Obras selectas de Iván Turguénev. Iván Turguénev
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Название: Obras selectas de Iván Turguénev

Автор: Iván Turguénev

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4064066442316

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СКАЧАТЬ fui al café donde el día anterior había encontrado al barón. Nadie lo conocía, ni siquiera habían reparado en él; no hizo más que estar de pa-so. Es cierto que no habían olvidado al negro, porque era un tipo que obligadamente había de llamar la atención; pero nadie sabía de dónde venía, ni dónde se alojaba.

      Por lo que pudiera ocurrir, di las señas de mi ca-sa y me puse a recorrer las calles, las grandes vías, los mueIles, los alrededores del puerto; entré en todos los lugares públicos, sin descubrir el más pequeño rastro del barón y de su negro acompañante.

      Después de vagar de esa suerte hasta la hora de comer, volví cansado y desalentado a casa. Mi madre estaba levantada; mezclábase con su tristeza habitual algo nuevo, una expresión de perplejidad dolorosa, cuya vista me partía el corazón como un cuchillo.

      Pasé la noche al lado de ella; jugó un solitario, y yo la miraba sin chistar. No hizo ninguna alusión a su relato ni a lo acontecido la víspera. Hubiérase dicho que, por virtual acuerdo entre nosotros, nada debía avivar el recuerdo de aquellos extraordinarios y venosos acontecimientos; quizás no recordase tampoco con mucha precisión lo que había dicho en el delirio de la fiebre, y contaba con que yo lo disimularía.

      Y así fue, me esforcé por disimular, y ella lo comprendió muy bien. Lo mismo que la víspera, rehuyó mis miradas.

      En toda la noche no pude cerrar los ojos.

      De pronto estalló una tempestad horrible. Au-llaba el viento y soplaba con violencia. Los cristales de las ventanas temblaban y el aire estaba cargado de gemidos y gritos desesperados. Hubiérase dicho que la cavidad celeste estallaba hecha trizas, con quejidos desgarradores, por sobre las casas, que tre-pidaban.

      Poco antes de amanecer me sumí en un entre-sueño... Me pareció ver entrar de repente alguien en mi cuarto, y que me llamaba con voz suave y segura.

      Levanté la cabeza para mirar en derredor de mí, y no vi a nadie.

      ¡Cosa rara! No sólo no me asusté, sino que experimenté un sentimiento de satisfacción: me invadió de repente la certeza de que aquella vez iba a conseguir mi propósito.

      Me vestí con premura y salí de casa.

      XII

      Índice

      La tempestad había amainado ya, aun cuando se advertían todavía sus últimas convulsiones...

      Era muy temprano aún. Las calles estaban soli-tarias. Aquí y allá veíanse por el suelo pedazos de chimeneas, tejas, tablas, vallas derribadas, ramas de árboles desgajados...

      -¡Qué dramas han debido desarrollarse esta noche en el mar!- pensé al ver los vestigios que había dejado la tempestad.

      Quería ir al puerto; pero, al parecer, obedientes mis piernas a impulso irresistible, me llevara en otra dirección.

      En menos de un cuarto de hora me encontré en una parte de la ciudad que aún no había visitado.

      Anduve con lentitud, paso a paso, sin detener-me, invadido por una sensación extraña, y como a la espera de algo extraordinario, sobrenatural, y convencido de que ello ocurriría muy pronto.

      XIII

      Índice

      Y, en efecto, sobrevino algo extraordinario, sobrenatural.

      De imprevisto vi a veinte pasos el negro que se había acercado al barón en el café cuando yo hablaba con aquel.

      Cubierto por el poncho que ya le había visto, parecía haber surgido de la tierra; y dándome la espalda, seguía con paso rápido por la angosta acera de la callejuela tortuosa.

      Me lancé tras él, pero el negro aceleró la marcha sin volverse, y desapareció detrás de la esquina de una casa que sobresalía.

      Corrí hacia aquel lugar, rodeé la casa. ¡Oh mila-gro!

      Ante mí se extendía una calle estrecha y total-mente desierta. La bruma de la mañana la envolvía con un velo agrisado, pero mi vista atravesó aquella espesa oscuridad y recorrió toda la calle. Hubiera podido contar las casas una por una... Pero no vi alma viviente.

      El negrazo, envuelto en el poncho, se esfumó con tan asombrosa rapidez como había surgido.

      Me quedé alelado; no obstante, mi estupefac-ción no duró más que un minuto.

      Otro pensamiento me asaltó: yo conocía aquella calle que tenía ante mis ojos. ¡La había visto en sue-

      ños!

      Me estremecí... ¡era tan fresco el aire de la ma-

      ñana!... y sin dudar, con una serenidad llena de terror, seguí adelante.

      Hurgué con los ojos allí está, a la derecha, sa-liente de la acera: allí está la casa que vi en sueños; allí la vieja puerta cochera, con montículos de piedras a los lados...

      Cierto es que las ventanas no son redondas, si-no cuadrangulares... Pero es un detalle sin importancia.

      Llamé a la puerta: toqué dos, tres golpes, más fuerte, cada vez más fuerte...

      La puerta se abrió al fin muy despacio. rechinando como si bostezase, y me encontré cara a cara con una criada joven, con los cabellos enmarañados y los ojos aun medio dormidos. Era fácil ver que acabara de despertarse

      -¿Vive aquí el señor barón?...- pregunté mirando a hurtadillas al patio estrecho y largo.

      Era tal y como lo había visto en mí sueño; no faltaba nada, ni las vigas, ni las tablas...

      -Aquí no vive ningún barón- repuso la joven.

      -¡Cómo! ¿qué no vive aquí ningún barón? ¡Eso es imposible!

      -Ya no está aquí, se marchó ayer.

      -¿A dónde fue?

      -A América.

      -¡A América!- repetí involuntariamente- ¿Y

      cuándo regresará?

      La criada me miró con recelo.

      -No sabemos nada... Quizá no regrese.

      -¿Estuvo mucho tiempo aquí?

      -Una semana, poco más o menos... Acaba de partir...

      -¿Cuál es el nombre del barón?

      -La joven abrió desmesuradamente los ojos.

      -¿No conoce usted su apellido? Nosotros le llamábamos simplemente barón. ¡Eh, Pedro!- gritó

      al ver que yo trataba de entrar СКАЧАТЬ