Название: Historia breve del mundo contemporáneo
Автор: José Luis Comellas García-Lera
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia y Biografías
isbn: 9788432153761
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Con todo, el Antiguo Régimen no se caracteriza por el equilibrio socioeconómico. En una época en que el sector agrario predominaba con gran diferencia sobre los demás, la posesión de la tierra era a la vez signo de distinción social y de riqueza. De ahí la concentración de la propiedad, no de una manera absoluta, pero sí considerable, en manos de las clases privilegiadas.
En el Antiguo Régimen había —como hubo luego en el Nuevo— grandes diferencias entre ricos y pobres; sí existía un cierto sentido de solidaridad que se manifestaba en instituciones asistenciales —escuelas, hospicios, hospitales, asilos, comedores gratuitos— sostenidas generalmente por la Iglesia; pero también por otras instituciones: nobleza, municipios, gremios, fundaciones. No por eso, ni por el hecho de que no hubiese conflictos propiamente dichos, hay motivos para hablar de un orden social justo. Con todo, la propagada revolucionaria, convertida muchas veces en un tópico hasta fines del siglo XX, nos ha pintado un Antiguo Régimen ominoso, opresor, tiránico o arbitrario. Muchos de estos tópicos han comenzado a ser matizados o reducidos a sus justos términos, sobre todo a partir de 1989.
La época de las revoluciones
Entre 1789, año en que estalla la Revolución francesa y se proclama la Constitución de los Estados Unidos, y 1825, en que, después de la batalla de Ayacucho toda América se hace independiente, se opera la Gran Revolución, esto es, el paso del Antiguo al Nuevo Régimen. En unos casos, como el americano, se trata de un movimiento de emancipación respecto de la antigua metrópoli; en otros, como el francés, de un hecho subversivo, violento y sangriento; hay casos de una revolución pacífica, al menos inicialmente, como la española; y hasta puede registrarse una simple evolución sin traumas graves, como ocurre en Inglaterra. En todo caso, se trata del paso a un Nuevo Régimen, caracterizado
a) en lo ideológico, por el pluralismo. La libertad de pensar, ya sin principios absolutos indiscutibles, da lugar a formas de pensamiento muy distintas entre sí, que han de coexistir mediante la virtud de la tolerancia;
b) en lo político, el liberalismo —más tarde la democracia—, caracterizados por la división de poderes, la residencia del legislativo en una asamblea elegida por el pueblo o parte de él, una constitución, unos derechos de los ciudadanos oficialmente reconocidos, un mayor grado de libertad formal, y, de hecho, la existencia de distintos partidos políticos;
c) en lo institucional, la racionalización y por lo general la unificación o centralización de las instituciones y de la administración, en contraste con la variopinta realidad del Antiguo Régimen;
d) en lo social, la desaparición del estado de órdenes o estamentos, de suerte que en adelante todos los ciudadanos serán iguales ante la ley, poseerán los mismos derechos y estarán obligados a los mismos deberes. Sin embargo, el uso de la propia libertad, sobre todo en el campo económico, pero no solo en él, hará que unos ciudadanos destaquen más que otros, o lleguen más lejos que otros, estableciéndose un sistema de clases sociales, o clasismo, un fenómeno tal vez no deseado por los primeros revolucionarios, pero evidente por lo menos durante los doscientos años que siguen a la revolución;
e) y en lo económico, el liberalismo o librecambismo, como empezó a llamársele (hoy esta expresión se utiliza solamente para el comercio exterior), caracterizado por la total libertad para producir, vender, comprar (lo que implica también libertad de precios), transportar, introducir, y contratar. Y gracias a la ley de bronce de la oferta y la demanda, «dejar que la libertad corrija a la misma libertad», es decir, que el equilibrio se alcance por sí solo, sin intervención del poder. Del liberalismo económico derivará un fenómeno que ya se estaba insinuando a finales del Antiguo Régimen: el gran capitalismo, y con él, la Revolución Industrial, tan operativa en la historia como la propia revolución política.
Los principios del Nuevo Régimen no surgieron de la nada, y se fueron generalizando en la conciencia de muchas personas cultas a lo largo del siglo XVIII, y especialmente de su segunda mitad. Pueden tener raíces socioeconómicas —el convencimiento de la inutilidad e injusticia del orden estamental, el deseo de igualdad de oportunidades, o, como entonces se decía, de «la fortuna abierta a los talentos»; el deseo de un orden económico más libre—; aunque hoy por lo general se estima que el factor más importante fue el ideológico. El racionalismo, un movimiento que comenzó a desarrollarse ya a fines del siglo XVII, consagra en el XVIII (o «siglo de las luces») el prevalecimiento de la razón humana sobre el dogma, la normativa rígida o la costumbre consagrada.
Son los «filósofos» de la Ilustración los que difunden las ideas de libertad política, regularización administrativa, supresión de las barreras sociales o económicas, con un cuerpo de doctrina que aparece ya sumamente elaborado, al punto de que la Revolución propiamente dicha no necesitó improvisar ningún principio fundamental nuevo. Montesquieu enunció la teoría de la separación de poderes, Rousseau el dogma de la soberanía popular, Sieyès la teoría de la disolución de los estamentos y la jerarquización de la escala social según el mérito, Adam Smith el principio del liberalismo económico. Los continuos contactos entre los pensadores o ensayistas dieciochescos —por ejemplo, en la empresa colectiva de la Enciclopedia, que nació con un expreso fin ideológico, o con la continua correspondencia entre intelectuales europeos e incluso americanos—, permitió esa República de las letras que según Th. Molnar fue decisiva para la consagración de un cuerpo de doctrina coherente. Las mismas o muy parecidas ideas circulaban por Francia, España, Alemania, Italia, Rusia, también en los ambientes más cultos de América. Que en unas zonas del mundo occidental triunfase o no la Revolución depende del grado de difusión de estas ideas, de la estructura social, de la fortaleza de las instituciones del Antiguo Régimen y de la mayor o menor participación de los grupos populares en los intentos revolucionarios.
I. EL PERÍODO REVOLUCIONARIO (1776-1814)
1. LA EMANCIPACIÓNDE LOS ESTADOS UNIDOS
El proceso revolucionario comenzó en América y culminó en América. El hecho puede parecer sorprendente, porque tanto las estructuras sociopolíticas vigentes como el desarrollo del pensamiento teórico hacen suponer como más lógico el inicio de su desencadenamiento en Europa. Pero es preciso tener en cuenta que en las colonias británicas que hoy son los Estados Unidos faltaban los elementos de resistencia: la realeza, la nobleza, o el propio ejército real comandado por nobles. Aparte de que los hechos, por obra de unas circunstancias inesperadas, se precipitaron en América del Norte, y tiene todo el valor de un símbolo que el país que iba a convertirse por muchos motivos en el más representativo —y también el más poderoso— de la «Edad Contemporánea» fuese el primero en penetrar en esa Edad.
El adelantamiento norteamericano fue uno de los hechos que inspiraron por los años 60 del siglo XX a R. Palmer y J. Godechot su teoría de la «Revolución Atlántica». Esta teoría, combatida durante un tiempo, especialmente por la escuela marxista, no ha sido nunca rebatida del todo, y viene cuando menos confirmada por un hecho: los primeros países en que triunfó el Nuevo Régimen fueron países bañados por el Atlántico: Estados Unidos, Francia, Bélgica, España, Portugal, Brasil, Hispanoamérica. También tiene la revolución norteamericana un cierto sentido de revolución internacional. En ella participaron simbólicamente, y no por casualidad, héroes de los más diversos países europeos: Lafayette, Kosciusko, СКАЧАТЬ