El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840). Antonio Caridad Salvador
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СКАЧАТЬ de la siguiente manera. Cuando el gobierno necesitaba soldados convocaba una quinta (si se trataba de crear nuevas unidades) o un reemplazo (para cubrir bajas de unidades ya existentes). Una vez establecido el número de combatientes necesarios se repartía la cuota entre las provincias y se enviaba a las diputaciones para que organizaran el reparto por pueblos. En función de la población se asignaba un número de reclutas a cada localidad y el ayuntamiento procedía después al sorteo, normalmente entre los solteros entre 18 y 40 años. Los infelices a los que tocaba ser soldados se veían obligados a servir durante 7 u 8 años en el ejército (según si les tocaba caballería o infantería), normalmente bastante lejos de sus hogares, para dificultar la deserción. Una forma de librarse era pagando 4.000 reales, pero esta era una suma considerable, que sólo estaba al alcance de los más acomodados. Por eso al final el ejército liberal estaba compuesto por soldados de origen humilde, que no habían podido eludir el servicio militar.51

      Como ser reclutado suponía una tragedia para muchas familias, algunos quintos se cortaban dedos o arrancaban dientes para ser declarados inútiles. Mucho más frecuente debió ser la huida del pueblo, que practicaban muchos jóvenes en cuanto salían elegidos. Otros, en cambio, se incorporaban a su unidad pero desertaban a la primera oportunidad, algo que fue muy frecuente entre 1837 y 1839, cuando la moral de las tropas de las reina alcanzó su nivel más bajo, debido a las constantes victorias carlistas. Para evitar esto las autoridades publicaban listas de desertores, encargando a los ayuntamientos que los localizaran para devolverlos a sus unidades. Además, el general Oraa hizo público un indulto para los prófugos que se incorporaran a filas, amenazando con fusilar a los que no lo hicieran. Esto no debió funcionar mucho, ya que en junio de 1839 el brigadier Facundo Infante, lugarteniente del capitán general y gobernador militar de Valencia, impuso penas de prisión a los familiares de desertores y ofreció recompensas a los que ayudasen a su captura.52

      Pero no todos en el ejército estaban allí contra su voluntad. En primer lugar porque muchos jefes y oficiales eran voluntarios, que habían estudiado en academias militares y que pertenecían a la pequeña nobleza o a la burguesía. Además, también hubo mercenarios entre las fuerzas isabelinas, como el regimiento de Oporto, que estaba formado por alemanes, británicos y portugueses, y que participó en numerosas acciones de guerra en el País Valenciano. Se llamaba así por haber servido en Portugal durante la guerra civil que poco antes había asolado dicho país. Estas fuerzas eran muy indisciplinadas, ya que a menudo recurrían al saqueo y se amotinaban cuando no se les pagaba la soldada. Por último hay que mencionar a los carabineros de costas y fronteras, un cuerpo policial encargado de la represión del contrabando, y que también se dedicó a combatir a los carlistas.53

      Además del ejército los liberales contaban con milicias, que numéricamente eran mucho más importantes. La principal era la milicia urbana, creada en 1834 y que, tras cambiar su nombre por el de guardia nacional, acabó llamándose milicia nacional. El gobierno quería que esta nueva fuerza estuviera formada sólo por personas “respetables”, con un cierto nivel económico que les acercara a las ideas liberales. Por ello se exigió a los milicianos una renta mínima y que se pagaran su uniforme. No obstante, con estos solo no fue suficiente, por lo que se acabó reclutando a muchos que no cumplían estas condiciones. Además, tampoco bastó con los voluntarios, lo que llevó al reclutamiento forzoso, que fue el que proporcionó la mayor parte de los milicianos. Por otra parte, el predominio progresista en esta fuerza armada se convirtió en un problema para los gobiernos moderados, ya que llevó a la milicia a protagonizar numerosos motines en las ciudades, exigiendo cambios de gobierno o represalias contra los prisioneros rebeldes.54

      Otro tipo de milicias fueron los cuerpos francos, también llamados “peseteros” porque cobraban una peseta al día. Su existencia fue regulada en 1834 y funcionaban como guerrillas liberales, que actuaban en grupos reducidos, atacando a pequeños grupos enemigos. Eran todos voluntarios, atraídos por la paga, y que, al contrario que la milicia nacional, solían ser de origen humilde, especialmente jornaleros. Eran financiados por los ayuntamientos, normalmente con vecinos de la zona, por lo que sólo se formaban en las comarcas donde operaban grupos carlistas de los que hubiera que protegerse.55

      Todas estas fuerzas se organizaban en compañías y batallones, al igual que el ejército regular, donde había además regimientos. Estos últimos se dividían en varios batallones y podían ser provinciales o de línea. Los primeros eran más numerosos y se formaron durante la guerra, con oficiales que venían de la vida civil, salvo el jefe de la unidad, que era el único profesional. En cambio los segundos ya existían en tiempo de paz y contaban con una oficialidad que había pasado por las escuelas militares.56 Estos dos tipos de regimientos se encuadraron en divisiones, con las que en 1836 se creó el ejército del centro, para unificar las fuerzas que operaban en Valencia y Aragón. Normalmente el ejército liberal funcionaba dividido en columnas de entre 500 y 2.000 hombres, que se dedicaban a perseguir a los carlistas o a acudir en ayuda de las localidades atacadas por el enemigo. Pero también dejaban destacamentos más pequeños en poblaciones estratégicas o en pueblos amenazados a menudo por los rebeldes. Sin embargo, en 1835 muchos de estos destacamentos sucumbieron ante las fuerzas carlistas, lo que llevó a las autoridades a concentrarlos en menos localidades, para que pudieran defenderse mejor.57

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      El ejército liberal en campaña

      Muy diferente era la función de las milicias, que tenían una movilidad mucho más reducida. La más numerosa era la milicia nacional, que existía en la mayoría de las poblaciones, aunque estuvieran lejos del territorio donde operaban los rebeldes. Sus miembros realizaban patrullas de vigilancia por turnos, lo que permitía a la mayoría dedicarse a sus oficios, movilizándose sólo en caso de peligro. Cuando se acercaban fuerzas rebeldes podían realizar batidas, si se trataba de fuerzas pequeña, o refugiarse en la iglesia en espera de ayuda del ejército, si eran atacados por un grupo numeroso. No obstante, lo más habitual era que los milicianos no hicieran nada de esto, pues muchos de ellos lo eran a la fuerza y no tenían interés en arriesgar su vida por algo que les importaba bien poco. Otras veces eran adictos a la causa de la reina pero eran muy pocos o no tenían apenas armas para enfrentarse a sus enemigos. Por eso sólo ofrecían resistencia en localidades grandes o fuertemente liberales, donde el riesgo de combatir a los rebeldes era menor. Esto permitía a los carlistas entrar sin problemas en la mayoría de los pueblos, sin encontrar oposición por parte de la milicia.58

      Los cuerpos francos eran más móviles y solían operar en grupos denominados “partidas volantes”, normalmente dentro de la misma comarca. No se dedicaban a defender pueblos, sino a realizar labores de exploración y a atacar a pequeñas partidas o convoyes enemigos, a veces en combinación con la milicia nacional. No obstante, a menudo no eran más que grupos armados que, con la excusa de hacer la guerra a los carlistas, recorrían los pueblos cometiendo robos y otros excesos.59

      Pero volvamos con el ejército liberal, a fin de ver cómo era su abastecimiento y equipamiento. Lo más habitual era que se abastecieran exigiendo raciones a los pueblos, dando después los recibos oportunos para que los municipios recibieran después el dinero. No obstante, esto no siempre se hacía y, aunque así fuera, las probabilidades de cobrar el dinero a un estado en guerra y escaso de recursos eran bastante limitadas. Por eso a menudo los soldados no encontraban raciones y recurrían al saqueo y a la violencia para conseguir alimentos. Al mismo tiempo, la pobreza del erario público obligaba a muchos municipios fortificados a mantener a su costa a las guarniciones del ejército, lo que suponía una carga insoportable para una población empobrecida por la guerra. Además, para transportar los suministros los liberales utilizaban mulas confiscadas en los pueblos, obligando a sus dueños a acompañarles durante la marcha. Esto se denominaba “servicio de bagages” y suscitaba muchas quejas de los ayuntamientos, ya que a menudo no se pagaba ni se daba alimento a los bagajeros, como estaba estipulado.60

      Otras veces, sobre todo cuando se necesitaban grandes cantidades de suministros, СКАЧАТЬ