Название: Obras selectas de Iván Turguénev
Автор: Iván Turguénev
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 4064066442316
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Pero, de improviso, apoderóse de mí un terror in-superable.
Me asaltó la idea de que aquel muerto sabía que estaba yo allí, y que era él quien había dispuesto aquel encuentro; hasta me pareció oírle mascullar frases ininteligibles, con aquella voz sorda que yo conocía...
Retrocedí para mirarlo de nuevo. Una cosa brillante atrajo mis miradas: era un anillo de oro que llevaba en la mano izquierda, y reconocí la sortija de boda de mi madre.
Jamás olvidaré cómo vencí mi repugnancia. Me acerqué de nuevo, me incliné sobre aquel cuerpo...
aun siento el contacto viscoso de sus dedos rígi- dos... recuerdo el furor con que, casi desorbitando los ojos, rechinando los dientes, arranqué el anillo que resistía... por fin cedió... y huí como un ladrón sin volver atrás la mirada, creyendo que alguien iba en pos de mí, me perseguía, me alcanzaba, me detenía...
XVI
Llevaba claramente escrito en el rostro todo lo que había sentido y padecido.
Cuando regresé a casa, corrí directamente al cuarto de mi madre, la cual, al verme, se incorporó de un salto, y me miró con tal insistencia, que, al cabo de un momento de vacilación, acabé por mostrarle el anillo sin decir una palabra.
Cubrióse su rostro de una palidez mortal y abrió desmesuradamente los ojos, que se le nublaron tanto como los del ahogado. Tomó la sortija, se tambaleó, cayó sobre mi pecho y así quedó rígida, con la cabeza echada atrás y fijando en mí sus grandes ojos espantados.
Rodeé su talle con ambos brazos, y sin mover-me del sitio le conté con voz lenta y dulce acento todo cuanto había sucedido, sin omitir pormenores: el ensueño, el encuentro... En fin, se lo dije todo.
Escuchó mi relato completo, sin interrumpirme con ninguna exclamación; pero su pecho se agitaba cada vez con más fuerza, se reanimó su mirada y entornó levemente los párpados. Luego se puso la sortija en el dedo anular, y, desprendiéndose de mis brazos, empezó a buscar la manteleta y el sombrero.
Le pregunté a dónde quería ir.
Me dirigió una mirada llena de asombro y quiso responder, pero le faltaba la voz.
Estremecióse varias veces, se restregó las manos como para calentárselas y exclamó:
-¡Vamos pronto!
-¿A dónde, madre?
-Allí, donde está él... Quiero verlo, quiero con-vencerme... lo reconoceré...
Traté de disuadirla, pero estuvo al borde de que la acometiera una crisis nerviosa. Comprendí que era inútil toda resistencia y salimos.
XVII
Estoy de nuevo en la playa; esta vez ya no voy solo, voy del brazo con mi madre.
El mar se ha retirado allá abajo, muy lejos; está en calma, pero produce el mismo zumbido siniestro y agorero.
Por fin, veo el peñasco solitario y la planta de esparganio. Miro con atención para encontrar aquella masa negra que estaba al lado... pero no veo na-da.
Nos acercamos a la roca, e involuntariamente acorté el paso. ¿Qué habrá sido del cuerpo siniestro y ya rígido? Sólo veo los tallos del esparganio, que forman una mancha oscura sobre la arena seca.
Llegamos, al fin, junto a la piedra. El cadáver ha desaparecido, y en el sitio donde estaba tendido no
queda sino un hueco donde se puede distinguir los rastros de los brazos y de las piernas...
El esparganio ha sido pisado y son muy claras las huellas de la planta de los pies de un hombre; los pasos están marcados en la arena y se van en dirección a las montañas silíceas.
Mi madre y yo cruzamos una mirada, y los dos nos asustamos de lo que acabábamos de leer mu-tuamente en nuestros ojos: “¿Se habría levando y habría partido?”
-¿Estás seguro de que estaba muerto?
Sólo tuve fuerzas para responder con movimiento de cabeza afirmativamente. No habían pasado tres horas desde que había visto yo el cadáver del barón... Alguien había venido y se lo había llevado...
Resolví verificar mi conjetura. Pero, ante todo, era necesario llevarme de allí a mi madre.
XVIII
Mientras nos íbamos al sitio siniestro, la fiebre la había sostenido; pero la desaparición del cadáver la impresionó de tal manera, que tuvo convulsiones y temí por su razón.
Me costó Dios y ayuda volverla a casa; hice que se acostara y llamé al médico. Cuando recobró los sentidos, su primera preocupación fue exigir que partiese en el acto en busca de “aquel hombre”.
Obedecí con presteza, pero todos mis esfuerzos resultaron vanos. Fui varias veces a la policía; recorrí todas las aldeas de los contornos, hice insertar anuncios en los periódicos, tomé infinidad de informes, pero todo fue inútil.
Un día me enteré de que habían llevado un ahogado a una de las aldeas de la costa. Me encaminé allí sin pérdida de tiempo, pero cuando llegué lo habían sepultado. Además, a juzgar por sus señas personales, no podía ser el barón.
Logré averiguar en qué nave se había embarca-do el barón para América. Suponíase que dicho barco había naufragado durante la tempestad; no obstante, parece que se supo algunos meses después que había fondeado en Nueva York.
No sabiendo ya a quién acudir para conseguir informes, me puse en busca del negro. Le ofrecí, por medio de anuncios en los periódicos, una suma importante si venía a verme. En efecto, un día, durante mi ausencia se presentó en casa un negro de gran estatura, envuelto en un poncho. Interrogó a nuestra doncella, se marchó en seguida y nadie volvió a verlo más.
Así se desvanecieron en sordas tinieblas todos los rastros de mi padre.
No hablábamos nunca de él. Una sola vez mi madre expresó su asombro de que no le hubiese referido más pronto mi terrible ensueño, y añadió:
-Era muy duro...
No concluyó su pensamiento.
Mi madre estuvo enferma largo tiempo; y cuando se hubo restablecido, no fueron ya nuestras relaciones lo que eran antes.
Sentía ella en mi presencia cierta contrariedad que СКАЧАТЬ