El discipulado financiero. Peter J. Briscoe
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Название: El discipulado financiero

Автор: Peter J. Briscoe

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9788418961281

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      1 ¿Qué es un discípulo?

      ¡Los cristianos primero fueron llamados “discípulos”! Quizá esto te sorprenda un poco porque estamos acostumbrados al término “cristianos” para referirnos a los seguidores de Jesús. El apelativo “cristiano” es mucho más popular que “discípulo”, pero la Biblia habla mucho más de discípulos que de cristianos. Fue en Antioquía, donde Pablo y Bernabé enseñaban, “donde a los discípulos se les llamó ‘cristianos’ por primera vez” (Hch. 11:26).

      En el siglo I, todo el mundo sabía lo que era un discípulo, porque estaban muy extendidos en su cultura. Un discípulo era alguien que se apegaba a alguien más entendido, sabio o experimentado para aprender de esa persona. El término griego que se usa para “discípulo” es mazetes, que significa aprendiz, y la persona con quien estaba relacionado era un didaskalos, que significa maestro. Los griegos usaban el sistema maestro-discípulo para educar a las personas, durante el transcurso habitual de sus vidas, experimentando juntos los sucesos cotidianos. Normalmente, vivían juntos y compartían experiencias, aprendiendo unos de otros.

      Jesús empleó el mismo método para formar a sus discípulos, quienes constituirían el núcleo del nuevo movimiento. En las escuelas griegas de la época, los alumnos, en su calidad de “discípulos”, no tenían que estar sentados en un aula cada día, sino que aprendían paseando, observando y debatiendo con su maestro. Según la concepción griega, el discipulado conllevaba seguir, imitar y aprender.

      Marcos nos dice que Jesús “designó a doce, a quienes nombró apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar” (Mc. 3:14). Por lo tanto, el fundamento del discipulado es estar “con él” en una relación cotidiana, aprender de él y ser “enviados” a ministrar a otros de la misma manera.

      Una buena definición de un discípulo es la que acuñó un pariente lejano mío, Stuart Briscoe.

      “Un discípulo es una persona que mantiene una relación constante con Jesucristo, una relación que transforma la vida, y que comparte con alegría con otros lo que él o ella ha aprendido”.

      Recuerdo una vez que volvía a casa en coche, después de unas vacaciones en familia, y no estaba seguro de qué carretera debía seguir. Al salir del centro vacacional vi que nos seguían tres coches. Al cabo de pocos kilómetros no me cupo ninguna duda de que nos habíamos perdido, y decidimos aparcar y consultar el mapa para dilucidar qué ruta teníamos que seguir. Los tres vehículos nos siguieron. Pregunté a uno de los conductores si sabían cuál era la carretera correcta y me contestó: “¡No, si le estábamos siguiendo a usted!”.

      Ese día aprendí dos cosas. La primera es que, si quieres guiar a alguien, tienes que saber adónde vas. La segunda es que, si estás siguiendo a alguien, ¡debes estar seguro de que sabe lo que está haciendo!

      Un discípulo es un aprendiz, que aprende de alguien que tiene más sabiduría y más experiencia. Por supuesto, nuestro maestro por antonomasia es el propio Jesús, pero tenemos que relacionarnos con otro discípulo que nos ayude a conocer mejor a Jesús. Debemos elegir cuidadosamente a quién nos apegamos. Ese discípulo debe ser alguien que sepamos que sigue a Jesús y obedece a las Escrituras. Pablo podría decir: “imitadme a mí, como yo imito a Cristo” (1 Co. 11:1).

      A un discípulo se le llama a caminar “con” Cristo (evangelización), se le prepara para vivir “en” Cristo (capacitación), se le envía a vivir “para” Cristo (servicio) y recibe el mandamiento “de” Cristo para ministrar a otros (empoderamiento).

      Algunas de las últimas palabras que dijo Jesús a sus discípulos después de su resurrección fueron el mandamiento de “id y haced discípulos…” (Mt. 28:19). Ellos debían reproducir y transmitir a otros lo que habían aprendido de él.

      El propósito del discipulado

      El propósito y la meta última del discipulado es la madurez en Cristo. “A este Cristo proclamamos, aconsejando y enseñando con toda sabiduría a todos los seres humanos, para presentarlos a todos perfectos en él” (Col. 1:28). El término griego para “maduro” es teleios, que significa completo, adulto y perfecto.

      El desarrollo de esta madurez requiere una transformación tripartita. Jesucristo realiza un cambio que afecta a todas las áreas de nuestra vida. Vemos esta transformación en tres niveles que son interdependientes:

       Ser una nueva persona: recibo una identidad nueva. Cristo vive en mí. Vivo conforme a un conjunto de valores nuevo: nuevas prioridades, nuevos objetivos, nuevas esperanzas. ¡Se me ha concedido una vida nueva! “Por tanto, mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva” (Ro. 6:4).

       Ver con otros ojos: obtengo una mente nueva. La mente de Cristo me moldea; él transforma nuestras actitudes y nuestra cosmovisión. El Espíritu Santo desarrolla en nosotros la mente de Cristo, de modo que podamos realizar juicios precisos de cualquier situación. “En cambio, el que es espiritual lo juzga todo, aunque él mismo no está sujeto al juicio de nadie, porque ‘¿quién ha conocido la mente del Señor para que pueda instruirlo?’. Nosotros, por nuestra parte, tenemos la mente de Cristo” (1 Co. 2:16).

       Vivir una vida nueva: tengo una ética diferente. El amor de Cristo me motiva. No solo consigo nuevas relaciones, sino una actitud nueva hacia las relaciones anteriores (perdón, reconciliación y paz). “Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos los unos a los otros, pues así lo ha dispuesto” (1 Jn. 3:23).

      Cristo desarrolla progresivamente en nosotros un nuevo carácter moral que es un espejo del suyo propio. Por consiguiente, se trata de una transformación holística: existencial, emocional, ética, relacional. La condición para esta madurez es “estar en Cristo”. “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” (2 Co. 5:17).

      La pregunta clave es: ¿cómo es posible esto? Desde el punto de vista humano, no lo es. En esta experiencia que transforma la vida hay un elemento sobrenatural que va mucho más allá de los esfuerzos o los recursos humanos. La capacidad de transformación no procede solamente del mensaje de Jesús per se (sus ideas y su ejemplo), sino de su poder. Tal como dijo lisa y llanamente el ciego al que sanó Jesús: “si este hombre no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada” (Jn. 9:33).

      El llamamiento principal en nuestra vida como discípulos es el de seguir un proceso constante de transformación para asemejarnos a Cristo. Randy Alcorn afirmó lo que la mayoría de personas ha experimentado como el propósito de su vida. Dijo: “Durante toda tu vida has estado buscando un tesoro. Has estado buscando a la persona perfecta y el lugar perfecto”. Yo encontré a esa persona perfecta, Jesús, y también el lugar perfecto al que me condujo… el reino de Dios.

      Un discípulo sigue… ¡y luego se marcha!

      “Venid, seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Esta es la invitación que extendió Jesús a los hombres dedicados al negocio de la pesca, que eran Simón, Andrés, Jacobo y Juan. Se nos dice que “al momento dejaron las redes y lo siguieron” (Mc. 1:17-18).

      Dejaron sus redes, sus barcas, su familia, a sus jefes, su negocio y su forma de vida, todo para seguir a Jesús. Hacer esto supuso una decisión repleta de emociones profundas y duraderas. Más tarde, Simón, llamado entonces Pedro, exclamó dirigiéndose a Jesús: “¡Nosotros hemos dejado todo lo que teníamos para seguirte!”.

      Jesús prometió: “Os aseguro que СКАЧАТЬ