Historia breve del mundo contemporáneo. José Luis Comellas García-Lera
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СКАЧАТЬ ministro Necker intentó, como último recurso, no subir los impuestos y recurrir al crédito, pero su política no consiguió otra cosa que entrampar todavía más al Estado. Luis XVI nombró un nuevo ministro, Calonne, que reunió en 1787 una Asamblea de Notables, representantes de las clases privilegiadas, para negociar con ellos la creación de la subvención territorial. Después de muchos tiras y aflojas, Calonne dimitió, y Luis XVI lo sustituyó por uno de los Notables que se había mostrado más flexible, Lomenie de Brienne. Brienne trató de llevar la negociación a los parlamentos territoriales, asambleas judiciales, pero dotadas también de otras funciones, con las que siempre había que contar. Era trasladar la disputa del ámbito de la nobleza al de las clases medias influyentes —juristas, altos intelectuales, propietarios no nobles, comerciantes—. Un poder hábil hubiera utilizado la táctica de oponer privilegiados a no privilegiados; pero ocurrió todo lo contrario cuando ambas partes se asociaron para solicitar la reunión de unos Estados Generales, una asamblea elegida por los franceses, capaz de alterar las leyes. Los Estados Generales no se reunían en Francia desde 1614. La idea, aunque constitucionalmente legal y prevista por el ordenamiento del Antiguo Régimen, tenía en aquellos momentos, según todos intuyeron, mucho de revolucionaria.

      Entretanto, menudeaban los desórdenes, provocados por el paro y la inflación. En Francia tendía a reinar, por contagio, por propaganda o por coyuntura, un clima de especial efervescencia. La revuelta de los privilegiados fue ocasión para todo lo demás; pero en otras circunstancias, tanto ideológicas como económicas, es posible que hubiera sido dominada tanto por el poder real como por los que deseaban que los privilegiados pagasen impuestos, que eran todos los no privilegiados.

      Luis XVI no era el personaje del Antiguo Régimen más indicado para defender sus supuestos. No solo tenía un carácter débil y concesivo, sino que era él mismo un ilustrado y participaba de muchas de las ideas de quienes querían disminuir su poder. Una y otra vez dudó entre resistir y transigir. En julio de 1788 convocó los Estados Generales para mayo de 1789. Si esperaba que el Estado Llano obligara a los estamentos privilegiados a ceder, en beneficio del poder real, se equivocaba.

      Las elecciones para reunir los Estados Generales se realizaron en medio de una gran efervescencia. Los ánimos estaban ya extrañamente agitados por esa crispación que se echa de ver desde entonces en todo el decurso de la Revolución francesa. Hubo desórdenes, proclamas, reclamaciones y abundante propaganda. Los cahiers de doléances, o cuadernos de reclamaciones que se redactaron para los diputados electos, pretendían cosas muy diversas. Es de saber que los más exigentes fueron los redactados por la nobleza.

      Puede decirse que las elecciones fueron muy democráticas para aquellos tiempos. Podían votar los cabezas de familia que pagasen impuestos, y entonces pagaba impuestos la mayor parte de las familias. Sin embargo, y siguiendo una pauta que extrañamente iba a generalizarse durante todo el transcurso de la Revolución, en una elecciones tan rodeadas de expectación hubo un alto grado de abstencionismo, como que los participantes no llegaron al 25 por 100 del censo. Necker, de nuevo primer ministro, concedió que el Estado Llano tuviese el doble número de representantes que los otros estamentos. De hecho, compusieron la asamblea 1196 diputados, de ellos 290 de la nobleza, 308 del clero, y 598 del Estado Llano. Pero no se fijó si esta superioridad de los «llanos» iba a traducirse en una mayor capacidad de decisión, ya que tradicionalmente cada estamento votaba por separado.

      Las sesiones fueron abiertas por un discurso del rey, que fue aplaudido por todos en general. Solo cuando se planteó la cuestión del valor del voto vinieron los problemas. Los «llanos» pidieron un voto conjunto, y parte de los privilegiados se adhirieron a esta moción. N. Hampson da esta fórmula: el Estado Llano más 1/6 de la nobleza, más 1/2 del clero se pusieron contra el resto de la nobleza y el clero. Fue un comportamiento difícil de explicar si no se hubiese obrado más que por intereses; debieron jugar también las ideas dominantes, y tal vez, en algún caso aislado, las ambiciones personales.

      El hecho es que la protesta se agudizó, y un día apareció cerrado el salón de sesiones. Una gran parte de los diputados se reunieron en el cercano local del Juego de Pelota, y se constituyeron en Asamblea Nacional. Eran todavía algunos privilegiados progresistas, como Mirabeau y Sieyès, los que llevaban la voz cantante. Cuando unos soldados pretendieron desalojar el local, Mirabeau respondió que solo saldrían de allí por la fuerza de las bayonetas. Era justamente lo que los soldados podían hacer, pero no hicieron. La Revolución triunfó porque el Antiguo Régimen no ofreció resistencia. Luis XVI, tras varios días de indecisión, acabó transigiendo. La Asamblea Nacional se proclamó entonces Asamblea Constituyente. Ya no iba a tratar la cuestión de los impuestos, sino la implantación de un «Nuevo Régimen» en Francia. Era el 9 de julio de 1789.

      La asamblea celebraba sus sesiones en Versalles. Entretanto, los ánimos comenzaban a agitarse en París, entonces una ciudad ya muy grande para aquellos tiempos (unos 700.000 habitantes). Agentes revolucionarios y una gran cantidad de papeles que circulaban por todas partes propagaban las ideas de libertad e incitaban a la sublevación. Corrieron rumores sobre movimientos de tropas reales que se disponían a atacar a los pacíficos habitantes de la capital. Según algunos, habían comenzado ya las matanzas. Pocas veces los rumores habrán provocado consecuencias de tanto valor histórico. La agitación prendía al mismo tiempo en gentes de la clase media que en artesanos o pequeños comerciantes. Los barrios más pobres de París fueron los menos revolucionarios; pero no es cierto que la revolución fuese obra de «burgueses», si entendemos por burguesía la gente que vive a expensas del trabajo de sus asalariados. La burguesía industrial o comercial apenas intervino. Sí formaban el piso superior de aquellas jornadas personas de la clase media, por lo general, abogados, funcionarios y algunos intelectuales, especialmente de segunda fila. El piso inferior estaba constituido por artesanos o pequeños operarios independientes.

      Para hacer frente a las supuestas amenazas, los levantados buscaron armas. Atacaron primero el Arsenal, y más tarde la fortaleza de la Bastilla, que sí ofreció resistencia. La mañana del 14 de julio de 1789 fue sangrienta, hasta que los amotinados lograron entrar en el castillo urbano. El número de muertos fue menor que en el «motín de Reveillon», ocurrido semanas antes con motivo de la carestía y el hambre; pero esta vez el pueblo había expugnado por la fuerza un castillo del rey, y este hecho tenía un valor simbólico inmenso. La Revolución, con todas sus consecuencias, era ya un hecho. En el asalto a la Bastilla participaron de 7000 a 8000 hombres armados, mientras la mayoría de la población se retraía o atemorizaba. Según el diplomático norteamericano Morris, al conocerse la noticia, «todos los ciudadanos corrían despavoridos a refugiarse en sus casas». No sabemos cuántos de ellos podían simpatizar con la Revolución o con sus objetivos, o cuantos la vieron con temor o aborrecimiento.

      En París se formó un ayuntamiento «popular» presidido por el sabio Bailly y formado sobre todo por juristas, comerciantes y algún banquero; y para mantener la vigencia del nuevo orden se constituyó la Garde Nationale, dirigida por La Fayette, y constituída fundamentalmente por gentes de clases medias. Fueron elementos de estas clases los que apoyados por personas, más abundantes, del pueblo medio-bajo, habían hecho la Revolución, y se hacían ahora con las riendas del poder. Semanas más tarde, Luis XVI fue obligado a venir a París. Sonriente, saludaba a la multitud que lo aclamaba como «padre»; y se prendió la escarapela tricolor, símbolo del Nuevo Régimen. Fue lo que Brinton llama la «luna de miel», una reconciliación que muchos pudieron pensar definitiva. La Revolución parecía haber terminado.

      La serie de revoluciones —entonces se las designaba en plural— va encadenada, quizá no porque cada una sea la causa de la otra, pero sí porque, en un clima en que se han roto los diques, cada una da ocasión a la otra. La revuelta campesina, aunque bien conocida en cuanto a los hechos, ofrece ciertos problemas de comprensión por lo que se refiere a sus mecanismos y reacciones psicológicas. Los campesinos se habían armado para defenderse СКАЧАТЬ