Название: Por qué se suicida un adolescente
Автор: Héctor Gallo
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789878372693
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25- Ibid., p. 327.
26- Ibid.
27- Ibid., p. 326.
28- Ibid., p. 327.
29- Porot, Diccionario de psiquiatría clínica y terapéutica, op. cit., p. 326.
30- Ibid., p. 327.
31- Véase ibid.
32- Muñoz, “El pasaje al acto como ruptura del lazo social”, op. cit., p. 34.
Suicidio y subjetividad
El suicidio es, entonces, el acto de ruptura por excelencia con el Otro simbólico que sirve de soporte al lazo social, y dicho acto no es pensado desde el psicoanálisis como una realidad externa al sujeto, sino, más bien, interna. Si bien tanto el pasaje al acto suicida como al acto criminal no deben ser pensados por fuera de su realidad social y sin duda se trata de hechos sociales, ambos son impensables para el psicoanálisis por fuera de su relación con la subjetividad. Por esta razón, en nuestro libro una de las preguntas centrales es la siguiente: ¿qué clínica del pasaje al acto suicida es posible y cómo responder a quienes vienen a vernos con intención latente o manifiesta de suicidarse?
Todo intento de suicidio es logrado desde el punto de vista subjetivo, mas no desde el punto de vista objetivo. Cada atentado contra sí mismo, buscado consciente o inconscientemente, tiene efectos devastadores en la subjetividad, y se habla de “intento” o de “gesto suicida” por el hecho de que el daño producido, como lo afirma el padre de la sociología y contemporáneo de Freud, Émile Durkheim, es “obra de la víctima misma […]”. (1)
Es difícil encontrar un ser humano en quien alguna vez en la vida no hayan surgido impulsos suicidas expresados en la consciencia en ideas autodestructivas, como tampoco estados de ira consigo mismo y con el otro, de tristeza, de angustia, arrebatos peligrosos o estallidos de desesperación. En no pocos casos, estas reacciones afectivas se producen sin que exista proporcionalidad entre el afecto desencadenado y la causa objetiva. Freud hace referencia, por ejemplo, a lo que denomina “la susceptibilidad psíquica de los histéricos, que ante la menor desatención reaccionan como si de una mortal ofensa se tratara”. (2)
Esa “susceptibilidad” exagerada se debe comúnmente a motivos que, por haberse ido poco a poco acumulando en la memoria inconsciente, actúan como material detonante, que se sirven del último pretexto para que se produzca un estallido o se desencadene un arrebato. Debe tenerse claro, clínicamente, que la última e “insignificante molestia” no es la que produce el llanto convulsivo, lo que llaman en algunas mujeres la “pataleta”, “el ataque de desesperación y el intento de suicidio, […]”, (3) sino los recuerdos despertados “de múltiples e intensas ofensas anteriores, detrás de las cuales se esconde aún el recuerdo de una grave ofensa jamás cicatrizada, recibida en la infancia”. (4)
De lo que se acaba de exponer se deduce, a manera de conjetura, que la verdadera causa del suicidio no es externa, como supone Durkheim, sino fundamentalmente interna; por lo tanto, no hay que buscarla en los motivos presentes: un fracaso amoroso, la pérdida de un ser querido, la quiebra de un próspero negocio, un desplazamiento violento, el rechazo sistemático o espantosos reproches de consciencia. Pequeñas discusiones en una pareja, insignificantes mortificaciones de la actualidad, a veces detonan agresiones letales, serios intentos de suicidio o lo que suele llamarse “gestos suicidas”, y una afección del sentimiento de vida que debilita el disfrute de las pequeñas cosas y el regocijo de encontrarse cada día con un nuevo amanecer.
El suicidio o el intento de suicidio también pueden ser el desenlace de un conflicto psíquico grave o la puesta en acto de intenciones ocultas contra sí mismo, las cuales, por ser demasiado íntimas, no pueden ser apreciadas desde fuera y menos “por medio de aproximaciones groseras” (5) como las que suelen hacerse. Durkheim tiene razón cuando afirma, en el texto citado, que las intenciones íntimas pueden “sustraerse hasta la misma observación interior”, pues no solo existen las intenciones conscientes de suicidarse, sino también las inconscientes, y estas últimas son las más dominantes, por ser del orden pulsional.
El psicoanálisis ha descubierto, clínicamente, una común
[…] participación inconfesada de la propia voluntad del sujeto en numerosos accidentes graves, que de otro modo hubieran sido adscritos a la casualidad. Este hallazgo del psicoanálisis viene a hacer aún más espinosa la diferencia entre la muerte por accidente casual y el suicidio, tan difícil ya en la práctica. (6)
El mismo Durkheim, para quien el inconsciente supuestamente no existe, dice lo siguiente:
El soldado que corre a una muerte cierta para salvar a su regimiento no quiere morir y no es el autor de su propia muerte, pero ¿acaso no es el autor de su propia muerte en la misma medida que el industrial o el comerciante que se suicidan para escapar la vergüenza de una quiebra? (7)
Sin duda, las tres figuras evocadas quieren inconscientemente morir, pero la estrategia para lograrlo es diferente: el soldado lo hace en nombre del heroísmo del combatiente, mientras los otros dos trabajaron, sin darse cuenta, para quebrarse, perder su lugar de prestigio en la familia y en la sociedad, luego deprimirse y enseguida cometer el acto suicida. Agrega Durkheim que “otro tanto puede decirse del mártir que muere por la fe, de la madre que se sacrifica por su hijo, etc.”. (8)
Los ejemplos que Freud nos trae de suicidios, accidentes o daños al propio cuerpo tolerados inconscientemente son múltiples. Entre ellos está el de aquel oficial que cae del caballo durante un concurso hípico entre oficiales y poco después muere a causa del impacto. Antes del concurso, el oficial había sufrido la pérdida de su madre y se encontraba presa de “una profunda desazón”, “le sobrevenían crisis de llanto estando en compañía de sus camaradas, y a sus amigos íntimos les manifestó hastío por la vida”. (9)
También se le ocurrió al oficial la descabellada idea de abandonar el servicio, con el objetivo de ofrecerse para ir a combatir a África, en una guerra que para nada le parecía interesante. Pese a haber sido un arrojado jinete, había decidido evitar montar mientras le fuera posible, pero no esquivó el concurso referido, seguramente por cuestiones de conveniencia. Antes de la competencia, “exteriorizó un mal presentimiento”, y dado el estado psíquico del sujeto, sostiene Freud al respecto que si se tiene en cuenta su concepción del suicidio inconscientemente buscado, “no nos asombrará que ese presentimiento se haya cumplido”. (10)
He aquí la argumentación de Freud referida a la afirmación que se acaba de evocar. “Me objetarán: es cosa obvia que un hombre con semejante depresión nerviosa no atinara a dominar el animal como lo hacía hallándose sano”. (11) Freud le da su acuerdo a esta presunta opinión opuesta a su planteamiento, pero agrega: “sólo que yo buscaría en el propósito de autoaniquiliación que aquí hemos destacado el mecanismo de esa inhibición motriz por ʻnerviosismoʼ”. (12) No maniobró en la conducción del caballo como seguramente lo había hecho antes muchas veces gracias su amplia experticia como jinete, cuestión que da cuenta de la incidencia de un propósito externo a la consciencia, pero interno al sujeto, o sea del orden del inconsciente.
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