Tao Te King. Gastón Soublette
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Название: Tao Te King

Автор: Gastón Soublette

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9789561427983

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СКАЧАТЬ y a sus más antiguas etapas de evolución. Lao Tse conoció todos esos antecedentes históricos y mitológicos y de ellos derivó ciertamente la apretada síntesis de sabiduría y experiencia histórica que constituye el contenido del Tao Te King.

      El mito del paraíso

      En lo que respecta a ese pasado remoto del pueblo chino, según el tenor de los textos históricos que a él se refieren, reproduciendo otros textos y tradiciones más antiguas, este es presentado a la manera de un mito del paraíso, de gran desarrollo descriptivo, por el cual se nos informa sobre lo que fue la vida de la especie humana en esas edades lejanas. Fue basándose en esa tradición mítica que los historiadores clásicos dividieron el tiempo en diez edades del hombre y doce períodos cósmicos o zodiacales, correspondiendo la edad décima, esto es, la última (coincidente con el último período zodiacal), al advenimiento del mítico emperador Hoang Ti, el “Ancestro Amarillo”, abuelo de la raza china y fundamento de la cultura, ubicado, según la cronología clásica, entre los años 2705 y 2597 antes de Cristo.

      Los historiadores chinos sostienen que este Hoang Ti fue el primero que puso por escrito la historia y la sabiduría, y en la tradición taoísta figura como el fundador de la escuela. Posteriormente, y durante un lapso de mil quinientos años, se sucedieron, junto a otros de menor importancia, los grandes soberanos presentados por Confucio como modelos de perfección humana. Ellos son, en orden cronológico: Yao el Grande (2357-2283 a. C.); Chun (2255-2205 a. C.); Yu el Grande (2205-2197 a. C.); Tang el Victorioso (1766-1753 a. C.); Wen Wang, conde del Oeste, patriarca de la dinastía Tchu (+1195 a. C.); Wu Wang (1122-1115 a. C.), fundador de la dinastía Tchu; y el Duque de Tchu, hermano, ministro y contemporáneo del anterior.

      De las edades anteriores a la décima que, en su conjunto, constituyen los tiempos paradisíacos, los textos de los historiadores clásicos mencionan interminables genealogías de soberanos misteriosos descritos con rasgos semidivinos, a veces como arcángeles, genios o potencias cósmicas. Sus nombres figuran también en los textos taoístas antiguos, por lo que se puede concluir que se trata de una tradición de público conocimiento en la época, algo semejante a las genealogías de patriarcas antediluvianos que figuran en la Biblia y las tradiciones que de ellos se conservaron.

      Ahora bien, si la disidencia del taoísmo frente a la sabiduría oficial de la dinastía Tchu reside en el carácter disociador que aquel atribuye a la empresa civilizadora, ello se debe a una concepción del mundo propia de la antigüedad, por la cual el universo es visto como un orden gobernado por un poder invisible, cuya acción es perceptible en el sentido del acontecer y, en consecuencia, no hay ningún ordenamiento del mundo proveniente de la inventiva humana que pueda sustituir al orden divino preexistente. Tal es lo esencial de un mito del paraíso, por una parte, y por otra, lo que implícitamente subyace en las cosmovisiones aborígenes.

      Es cierto que la ideología civilizadora de los Tchu en principio concebía el mundo de la misma manera, como el Sistema de las Mutaciones, propio de la dinastía, lo demuestra, pero la diferencia con la doctrina disidente está en la importancia atribuida a la creatividad humana. Los sabios de la dinastía Tchu demuestran creer, como lo corrobora Confucio, que el sentido del mundo se manifiesta plenamente en las instituciones creadas por la cultura de esa dinastía, en tanto que el taoísmo vio en todo eso una grave alteración del orden. El derrumbe espectacular de la dinastía, y el caos en que quedó sumido el Imperio a causa de esa decadencia, estaría sugiriendo que las críticas y aprensiones de Lao Tse no carecían de fundamento.

      Confucio y la historia

      Los documentos imperiales de la dinastía Tchu, en lo que a la historia se refiere, eran mucho más voluminosos que el Sagrado Libro de la Historia (Shu King) que nos ha legado la escuela confuciana. Según el testimonio de los historiadores clásicos, la historia de los Tchu se iniciaba con la figura del mítico emperador Tai Hao o Fu Hi (cuarto milenio a. C.), considerado como el primer héroe creador de cultura de la raza china, tanto más si los Tchu, interesados en el manejo del Sistema de las Mutaciones como método de gobierno, atribuían a este Tai Hao la creación del sistema.

      Al parecer, esta historia de los Tchu fue minuciosamente revisada por Confucio y su escuela con la intención de expurgar estos textos y eliminar de ellos todos los elementos míticos. Así, la historia ejemplar, la que debía ser conocida por la posteridad como el paradigma ordenador, comienza para Confucio con el emperador Yao antes mencionado, que vivió más de mil años después de Tai Hao, con lo cual se transparenta la intención de decir que de lo acontecido antes no vale la pena recordar nada. Sobre este particular, es interesante saber que muchos sabios de la corriente humanista de Confucio odiaban ese pasado no civilizado, considerado por los taoístas como un paraíso. Así, Confucio, en refuerzo de la ideología civilizadora, dio una especial versión de la historia en la cual debían ser educadas las futuras generaciones.

      El estilo de los textos confucianos sobre la historia más antigua del Imperio viene a ser por momentos algo así como una ficción dramática en la cual se hace actuar a ciertos personajes de la prehistoria, poniendo en boca de ellos un discurso propio de la mentalidad civilizada. Pero, a pesar de ello, algo debe justificar el hecho de que Confucio haya elegido a Yao como comienzo de la historia. Por lo que se entiende a través de la historia clásica, habría sido este Yao el primer soberano chino que habría evolucionado de una cultura arcaica hacia un incipiente humanismo, acuñando el concepto de virtud o humanidad (Jen). En ese sentido, cabe considerar también que, según la tradición, Yao gobernaba un imperio dividido en nueve provincias, a la cabeza de las cuales había un príncipe vasallo, y que la organización de este imperio comportaba una máquina gubernamental de cierta envergadura. De modo que la elección de este príncipe por Confucio como el principio de la historia, estaría basada en estas características propias de una naciente civilización, la cual no se había manifestado aún en tiempos de los soberanos anteriores, a pesar del gran ascendiente que Hoang Ti, el “Ancestro Amarillo”, ejercía como fundamento de la cultura. La figura de Yao se ajustaba mejor a lo específicamente humanista que tiene el sistema confuciano.

      Es dable suponer, a juzgar por los textos históricos procedentes de la antigüedad china, que el estilo en que estaban redactados los documentos de los Tchu era muy diferente al estilo parco en que la escuela de Confucio redactó el clásico Libro de la Historia. Puede así apreciarse, por ejemplo, la incongruencia en que cae Confucio al suprimir de los documentos imperiales antiguos los elementos míticos y al tratar, por otra parte, en tono humanista y práctico, acontecimientos que pertenecen a una mitología, como los hercúleos trabajos del emperador Yu para vencer la gran inundación (diluvio), que lo hacen aparecer como un genio dotado de poderes paranormales, capaz de transportar montañas.

      Ciertamente Confucio no participaba del criterio científico con que el historiador moderno trata de dilucidar eso que se llama la verdad histórica, y como todo historiador de la antigüedad, daba crédito a la tradición que había llegado hasta él sobre las edades remotas. Pero su reserva sobre ese pasado, como ya quedó explicado, se debe a la no existencia de la civilización, la cual parece despuntar en tiempos de Yao, como lo afirma el mismo Tchuang Tse, y no a una supuesta imposibilidad de certificar hechos, pues tan inciertos debieron ser para Confucio (desde nuestro punto de vista) los hechos narrados sobre los tiempos paradisíacos como las proezas de sus héroes predilectos.

      De modo que Confucio, al constituir el texto histórico base de la cultura china, cortó deliberadamente toda vinculación con la antigüedad mítica no civilizada y el ascendiente espiritual de los soberanos aborígenes, príncipes tribales de la China prehistórica, cuyo culto continuó, no obstante, en la tradición taoísta. Por eso ambas escuelas dicen ser depositarias de la sabiduría de los antiguos, entendiendo por “antiguos” algo diferente en cada caso. Los antiguos confucianos son los ya enumerados, a cuya cabeza figura Yao el Grande. Los antiguos taoístas son: Tai Hao o Fu Hi (3462-3398 a. C.); Chin Nong (3223-3078 a. C.); y Hoang Ti (2705-2597 a. C.). Al primero se le atribuye la creación del Sistema de las Mutaciones, y al segundo se le atribuye la institución de la agricultura y la СКАЧАТЬ