Franquismo de carne y hueso. Gloria Román Ruiz
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СКАЧАТЬ tras su «liberación» el 15 de septiembre de 1936. Temerosos de las represalias ante la proximidad de las tropas nacionales, muchos vecinos abandonaron el pueblo con la esperanza de alcanzar Almería. Durante la fatídica noche del 23 de febrero de 1937, popularmente conocida como «la noche de los ochenta», tomada ya Málaga por parte de las tropas de Queipo de Llano, fueron fusiladas y enterradas en una fosa común del cementerio 125 personas, a las que se unirían 26 más en los días sucesivos.93 Además, casi una veintena de tebeños fueron encausados por el Tribunal de Responsabilidades Políticas y otros tantos fueron depurados de sus puestos de trabajo.94 Así las cosas, muchos se vieron obligados a exiliarse o huir a la sierra, acabando más de sesenta de ellos en campos de concentración franceses o nazis.95

      Encarna Lora nació en esta localidad malagueña en aquel fatídico contexto de la inmediata posguerra. Vivió en una gran casa en la esquina que formaban las céntricas calles Grande y Herradores junto a su padre, José Jesús, propietario sin «ninguna procedencia política», presidente de la sociedad casino y jefe de la Sección Económica de la Hermandad Sindical de Labradores y Ganaderos (HSLG), el sindicato único en el campo; su madre, María, una mujer apuesta con un bagaje cultural destacable para la época y muy apreciada en el pueblo; y sus cuatro hermanos, Pepín, Isabel, María y Pilar. Durante la guerra «los rojos» habían asesinado a su tío, Francisco Lora, en la zona conocida como «Fuente de los perros». En la década de los cuarenta fueron tres las cuestiones que más condicionaron el sentir de la familia hacia la Nueva España: la crisis de abastecimientos, las políticas benéfico-asistenciales puestas en marcha para contrarrestar los problemas de suministros y la despiadada represión llevada a cabo por la dictadura contra sus enemigos (gráfico 1).96

      Como jefe de la Sección Económica de la HSLG, encargada de defender los intereses de los labradores, José Jesús estuvo entre los que encabezaron las reclamaciones contra el cupo forzoso a entregar al Servicio Nacional del Trigo, uno de los principales símbolos de la impopular política agraria y autárquica del régimen.97 Mucho más de cerca vivió Encarna la escasez de productos de primera necesidad, pues a la casa acudían muchos vecinos a pedirles comida. Al tratarse de una familia pudiente, fueron víctimas de hurtos famélicos como el perpetrado por un convecino que se escondió en el pajar con la intención de llevarse unos huevos y un poco de pan. Y es que, como recuerda esta malagueña, había familias en el pueblo que amanecían sin nada que llevarse a la boca y cuya situación era «de llanto y de pena». La familia se mostró solidaria con quienes acudían a pedir a la casa, a los que autorizaba a coger habas del campo o entregaba vasitos con el suero que quedaba tras elaborar queso con la leche de las vacas, cabras y ovejas que tenían. Encarna no ha olvidado los días en que ella y sus hermanos tomaban las chocolatinas, las «vitaminas» y el aceite de hígado de bacalao que compraba su madre a las matuteras, mujeres de posguerra que asumían diariamente el riesgo de desplazarse hasta el Campo de Gibraltar para adquirir y esconder bajo sus ropas artículos de contrabando que luego vendían en sus pueblos.98 Ella veía este negocio «estupendamente, porque las pobres con eso se ganaban su dinero». Así, la desastrosa política de abastecimientos de aquellos años, que llevó el pan negro y los piojos a Teba, habría generado resignación o incluso disenso en esta familia acomodada. En consecuencia, las políticas benéfico-asistenciales de la dictadura para paliar la miseria en que quedó sumida la localidad sí habrían estado bien vistas. Los niños «alojados» que «echaban» en su casa y con los que ella misma se sentaba a la mesa, o el comedor de Auxilio Social al que acudían algunos vecinos en busca de un plato caliente, habrían suscitado el asenso de la familia.

      Sin embargo, los Lora Jiménez vieron con muy malos ojos la brutal represión practicada sobre los «hombres de la sierra» que actuaban en la zona. Y ello a pesar de que, en el año 1946, el niño Pepín, el menor y el único varón de los cinco hermanos, fue secuestrado por una partida de guerrilleros que lo mantuvo escondido durante varios meses en una cueva y la familia hubo de pagar el elevado rescate exigido por carta anónima para traerlo de vuelta a casa. El hecho de que el chico nunca hablase mal de sus raptores a su regreso, arguyendo haber recibido un buen trato, y de que el propio José Jesús llegase a entrar en la cárcel por haberles entregado el dinero, hubieron de moldear esta actitud de disenso. María no tomó rencor a quienes se llevaron a su hijo, entendiendo que «ése era su trabajo, para comer y para comer su familia» y que lo habían hecho porque de algún modo habían de «buscarse la vida». Y, una vez que los detuvieron, el padre se negó a que Pepín acudiera a reconocerlos, espetando un revelador: «¿para qué?, ¿para que matéis vosotros a gente?». Encarna, por su parte, no ha borrado de su memoria la imagen del cuerpo sin vida de Diego «el de la Justa», uno de los maquis que participó en el secuestro de su hermano, que fue paseado por el pueblo en una mula mientras era vapuleado por varios vecinos que lo cogían del pelo para levantarle la cabeza o que le acercaban encendedores hasta quemarle la piel.99

      La década de los cincuenta coincidió con la juventud de Encarna, que empezó a seguir radionovelas como Ama Rosa y a participar en las actividades de ocio –labores de costura y bordado, gimnasia o teatro– organizadas por la Sección Femenina en la sede de Falange, instalada en la antigua Casa del Pueblo. En unos días en que «no había nada de diversión» en Teba las muchachas de su edad percibieron con interés, e incluso con entusiasmo, los ofrecimientos lúdicos que les llegaban desde la delegación falangista y que les proporcionaban un cierto margen de autonomía.100 Hacia mediados de la década de 1950 hizo el Servicio Social, que desde 1944 debían realizar con carácter obligatorio prácticamente todas las mujeres de entre 17 y 35 años para poder obtener el pasaporte y el carné de conducir o conseguir un empleo en la administración.101 Las tareas que le asignaron consistieron en realizar cuestaciones a favor de la Cruz Roja y repartir la leche en polvo y el queso en bola que llegaba desde Estados Unidos, el nuevo aliado político de la dictadura desde 1953. «Y nosotras muy orgullosas de las prestaciones que se hacían», afirma en una muestra de consentimiento activo (gráfico 1).

      Por aquellas fechas comenzó su noviazgo con Pepe, un convecino diez años mayor que ella que regentaba un estanco. Como el resto de muchachas de la época, cuando salía con él tenía que hacerlo acompañada de una de sus hermanas o de una amiga, pues «estaba muy mal visto eso de irse solos». Así ocurría con motivo de los bailes de Pascua, en los que las madres «tenían que estar delante», o cada domingo o «dominguillo chico» (miércoles) que acudían al cine Anaya. Allí veían el nodo, que precedía a la proyección de la película, y que ella recuerda con una mezcla de añoranza, asenso y adaptación resignada en los siguientes términos: «Gustaba de ver esas cosas porque te salía un reportaje como si fuera una película. Todas esas cosas no estaban mal. Se veían bonitas. Hombre, lo que había. Es que no había otra cosa».

      A los 15 años, como Pepe ya estaba «pretendiéndola», decidió empezar a llevar medias de cristal y, como mandaba la costumbre según la cual el uso de esta prenda precipitaba la entrada de las muchachas en la edad adulta, se sintió forzada a abandonar la escuela. Su percepción sobre la rígida y conservadora moralidad imperante, que hasta ahora le había resultado indiferente por ser tan solo una niña, la habría situado en el ámbito del disenso en este terreno. Encarna reconoce que, dado que durante la feria del pueblo –coincidiendo con las fiestas patronales– los padres estaban vigilantes en las casetas, los jóvenes preferían la romería –celebrada con motivo del día de San Isidro Labrador, patrón de la HSLG, el 15 de mayo–, pues en el campo «se desperdigaba una un poquito». Además, recuerda que «para darle un beso a mi novio me venía negra. Yo me tiraba dos meses y más (…) Estaba todo muy estricto, es que era demasiado, era exagerado». Para tratar de remediar aquella desesperante situación la pareja se las ingeniaba para salir de la casa de Encarna y poder quedarse unos preciosos minutos a solas, en lo que constituía un pequeño desafío a la estricta moral oficial del nacionalcatolicismo. Una de las argucias de las que se valieron fue el pretexto de ir a visitar a una de sus hermanas casadas, Isabela, propuesta que era hecha por el joven en presencia de los familiares de la mujer.

      Ya a la altura de 1959 esta familia tebeña propietaria de tierras con trabajadores a su cargo se vio afectada СКАЧАТЬ