Todo lo que hay dentro. Edwidge Danticat
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Читать онлайн книгу Todo lo que hay dentro - Edwidge Danticat страница 8

Название: Todo lo que hay dentro

Автор: Edwidge Danticat

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789874178619

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СКАЧАТЬ le hicieron eso, ¿no? —preguntó Elsie.

      —No —dijo Blaise—. La madre dice que tenía la cara, el cuerpo entero, todo intacto.

      Puso algo de énfasis en «el cuerpo entero», advirtió Elsie, porque quería indicarle que a Olivia tampoco la habían violado. Se preguntó cómo podía saber eso él, pero no se atrevió a averiguar. Lo que hizo fue soltar un suspiro de alivio tan fuerte que Blaise la siguió con uno igual.

      —La madre la va a enterrar en el mausoleo de su familia, en la aldea de ellos, en el norte —agregó.

      —¿Vas a ir? —preguntó ella.

      —Por supuesto —dijo—. ¿Tú…?

      Ella no lo dejó terminar. Por supuesto que no iría. Incluso si quisiera, no le alcanzaba para el pasaje de avión. Ya había reservado un vuelo a Les Cayes para dentro de algunos meses, para visitar a su familia, y no solo iba a necesitar llevarles dinero, sino también enviarles todas las otras cosas que le habían pedido, incluida una pequeña heladera para sus padres y una computadora portátil para su hermano.

      Justo en ese momento, el sonido se cortó por un instante.

      —Es de Haití —dijo él—. Me tengo que ir.

      Cortó tan abruptamente como había vuelto a entrar en su vida.

      —Elsie, ¿estás bien? —Gaspard estaba de pie en la puerta. Respiraba con fuerza cuando extendió los brazos para sostenerse de los dos lados del marco. La hija estaba de pie detrás de él con un tanque de oxígeno portátil.

      Elsie no estaba segura de cuánto tiempo habían estado ahí, pero fuesen cuales fuesen los sonidos que había emitido inconscientemente, fuesen cuales fuesen los gemidos, los gruñidos o los quejidos que se le hubiesen escapado, los habían llevado hasta allí. Se acercó a ellos mientras se ajustaba el cinturón de la bata de toalla. Entre gruñidos, Gaspard miró detrás de ella; paseó la mirada por la pequeña habitación y vio la sencilla cama con somier y la cómoda, que hacía juego.

      —Elsie, mi hija te oyó llorar. —Los labios de Gaspard, ya casi sin sangre, temblaban como si tuviera frío, aunque todavía parecía más preocupado por ella que por sí mismo cuando preguntó—: ¿Tu hermana está bien?

      El cuerpo de Gaspard se tambaleó hacia donde estaba su hija. Mona le extendió los brazos y lo sostuvo firmemente con una mano mientras con la otra mantenía en equilibrio el tanque portátil de oxígeno. Elsie corrió hacia delante, sujetó a Gaspard y dijo:

      —Por favor, vuelva a pensar su decisión de despedirme, mesye Gaspard. Ya no voy a recibir más esos llamados.

      Tenía razón. Blaise nunca la volvió a llamar.

      Unos días más tarde, después de que Gaspard cediera a los ruegos de su hija y aceptara el riñón, Elsie tuvo un fin de semana libre y, como no tenía otra cosa que hacer, tomó el autobús hasta el club de Dédé el sábado por la noche, con la esperanza de que Blaise estuviera allí, de regreso del funeral de Olivia en Haití.

      Todavía eran las primeras horas de la noche, así que el lugar estaba casi vacío, salvo por algunos universitarios de la zona a los que Dédé vendía tragos sin pedirles identificación. Dédé estaba detrás de la barra. Elsie se sentó frente a él mientras una camarera le gritaba los pedidos.

      —¿Cómo lo llevas? —preguntó Dédé cuando la camarera se fue con los tragos.

      —Trabajo mucho —dijo ella—, para vivir.

      —¿Sigues con los viejos? —preguntó él.

      —No siempre son viejos —dijo ella—. A veces son jóvenes que tuvieron un accidente de auto o que tienen cáncer.

      Finalmente, llegaron a Blaise.

      La idea de que se casaran había sido de Blaise. Después de la ceremonia civil de tres minutos, de la que habían sido testigos Dédé y la amiga de Elsie, la jefa de la agencia de auxiliares de enfermería, Dédé había organizado un almuerzo en el bar para ellos.

      —Tendrías que haberte casado conmigo. —Ahora Dédé extendió el brazo y le acarició el hombro de modo juguetón. Él nunca se había casado y, según Blaise, no tenía intención de casarse nunca.

      —En ese momento no me lo propusiste y ahora tampoco —dijo ella.

      —¿Y si lo que pido es otra cosa? —Le pasó los dedos por la clavícula, los bajó hasta el primer botón de la blusa y dejó allí la mano unos segundos. En su mirada intransigente parecía haber alguna posibilidad de alivio o de compañerismo disfrazados de amor.

      Por patético que pareciera, ella creía que amaba más a Blaise cuando lo veía sobre el escenario. La seducía algo en lo que ni siquiera pensaba que era bueno. La dedicación de Blaise a sus mediocres dotes le había derretido el corazón. Observar a otras mujeres suspirar por el cuerpo ágil y flexible de Blaise, y más aún la mirada penetrante que dedicaba a las distintas caras de la multitud mientras cantaba, también la encendía. Envidiaba que esas otras mujeres pudieran fantasear con él, quizá que imaginaran que la vida con él sería una fiesta de canciones sin fin. Pero muy de vez en cuando, la sensación iba más allá, en momentos cotidianos, como cuando lo miraba cocinar un omelette relleno con arenque ahumado, que después compartían en la barra para desayuno donde comían todas sus comidas. Ahí era que hablaban más a menudo sobre tener un bebé. Él la había convencido fácilmente de alquilar juntos un departamento y después, de casarse; ¿por qué no también tener un bebé? Sin embargo, ella había pensado que el mejor momento para tener un hijo sería después de comprar una casa para los dos, por pequeña que fuese.

      —¿Supiste de él? —le preguntaba ahora Dédé. Lentamente, ella le quitó la mano del bretel de su corpiño.

      —No desde hace un tiempo —dijo.

      —Oí que se piensa quedar en Haití definitivamente —dijo Dédé, y le guiñó el ojo una vez que asimiló su rechazo. Sacó algunos vasos de abajo de la barra y se puso a limpiarlos por dentro con una toallita blanca. Y quizás esa fuese su venganza, o tal vez había estado esperando para decírselo, pero entre que apoyó un vaso y levantó otro, dijo—: Está viviendo en Haití con el dinero de la banda y un montón de efectivo que sacó de unos secuestros falsos que inventaron entre él y tu amiga Olivia. Te juro que tengo gente en eso. Si los llegan a ver…

      Si le hubiera estado pasando a otra persona, ella se habría preguntado por qué esa persona no estaba ya caída en el suelo por la impresión. Pero ella tampoco se desmayó. Era como si quedara confirmado ese resquicio de duda que la había estado atormentando, ese atisbo de sospecha que en parte la había llevado hasta allí.

      —¿Entonces está viva? —preguntó.

      —Ah, ¿te dijo que estaba muerta? —dijo Dédé y bajó el vaso que tenía en la mano.

      —¿No está muerta? —volvió a preguntar ella, solo para estar segura.

      Quería reírse, pero lo que hizo fue tratar de encontrar algunas palabras más. ¿Cómo podía haberse dejado engañar, robar, con tanta facilidad? ¿Cómo podía haber sido tan ingenua, tan estúpida? A lo mejor había tenido algo que ver que Gaspard hubiese estado tan enfermo esa semana y que su hija hubiese estado ahí mirando. Había estado tan desconcentrada que había confiado СКАЧАТЬ