Название: El amor y la sexualidad
Автор: Omraam Mikhaël Aïvanhov
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
isbn: 9788412406863
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Sevres, 27 de diciembre de 1970
II
Interiormente, psíquica y espiritualmente, hay muy pocos seres que saben en qué, cómo, y porqué motivo deben trabajar. Nos ocupamos en dar a los humanos toda clase de conocimientos para que puedan ejercer todas las profesiones que existen en la tierra, van a las escuelas, aprenden oficios... pero ellos mismos, interiormente, quedan sin fuerza, sin poder, y al menor problema, a la mínima dificultad, se derrumban.
Bien sé que en la actualidad se están introduciendo en Occidente toda clase de prácticas orientales: yoga, zen, etc., y muchos se lanzan a estas prácticas, porque sienten precisamente que deben hacer algo en el ámbito de la voluntad, de la concentración, de la meditación, para adquirir poderes psíquicos. No tengo nada en contra de ello, y puede que para algunos esto les de buenos resultados, pero para la mayoría, lo dudo, porque estos son unos métodos muy antiguos que fueron buenos en el pasado, y para los Orientales. Los Occidentales necesitan otros métodos que estén adaptados a su mentalidad, a su estilo de vida, y estos métodos precisamente son los de la Enseñanza de la Fraternidad Blanca Universal. Los Occidentales que se lanzan inconscientemente, sin un verdadero guía, a las prácticas orientales, corren graves peligros. Los Orientales se ejercitan siempre bajo la dirección de un guía, de un Maestro que los vigila, como lo hacen aquí los médicos con algunos enfermos a los cuales han dado un tratamiento y observan en ellos el efecto de este tratamiento modificándolo si es necesario. Pero los seres abandonados a sí mismos con sus conocimientos y sus posibilidades tan insuficientes, sólo pueden decaer. Entonces, cada vez más, los humanos se darán cuenta de que deben explorar el terreno interior, pero que deben también desconfiar de todos esos métodos que se propagan por aquí y por allá y que a menudo son peligrosos.
El trabajo iniciático con el Sol y la Luna, es decir con la voluntad y la imaginación, que conocen los Iniciados, es válido para la eternidad porque la voluntad y la imaginación son dos principios fundamentales en el hombre. Por esto, en los libros de alquimia, se encuentra, a menudo, estas imágenes: el Sol y la Luna, el rey y la reina... Bajo todas las formas, no hay más que esto: el Sol y la Luna, el hombre y la mujer que producen un hijo real, la piedra filosofal, el elixir de la vida inmortal, la panacea universal, la varita mágica, el caduceo de Hermes...12
La misión del hombre es realizar el Cielo en la tierra, parecerse a su Padre Celestial, el Creador. Pero para realizar el esplendor de esta misión venidera que no puede cumplir de una sola vez, debe conocer los factores indispensables para este trabajo: los dos principios activo y pasivo, emisivo y receptivo, masculino y femenino, el Sol y la Luna, la voluntad y la imaginación, para trasmitir a la Luna todo lo que el Sol contiene de noble y de luminoso, a fin que pueda reflejar y propagar las cualidades del Sol. La Luna es accesible a cualquier influencia, no elige, cualquiera puede manifestarse a través de ella, es como el agua que toma la forma del recipiente en el cual se vierte. El agua, la Luna, la imaginación, son más o menos la misma cosa. Si el Sol no se ocupa de la Luna, la imaginación, ésta puede incluso reflejar el Infierno. Por esto los Iniciados vigilan que la Luna, es decir, su imaginación, su “mujer”, no vagabundee por cualquier parte, sino que, gracias al Sol, reciba un elemento de luz y de eternidad. En ese momento sí, la Luna se convierte en una mujer extraordinaria, adorable, y otras leyes, las divinas, intervienen para realizar en el plano material lo que se forma en la imaginación. Esto es lo que simboliza la cruz colocada en la base del signo de Mercurio. La cruz, es la piedra cúbica que es la expresión de la tierra. Para los alquimistas, la cruz, la piedra cúbica, era la tierra virgen gracias a la cual debían construir el edificio.13
Cada día el discípulo debe fijarse los proyectos más nobles, más grandiosos, para poder realizarlos sobre la tierra. Así pues, primero trabaja con la imaginación, después con el corazón y la voluntad, haciendo posible que lo que ha imaginado se convierta en realidad. No se contenta con soñar, con flotar, sintiéndose orgulloso de tener bellos proyectos en su cabeza, porque eso no es suficiente; sus proyectos debe realizarlos con su comportamiento, con sus actos, en el plano físico, para que el mundo entero pueda ver que lo que ha creado en lo alto ha descendido y ha arraigado en la tierra.
Que nuestro espíritu trabaje sobre nuestra alma o nuestra voluntad sobre la imaginación, que el Sol fertilice la Luna o que el hombre fertilice la mujer, el resultado será siempre la creación de un hijo. Y ¿qué es este hijo? Cuando vosotros ponéis fuego bajo una cacerola llena de agua (aquí, la cacerola, ¡es la Luna!) el agua se transforma en vapor. La fuerza fuerte de todas las fuerzas, es este vapor, este agua destilada. Por lo tanto, de este trabajo de la voluntad sobre la imaginación, del espíritu sobre el alma, del Sol sobre la Luna, del hombre sobre la mujer, nace una fuerza que es el hijo, Mercurio, que tiene la posibilidad de emprender realizaciones formidables. El Sol o la Luna separadamente no pueden realizar gran cosa. Separados el uno del otro, el fuego quema y el agua inunda; pero los dos unidos producen una fuerza capaz de todas la realizaciones: la piedra filosofal que tiene el poder de transformar todos los metales en oro. De esta fuerza se dice en la Tabla de Esmeralda: “El sol es su padre, la luna es su madre, el viento lo ha llevado en su vientre (el vientre de la luna) y la tierra es su nodriza...” La tierra, es decir la cruz, la piedra cúbica.
Está escrito: “Creced y multiplicaos...” Pero los humanos han comprendido este mandamiento solamente en el plano físico y ahí, evidentemente, eso trae muchas complicaciones: ya no queda más espacio ni alimentos para todos, y están obligados a masacrarse. Este mandamiento termina pues siendo nocivo. No es que lo corrija, no, sino digo que fue válido para una época; los humanos han querido eternizar este mandamiento, y ahora ya no da buenos resultados. Es necesario de ahora en adelante comprender su sentido simbólico que siempre es válido.14
El discípulo debe pensar en el trabajo que hace con su voluntad sobre su imaginación, y este trabajo concierne tanto al hombre como a la mujer. Es en el plano espiritual en el que el discípulo debe fertilizar a su propia mujer y tener hijos, miles de hijos angelicales que irán por el espacio para trabajar para él. Sabéis cómo terminan los cuentos: “Vivieron felices y tuvieron muchos hijos...” Tener muchos hijos, no solamente implica al plano físico. ¿Qué es un Iniciado? Es un padre de familia que tiene muchos hijos que caminan cerca de él, tirando de sus ropas, hurgando en sus bolsillos, pero estos hijos sienten un amor tan grande por él que nunca se siente importunado por ellos. Cuando tiene necesidad, llama a sus hijos y les dice: “Tu, vete a casa de aquél y llévale regalos... Tu, ve a tirar de las orejas de aquel otro...” y lo hacen. Son hijos sacados de su propia carne, de su propia sangre. Mientras que un hombre ordinario es un solitario sin hijos: se siente triste y desdichado porque debe trabajar solo, nadie le echa una mano. He ahí un terreno desconocido para algunos, pero conocido y vivido por otros.
Durante las fiestas de Navidad, os hablé del nacimiento del Niño-Cristo.15 El Niño-Cristo, es Mercurio. Se sabe que hace dos mil años Jesús nació en Palestina, pero debemos comprender el significado de esta fiesta; en realidad, tiene dimensiones cósmicas, universales. Este nacimiento también debe tener lugar en nosotros. El Niño-Cristo es esta fuerza que dormita en nosotros y que debemos despertar.
Antes de descender a la tierra, el hombre trabajó con su cuerpo físico, y como ya os he explicado, el cuerpo físico sólo es el caduceo de Hermes con las corrientes que descienden de los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro, y que se cruzan al nivel de los órganos. El hombre es pues el producto del trabajo de la voluntad y de la imaginación, del espíritu y del alma materializados en el plano físico. En tanto que caduceo de Hermes, puede crear en los tres mundos. Por el momento sólo crea en el plano físico, pero debe aprender a crear en otros mundos.
El caduceo de Hermes es la fuerza fuerte de todas las fuerzas; la vida en su grado superior de manifestación. Entonces, cuando el hombre logra desarrollar en él mismo el caduceo de Hermes, la vida circula y se difunde por todas las criaturas hasta las estrellas. Este grado superior de la vida es la verdadera fuerza, СКАЧАТЬ