Название: Historia breve del mundo contemporáneo
Автор: José Luis Comellas García-Lera
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia y Biografías
isbn: 9788432153761
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3. LA ÉPOCA NAPOLEÓNICA (1799-1815)
Que la Francia revolucionaria acabaría bajo el poder militar era, por tanto, un hecho previsible, y así lo previó, por ejemplo, Sieyès, un hombre que había tenido un papel importante en los primeros momentos, que había corrido serio peligro en la época del Terror, y volvía, con el reflujo de los tiempos, a encontrarse de nuevo en la cresta de la ola. El militar capaz de acaudillar la nueva época histórica parecía ser Dumoriez, héroe de la guerra del Rhin. Pero su muerte prematura dejó paso a otro oficial aún más joven y más brillante, Napoleón Bonaparte. Ahora bien, la extraordinaria personalidad de Bonaparte, una vez que las circunstancias le hubieron hecho dueño de una Francia en efervescencia, sin los pesados resortes amortiguadores propios del Antiguo Régimen, y con nuevas posibilidades de movilización, daría lugar no sólo a una nueva época en el país, sino a un nuevo planteamiento de la dinámica europea, y como consecuencia, de la del mundo occidental. A una situación extraordinaria —la Revolución— sucede otra situación extraordinaria —el intento de imperio napoleónico— y como consecuencia de ella, durante quince años más, Europa se desangrará y se empobrecerá. Gran Bretaña dominará por siglo y medio los mares, y toda América se hará independiente, confiriendo un nuevo planteamiento geopolítico al mundo civilizado. Por su parte, la Revolución, cuyo destino parecía ser en 1799 triunfar o fracasar, ni triunfa ni fracasa, sino que se transforma. La derrota de Napoleón en 1814-15 supone al fin y al cabo la derrota de las formas de poder derivadas de la Revolución; pero no una derrota de sus principios ni de sus posibilidades históricas, porque las ideas revolucionarias, difundidas aún más en todas partes por la presencia napoleónica, seguían vivas y ya nadie podría permitirse ignorarlas.
La personalidad de Napoleón
Napoleón Bonaparte nació en Ajaccio, Córcega, en 1769, un año después de que la isla fuese incorporada a Francia. Medio italiano, medio francés, llegó a transformarse por su genio y su ambición, en un «ciudadano del mundo», como quiere Emil Ludwig. Napoleón es el personaje histórico más biografiado (170.000 títulos) y sobre el que se han hecho más interpretaciones: desde las que le consideran heredero de los girondinos, o de la idea carolingia, a la que ve en él al último de los condotieros italianos. Su personalidad es en el fondo indescifrable, no sólo por enormemente rica, sino por contradictoria. Napoleón, con muchas ideas en la cabeza —que él sabe barajar como nadie según las circunstancias—, se contradice constantemente cuando explica lo que quiere.
El único rasgo indiscutible es su genio fuera de lo común. Posee un excepcional golpe de vista («mi ventaja es ver claro»), una extraordinaria voluntad y dominio de sí mismo (es capaz de dormirse cuando quiere, incluso en plena batalla), y una capacidad de mando a la que nadie osará oponerse. Militar de carrera, fue uno de los generales más famosos, si no el más famoso de la Historia («el secreto de la victoria consiste en ser el más fuerte en el punto decisivo»; con la particularidad de que Napoleón supo intuir siempre ese punto, y escogerlo); pero su genio como militar no debe ofuscarnos su talento como gobernante, patentizado por ejemplo en el célebre Código, imitado luego por veinte naciones. Convertido en un mito, los franceses de todas las ideologías le siguen considerando su héroe nacional.
El Consulado
Después de una increíble expedición a Egipto, Bonaparte dio un golpe de estado contra el Directorio el 18 de Brumario (9 de septiembre) de 1799. El Directorio era ya incapaz de contener la corrupción y la inflación en el interior y las guerras revolucionarias —llevadas aún por inercia, pero que amenazaban con la invasión de Francia—, en el exterior. Bonaparte sustituyó el Directorio por un Consulado, del cual formaron parte él —como Primer Cónsul—, Sieyès y Ducos. Pronto se vio que la aplastante personalidad del Primer Cónsul convertía a los otros en figuras decorativas. «Sólo tiene que dar un codazo para quitarnos de enmedio», comentaba Sieyès.
Haciéndose sentir como imprescindible, Napoleón no tuvo la menor dificultad en convertirse en Primer Cónsul, luego en Cónsul único, más tarde en Cónsul vitalicio. Solo le faltaría hacer el cargo hereditario (para lo que instauró el Imperio). Gran parte de su secreto consistió en asumir «toda» Francia. No sería cabeza de los monárquicos ni de los republicanos, sino de unos y otros; no sería representante del Antiguo Régimen ni de la Revolución, sino de ambos. «Desde Clodoveo hasta el Comité de Salud Pública, asumo como mía toda la historia de Francia». Su papel de árbitro y de concertador le dio un margen inmenso de maniobra.
«Paz dentro y paz fuera: eso deseaban los franceses del Consulado» (Pabón). Y fue un militar quien les procuró esa paz. Una nueva Constitución —la del Año VII— dio primacía al ejecutivo sobre el legislativo. La asamblea, elegida por sufragio restringido, tendría un papel secundario. «La moderación es la base de la moral, y la primera virtud del hombre». La moderación se imponía tras los excesos revolucionarios, y la nueva Constitución fue aprobada por más de tres millones de votos contra 1500. El Nuevo Régimen cambiaba de filosofía.
Napoleón arregló la Hacienda, saneó la administración y la hizo más funcional; y la economía, aunque siempre en dificultades, mejoró. Se siguió una útil política de obras públicas. Uno de los grandes logros fue el conjunto de Códigos (Civil, Penal, de Comercio y otros) elaborados por un conjunto de expertos dirigidos por el Cónsul. El Código Civil (1804), lógico, sencillo y genial, fue uno de los pilares del ordenamiento jurídico del mundo contemporáneo. Algo por el estilo sucedió con la reorganización de la enseñanza en los tres niveles: primario (escuelas), secundario (liceos) y terciario (universidades). La fundación del Banco de Francia contribuyó no sólo a la mejora de la Hacienda sino a la estatalización de las directrices económicas. Y el concordato de 1801, que restablecía las relaciones Iglesia-Estado (al tiempo que se regresaba al calendario tradicional), contribuyó también a la reconciliación de los franceses. Para muchos autores, la labor de Napoleón al frente del Consulado fue la más fecunda y positiva de cuantas realizó.
La guerra y la paz
La Francia revolucionaria había llegado en Basilea (1795) a una paz con varias potencias coaligadas, entre ellas Prusia y España. Seguía el conflicto con Gran Bretaña y Austria, la primera deseosa de evitar cualquier hegemonía continental y la segunda molesta por la pérdida de sus dominios en Bélgica y el Norte de Italia. Napoleón, cuando llegó al poder, ofreció la paz a esos dos enemigos, que la rechazaron, sabedores del agotamiento francés. El primer Cónsul comprendió que la única forma de alcanzar la paz era una guerra rápida y victoriosa.
Por sorpresa atravesó los Alpes en audaz hazaña, y obtuvo una colosal victoria sobre los austriacos en Marengo. Austria tuvo que firmar la paz de Luneville (1801), por la que renunciaba a Bélgica y el Norte de Italia, excepto Venecia. La Gran Bretaña, ya sin aliados en el continente, se avino a la paz de Amiens (1802). Los franceses renunciaban a sus pretensiones sobre Egipto y el Mediterráneo oriental, y dejaban a los ingleses las manos libres en el Atlántico. Gran Bretaña reconocía las conquistas francesas en el continente y sus repúblicas satélites: Bátava (Holanda), Helvética (Suiza), Cisalpina (Saboya) y Ligur (Génova). Amiens fue el pacto entre la tierra y el mar, entre un nuevo orden continental y la vocación británica a las aventuras lejanas y oceánicas. Fue también una de las grandes ocasiones perdidas de la historia. La paz iba a durar menos de dos años.
Del Consulado al Imperio
El fracaso de la paz tuvo algo que ver con el cambio de régimen en Francia. Realmente, no es fácil comprender por qué se volvió a la guerra: Francia necesitaba un respiro, después de tantas convulsiones internas y conflictos exteriores; Gran Bretaña vivía una momentánea crisis económica; otro tanto ocurría en Austria, mientras en Rusia Alejandro I albergaba propósitos de una gran cruzada asiática. Quizá los que más sentían la conveniencia de volver a la guerra eran los ingleses, celosos СКАЧАТЬ