocupado corriendo de un lado al otro, tratando de reunir fondos por todo Miami.

      Ella había pedido la mañana libre en el trabajo para retirar el dinero y transferirlo, y cuando volvió encontró a Gaspard en el suelo, junto a la cama. Se había caído mientras trataba de alcanzar un vaso de agua que había en la mesa de luz. Mona ya estaba a su lado, con la cola en alto y la cara apoyada contra la de él.

      Elsie corrió hacia ellos y, entre las dos, levantaron a Gaspard por los hombros y lo sentaron en el borde de la cama.

      Todos jadeaban. Elsie y Mona, por el esfuerzo de levantar a Gaspard y Gaspard, porque lo acababan de levantar. Los jadeos de Gaspard pronto se convirtieron en fuertes risas sordas.

      —Después de muchas caídas llega la grande —dijo.

      —Gracias a Dios tenías la alfombra buena —dijo Mona con una sonrisa. Después, volvió a ponerse seria y dijo—: ¿Cómo puedo dejarte así, papá?

      —Me puedes dejar y me vas a dejar —dijo él—. Tú tienes tu vida y yo tengo lo que queda de la mía. No quiero que te dé ningún remordimiento.

      —Necesitas mi riñón —dijo ella—. ¿Por qué no lo aceptas? —Mona estiró el brazo y alcanzó un vaso de agua de la mesita. Se lo sostuvo mientras él tomaba algunos sorbos y después lo miró bajar la cabeza lentamente sobre la СКАЧАТЬ