Franquismo de carne y hueso. Gloria Román Ruiz
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СКАЧАТЬ No obstante, existió una resistencia armada protagonizada por los maquis, que llegaron a representar un verdadero quebradero de cabeza para las nuevas autoridades en algunas zonas de montaña. Estas acciones guerrilleras, junto con los intentos clandestinos por revitalizar las organizaciones políticas y sindicales, constituyeron los esfuerzos organizados más sobresalientes por plantar cara al régimen recién nacido.77

      En estos años cuarenta fueron tres los aspectos que más condicionaron las actitudes sociopolíticas de la población.78 En primer lugar, la gestión de la crisis alimentaria, causada –o al menos, agravada– por la férrea y prolongada adopción de la política autárquica, que suscitó las críticas y las quejas de los vecinos.79 El grave problema de desabastecimiento trató de resolverse con el parche de la beneficencia, fundamentalmente canalizada a través de la institución falangista Auxilio Social, que ha sido bautizada como «la sonrisa de Falange» y que bien pudo contribuir a tornar más amable la imagen de la dictadura.80 En segundo lugar, la Segunda Guerra Mundial que, por una parte, generó comentarios aliadófilos entre quienes mantenían la esperanza en una intervención exterior que hiciera virar el rumbo político del país81 y, por otra, fue utilizada por la propaganda dictatorial para la construcción del relato del Caudillo como garante de la neutralidad de España en la contienda.82 Por último, la furia represiva de la dictadura alcanzó todos los ámbitos de la cotidianeidad al revestir múltiples aristas –física, económica, cultural, psicológica– conectadas entre sí. Los procesos represivos y coercitivos contra los vencidos dieron pie a sentimientos encontrados. Por un lado, habrían recibido el visto bueno de amplios grupos sociales en los que caló el discurso oficial del «justo y merecido castigo» por los «desmanes» cometidos.83 Por otro lado, suscitó el rechazo de importantes sectores que, aun habiéndose alegrado de la victoria franquista, estimaron a todas luces excesivo el duro y prolongado ejercicio de la violencia que siguió a la victoria. Para este segundo grupo, una vez concluida la guerra, la represión contra los perdedores quedaba fuera de los márgenes de lo comprensible.

      La entrada en la década de los cincuenta supuso un importante éxito para un régimen que había logrado sobrevivir y estabilizarse durante los difíciles años cuarenta. En esta etapa se difuminó la marcada polarización sociopolítica entre quienes habían ganado la guerra y quienes la habían perdido, al tiempo que se abría paso un nuevo y más moderado discurso sobre la Guerra Civil.84 Paralelamente, los mecanismos represivo-coercitivos, aunque omnipresentes a lo largo de todo el período, perdieron intensidad o, al menos, adquirieron nuevos y más sutiles sesgos.85 Fue esta también la década en que se puso fin al ostracismo político de un régimen que comenzaba a ser aceptado internacionalmente, cuestión percibida positivamente por la población y que habría contribuido a su consolidación en el interior. No obstante, los años cincuenta trajeron consigo algunas de las primeras grandes exteriorizaciones de actitudes de disconformidad de la era franquista, caso de la huelga de tranvías de 1951 o de los disturbios universitarios de 1956, cuyos ecos llegaron hasta las zonas rurales del país.

      Los años sesenta reportaron una nueva legitimidad a la dictadura, la de la paz, convenientemente explotada mediante la campaña propagandística de los «XXV Años de Paz».86 En clara correlación con aquella estuvo la del «desarrollismo» o «boom económico», que vino a sumarse a la legitimidad de origen y que condicionó las actitudes sociales de una población que, partiendo de niveles de miseria, empezaba a adquirir bienes de consumo y a mejorar sus condiciones materiales de vida. En esta etapa de madurez el régimen dio un nuevo impulso a la creación de infraestructuras y a algunas políticas sociales como la construcción de viviendas baratas que sirvieron para granjearle nuevos apoyos hasta el punto de llegar a convertirse en otro de sus grandes hitos propagandísticos.87 Pero durante esta década las actitudes estuvieron también moldeadas por la emigración al exterior, germen de impopularidad hacia un régimen que, incapaz de generar suficientes puestos de trabajo, expulsaba a parte de su mano de obra. Al mismo tiempo, las salidas al extranjero constituyeron una oportunidad para la entrada en contacto con realidades democráticas europeas que alejó para siempre a estos emigrantes de la dictadura. Tampoco habría contribuido a la aceptación social del franquismo la creciente hostilidad de buena parte del ámbito estudiantil ni el distanciamiento, cuando no las críticas abiertas, de importantes sectores de la Iglesia católica imbuidos de las ideas de justicia social traídas por el Concilio Vaticano II.88

      Los primeros años setenta, en fin, ofrecen numerosos síntomas del ya evidente deterioro de la relación entre el Estado franquista y la sociedad civil. Durante el tardofranquismo aumentó el peso de las actitudes disconformes, logrando imponerse sobre los decrecientes apoyos sociales de una dictadura que comenzaba a tambalearse. Las actitudes disconformes se exteriorizaban cada vez más frecuentemente a través de micromovilizaciones, al tiempo que empezaban a construirse poderes alternativos al de la dictadura que, sintiéndose gravemente amenazada, intensificó la represión. En estos años se puede hablar con propiedad de oposición por parte de grupos sociales que venían expresando su disconformidad ya desde mediados de la década anterior, como el de los estudiantes o el de los católicos socialmente comprometidos, así como de extensión de la cultura democrática entre la sociedad, inclusive la rural.89 La balanza de las actitudes sociales estaba a estas alturas inclinada del lado oscuro que va desde la resignación a la oposición (gráfico 1). Es cierto que las protestas en que se tradujo el disenso no resultaron lo suficientemente contundentes y articuladas como para precipitar la caída de la dictadura, pero no lo es menos que hicieron inviable su continuidad.

      Lo interesante de todos estos discursos y políticas elaborados y puestos en marcha por el régimen a lo largo de sus casi cuarenta años de existencia es la forma en que fueron recibidos «a ras de suelo», esto es, su incidencia y repercusión sobre la gente de a pie.90 Solo mediante el estudio de las recepciones podremos conocer las percepciones que suscitó la obra de Franco entre los españoles y acercarnos al franquismo realmente vivido y experimentado. Se trata de comprender el funcionamiento y el impacto de los aparatos ideológico-políticos sobre la población. El éxito, fracaso, intensidad y alcance de los discursos y políticas franquistas estuvo condicionado por el proceso de negociación a que fueron sometidos por una población que no asumió sin más cuanto le llegaba «desde arriba», sino que fue capaz de aceptar unos aspectos y desechar otros. Por tanto, entre las autoridades franquistas y la sociedad civil se estableció un diálogo –aunque evidentemente desigual– bidireccional y con influencias recíprocas.

      Encarnación Lora Jiménez es una mujer nacida en 1940 en el seno de una de las familias más pudientes de Teba, un municipio eminentemente agrícola situado en el noroeste de la provincia de Málaga, en la comarca del Guadalteba, cuyas tierras han estado principalmente dedicadas a los cultivos de secano. La distribución de la propiedad de la tierra en la localidad se ha caracterizado por ser poco equitativa,91 lo que explica el grave problema de paro estacional, la secular conflictividad laboral y la intensidad de la emigración a los centros industriales que han afectado históricamente a la localidad. El flujo migratorio a partir de comienzos de la década de 1950, fundamentalmente dirigido hacia las regiones del norte peninsular, sobre todo Baracaldo (Vizcaya), estuvo motivado por la escasez y las duras condiciones del trabajo en el campo, donde existía una amplia masa jornalera. Teba pasó de tener 7.616 habitantes en 1950, el momento más álgido del municipio en términos demográficos, a verlos reducidos a poco más de 5.500 en 1970.92 Como consecuencia directa de la disminución de la mano de obra, la situación de los jornaleros que permanecieron en el pueblo mejoró sustancialmente. Además, la accidentada orografía dificultó la mecanización, con lo que se mantuvo la demanda de trabajo. No obstante, ello no se tradujo en el fin de la conflictividad en el campo tebeño, pues los jornaleros no cejaron en sus demandas de mejoras salariales y de reducción de la jornada laboral a seis horas.

      El hecho de que durante la Guerra Civil Teba estuviera atravesada por una de las líneas del frente sur (Peñarrubia-Gobantes), unido СКАЧАТЬ