Obras selectas de Iván Turguénev. Iván Turguénev
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Obras selectas de Iván Turguénev - Iván Turguénev страница 3

Название: Obras selectas de Iván Turguénev

Автор: Iván Turguénev

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4064066442316

isbn:

СКАЧАТЬ muy original.

      Volvió a interrogarme para saber dónde estaba nuestra casa, y se lo indiqué.

      VI

      Índice

      La emoción que me embargó al principio de nuestra charla iba calmándose poca a poco; sólo me extrañaba aquel insólito encuentro.

      Me disputaba la sonrisa con que el barón me hacía preguntas, y no me gustaba tampoco la expresión de sus ojos, que parecían querer atravesarme...

      Sus miradas tenían algo feroz y protector, que es-trujaba el corazón. Nunca había visto esos ojos en mis sueños.

      El rostro del barón era muy extraño, un rostro mustio, cansado, y que aún tenía un aire de juventud que causaba desagradable impresión.

      “El padre de mis ensueños”, tampoco lucía la cicatriz que marcaba oblicuamente toda la frente de mi nuevo conocido; vi esa cicatriz sólo cuando me aproximé mucho al barón.

      Acababa de decirle el nombre de la calle donde vivíamos y el número de nuestra casa, cuando un negro de gran estatura, con un poncho que casi le cubría la cara, se aproximó al barón y le tocó levemente el hombro.

      Volvióse mí interlocutor y dijo:

      -¡Ah! ¡Por fin!

      Y saludándome con un ligero movimiento de cabeza, entró en el café, seguido por el negro.

      Permanecí en mi puesto, con la intención de es-perar la salida del barón para hablar otra vez con él.

      En realidad, ni siquiera sabía qué decirle; pero de-seaba comprobar de nuevo mi primera impresión.

      Pero transcurrió media hora... una hora... y el barón no salía.

      Entré en el café y lo recorrí todo sin ver por ninguna parte al barón ni al negro... Indudable-mente habían salido por la puerta de atrás.

      Empecé a sentir un fuerte dolor de cabeza, y pa-ra aliviarme di un paseo por la orilla del mar, cos-teando la playa, hasta un vasto parque plantado doscientos años antes.

      Volví a mi casa después de dos horas de andar a la sombra de robles y plátanos gigantescos.

      VII

      Índice

      Al cruzar el vestíbulo, me salió al encuentro la doncella con las facciones descompuestas.

      Por la expresión de su rostro supuse en seguida que había sucedido algo desagradable durante mi ausencia.

      Y así era. Me refirió que una hora antes se había oído un grito desgarrador, que partió del cuarto de mi madre; acudió y encontró a su señora tendida en el suelo, desvanecida y que no volvía en sí sino al cabo de varios minutos. Cuando mi madre recuperó el conocimiento, tenía un aspecto raro, despavorido, y se vio impelida a meterse en cama. No dijo una palabra ni respondió a las preguntas que se le hicie-ron, pero no dejaba de echar, temblando, inquietas miradas alrededor.

      La doncella hizo que el jardinero fuera buscar corriendo al médico. Vino el doctor y prescribió un calmante, pero no pudo sacar de mi madre ni una sola palabra.

      Afirmaba el jardinero que inmediatamente después de haber proferido mi madre aquel grito, vio en el jardín un hombre desconocido que saltaba apresuradamente por sobre los arriates, encaminándose a la puerta que daba a la calle.

      Vivíamos en una quinta cuyas ventanas daban a un gran jardín.

      El jardinero no consiguió ver el rostro de aquel hombre; pero tuvo tiempo para ver que llevaba un largo levitón y sombrero de paja.

      -¡Así vestía el barón!- dije para mí.

      El jardinero no pudo alcanzar a aquel hombre, porque en ese mismo momento le enviaron a buscar al médico.

      Corrí inmediatamente a la habitación de mi madre. La encontré en cama, con la cara más blanca que las almohadas donde apoyaba la cabeza.

      Me reconoció, sonrióse débilmente y me tendió la mano. Me senté a la cabecera y le pregunté qué había sucedido.

      Primero se negó a responder; pero acabó por confesarme que había visto una cosa terrible que la llenó de espanto.

      -¿Entró alguien en tu cuarto?- pregunté.

      -No, no, nadie- respondió vivamente-. Nadie ha venido... pero me creí... creí ver... un fantasma...

      Enmudeció y se tapó la cara con las manos. A punto estuve de decirle lo que acababa de saber por el jardinero y de contarle mi encuentro con el ba-rón; pero, no sé por qué, desistí de mi intento, y me limité a asegurar a mi madre que los fantasmas no aparecían en pleno día.

      -Hablemos de otra cosa, te lo ruego- murmuró-

      Deja eso... Algún día lo sabrás todo.

      Volvió a guardar silencio. Estaban frías sus manos; su pulso latía veloz e irregular. Le di una cucha-rada del calmante indicado por el médico y me alejé de la cama para no fatigarla.

      No se levantó en todo el día. Permaneció inmó-

      vil, en posición supina, exhalando con raros inter-valos profundos suspiros, abriendo con temor los ojos.

      Todos los de nuestra casa estábamos perplejos.

      VIII

      Índice

      Aquella noche, mi madre tuvo un leve acceso de fiebre y me hizo salir de su cuarto.

      Pero no fui a mi habitación, sino que me tendí en un diván, en una pieza contigua a la suya. Cada cuarto de hora me levantaba, iba con sigilo a la puerta y escuchaba...

      Todo seguía en calma; pero mi madre no pudo conciliar el sueño en toda la noche.

      Cuando a la mañana siguiente fui a verla muy temprano, advertí que tenía las mejillas encendidas y los ojos con un fulgor que no era normal. Durante el día se sintió un poco mejor; al atardecer subió la temperatura de su cuerpo.

      Hasta entonces había guardado un silencio te-naz; pero de pronto se puso a hablar con voz preci-

      pitada y anhelante. No deliraba; sus palabras tenían sentido. Sólo les faltaba ilación.

      No me alejé de su cabecera. Poco antes de media noche se incorporó de súbito en la cama con un movimiento convulsivo y comenzó a contar... con la misma voz afanosa, bebiendo sin pausa sorbitos de agua, agitando ligeramente las manos y sin mirarme ni siquiera una vez...

      Deteníase СКАЧАТЬ