Todo lo que hay dentro. Edwidge Danticat
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Название: Todo lo que hay dentro

Автор: Edwidge Danticat

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789874178619

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СКАЧАТЬ hasta que le quedó claro que Olivia no tenía ningún interés en él. Olivia bailó con todos los hombres que se acercaron a la mesa y le tendieron la mano. Varios ponches de ron más tarde, durante el descanso de la banda y por un desafío de Elsie, Olivia subió al escenario, se paró junto a Blaise y, con afinación sorprendentemente perfecta, cantó el himno nacional haitiano. Recibió una ovación de pie. El público silbó y aulló, y Elsie no pudo evitar advertir que su esposo estaba entre los que festejaban con más fuerza.

      —La voy a poner en la banda —gritó por el micrófono cuando Olivia se lo devolvió.

      —Que sea la cantante principal —vociferó Dédé desde el bar—. Canta mejor que tú, mi amigo.

      Elsie y Blaise se habían conocido con más tranquilidad en lo de Dédé cinco años antes. Elsie había ido al club con una vieja amiga de Haití, la directora de la agencia de auxiliares de enfermería que la había ayudado a conseguir la visa para entrar en Estados Unidos, la había aconsejado y orientado mientras preparaba los exámenes que le permitirían ejercer, la había contratado y la había alojado hasta que a Elsie le alcanzó el dinero para irse a vivir sola.

      La primera vez que oyó cantar a Blaise con Kajou, no se llevó una buena impresión. Blaise maltrataba bastante su cuerpo, largo y flexible, arrastrándolo por todo el escenario; llevaba una de las camisas guayaberas y los pantalones sueltos que tanto le gustaban y cantaba una tras otra, junto con la banda, las mismas canciones de estilo efervescente, alentando a todo el mundo a levantar bien las manos. Más tarde le contó que había sido el aspecto indiferente, incluso desdeñoso, de Elsie lo que lo había atraído de ella.

      —Parecías la única mujer del club a la que no podía conquistar —dijo mientras se acomodaba sobre la silla vacía que había junto a ella en el club de Dédé. Él nunca dejaba pasar un desafío.

      —Conseguí un par de préstamos —anunció Blaise cuando la volvió a llamar otra vez, algunas horas más tarde. Tenía la voz quebrada y tartamudeaba, y Elsie se preguntó si había estado llorando—. Tengo cuatro mil quinientos —agregó—. ¿Piensas que aceptarán eso?

      —¿Vas a mandar el dinero, así como así? —preguntó Elsie.

      —Cuando tenga todo el dinero, lo voy a llevar yo mismo —dijo él.

      —¿Y si te llevan a ti también? —Su propio grado de preocupación la impresionó. Se preguntó con egoísmo a quién llamarían si lo secuestraban a él. Al igual que Elsie, Blaise no tenía familia en Miami. Lo más cercano eran Dédé y los de la banda, que seguían enojados con él porque había disuelto el grupo por razones que se negaba a discutir con ella. Quizás por eso la había dejado por Olivia. Olivia habría insistido en saber qué había pasado exactamente con la banda y por qué. Quizás habría tratado de solucionarlo para que siguieran tocando juntos. Probablemente, Olivia creía, como Blaise, que él necesitaba dedicarle todo su tiempo a la música, que trabajar como guardacoches durante el día lo estaba demoliendo espiritualmente.

      —¿Cómo sabes que no es una trampa para sacarte dinero? —preguntó Elsie.

      —Algo anda mal —dijo él—. Nunca se iría tanto tiempo sin avisarme.

      Poco después de que Olivia conociera a Blaise, también empezó a estirarse para darle un beso en la mejilla, como había hecho con Elsie. Al principio, Elsie no le prestó atención. Pero de vez en cuando, se los señalaba en tono de broma diciendo «Cuidado, sè m, que ese hombre es mío». Por su experiencia en el trabajo con personas débiles y enfermas, había aprendido que la enfermedad que se ignora es la que mata, así que hizo todo lo posible por que todo estuviese a la vista.

      Cuando Blaise le pedía que invitara a Olivia a sus presentaciones, ella lo complacía porque disfrutaba de la compañía de Olivia fuera del trabajo. Y cuando él dejó la banda y no cantó más en lo de Dédé, los tres empezaron a salir a hacer las compras o a ver una película, e incluso a ir juntos a la misa del domingo por la mañana, en la Iglesia Católica de Notre Dame de Little Haiti. Pronto fueron como un trío de hermanos, y Olivia era la dosa, la última, nacida después de los mellizos; la hija que sobraba.

      —Perdón por no haberte llamado en tanto tiempo. —Ahora, Blaise hablaba como si estuvieran conversando porque sí, con el tipo de charla indolente de alcoba que Elsie había disfrutado tanto durante sus cinco años de matrimonio—. No pensé que quisieras saber de mí.

      No hablamos en más de seis meses, para ser precisos, pensó ella, pero dijo:

      —Así son las cosas en los divorcios rápidos, ¿non?

      Quería que él dijera algo más sobre Olivia. Era lento para administrar noticias. Le había llevado meses informarle a Elsie que la dejaba por ella. Habría sido más fácil de aceptar si él hubiese soltado todo de una vez. Entonces ella no habría dedicado tanto tiempo a repasar cada momento que habían pasado juntos los tres, ni a preguntarse si se habían guiñado el ojo a sus espaldas en misa o si se habían sonreído con malicia con ella recostada sobre el pasto entre los dos después de sus salidas de sábado para ir a verlo jugar al fútbol, con Dédé y algunos de sus otros amigos en Morningside Park.

      —¿Alguna noticia? —preguntó ella, con la intención de acortar la charla.

      —Me llamaron directamente. —Tragó con dificultad. Los oídos de Elsie se habían acostumbrado a esa especie de trago forzado luego de trabajar con Gaspard y con otras personas como él—. Vòlè yo. —Los ladrones.

      —¿Cómo sonaban? —Quería saber todo lo que sabía él para formarse una imagen coherente en su propia cabeza, una sombra chinesca idéntica a la de él.

      —Como chicos, muchachos jóvenes. No los grabé —dijo con fastidio.

      —¿Les pediste hablar con ella?

      —No me dejaron —dijo él.

      —¿Insististe?

      —¿No te parece que sí? Deciden ellos, sabes.

      —Lo sé.

      —Parece como si no lo supieras.

      —Sí lo sé —concedió ella—. ¿Pero les dijiste que no les ibas a enviar dinero a menos que hablaras con ella? A lo mejor ya no la tienen. Tú mismo lo dijiste. Es de pelear. Podría haberse escapado.

      —¿No crees que pediría hablar con mi propia mujer? —gritó él.

      La manera en que escupió esto último la irritó. ¿Su mujer? ¿Su propia mujer? Nunca había sido el tipo de hombre que decía que una mujer era de él. Por lo menos no en voz alta. Quizás el fantasma de su carrera musical le hacía creer que cualquier mujer podía serlo. Tampoco le había gritado nunca a ella. Casi nunca se habían peleado; ninguno de los dos era de ventilar sus resentimientos e irritaciones ocultos. Lo odió por gritar. Los odió a los dos.

      —Perdón —dijo él y se tranquilizó—. No hablaron mucho. Me dijeron que me pusiera a planificar el funeral si no les mandaba por lo menos diez mil mañana por la tarde.

      En ese momento, Elsie oyó que la hija de Gaspard la llamaba desde la otra habitación:

      —Elsie, ¿puedes venir, por favor? —La voz de Mona estaba cargada del cansancio permanente que sufren los que tienen seres queridos muy enfermos.

      —Llámame después СКАЧАТЬ