Amora. Natalia Borges Polesso
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Название: Amora

Автор: Natalia Borges Polesso

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Avalancha

isbn: 9789878673271

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СКАЧАТЬ que me hacían parecer una tonta y una otra, extraña para mí misma. Trataba de defenderme de mí y del ambiente. No de él. No podía. El hombre tenía ojos arteros.

      ―¿Control? Parece que esto no funciona. Parece que todo lo que digo es tan abstracto al punto de no ser mío, de no reconocerme.

      ―Pero apenas comenzamos. Tené paciencia.

      ―Apenas comenzamos esta vez, ¿no, Caetano? ¿Cuántas veces pasé por acá? ¿Cuántas veces estaré nuevamente?

      ―Todas las que sean necesarias.

      ―Ni vos ni yo vamos a saberlo.

      ―Claro que no, pero uno va intentando. ¿No es así la vida? ¿Una sucesión de intentos?

      ―Sí. Pero así y todo no sé si va a funcionar esta vez.

      Se quedó en silencio por un momento, creo que para estar seguro de que yo había dicho exactamente eso, después me miró sonriendo y preguntó.

      ―¿Eso te preocupa?

      ―¿Eso qué?

      ―Que no funcione.

      ―Claro que sí.

      ―¿Y qué puede salir mal ahora?

      ―Toda mi vida. No tengo casa, no tengo amigos, no tengo nada. Luiza se fue de casa porque es una puta que no tiene coraje ni humanidad, que me dejó así, ¿cómo pudo? ¿Qué es lo que hice mal? ¡No hice nada mal! ¿Fue por la mierda del álbum ese? ¿Fue porque no volví antes a casa? No pudo haber sido eso.

      Algo se abrió dentro de mí y las palabras empezaron a brotar desordenadas, contiguas, pomposas. Memorias y hechos y mentiras, todo junto saliendo de la boca.

      ―Mi pensamiento no se articula.

      ―¿Cómo es eso? ¿Tu pensamiento?

      ―Es el caos.

      ―¿El caos?

      ―No. Lo que digo es caótico, viene de adentro, de una parte que todavía es salvaje. Y que no entiendo, no puedo entender lo que siento. Si la viera ahora no sé si la mataría o la besaría o ¡ay! De la cabeza a la boca las cosas se pierden en algún lugar que desconozco y no vuelven nunca más. Me quedo encerrada. No puedo tocar más esas cosas, ¿entendés? Ni para sentirlas. Se hace una bola acá, sin sentido, que me hace tener miedo. Porque hay veces que escondo tanto la realidad que ni yo reconozco el episodio y si realmente hubiera sucedido de la forma que lo recuerdo, sería muy extraño. Parecería ficción. No sé si tengo vergüenza de hablar o de desear. ¿Me entendés?

      ―¿Creés que todavía hay una parte desconocida que llevás dentro? ¿Solo una? Somos completamente desconocidos para nosotros mismos. El trabajo es justamente ese.

      ―Sí… de cierta forma. Porque, no sé, parece que soy estúpida. No dentro de mi cabeza, pero cuando abro la boca, parece que tengo siempre el mismo tono de lamentación y que las cosas no se desarrollan. Me quedó ahí tratando de escarbar en la superficie, pero solo llego a arañar. Cuántas veces estuve acá. No aprendo. No me acuerdo de las cosas, no puedo hacer conexiones y la mayoría de las veces no entiendo lo que yo misma dije.

      ―Quizás estés usando la parte equivocada del cuerpo.

      ―¿Qué?

      ―Racionalizar todo, analizarlo todo, desmenuzarlo todo. Tratá de sentir más. Pensá en eso, en los impulsos. Se nos acabó el tiempo.

      ―Odio cuando el tiempo, en general, se acaba. ¿Cuánto te debo?

      ―Nada.

      ―Nada, como siempre. Pero siempre te pregunto. Por si de repente un día querés cobrarme.

      ―Tenemos un acuerdo, ¿te acordás?

      ―Me acuerdo. Gracias.

      ―¿Para vos sería importante pagar?

      ―Depende. ¿Vas a cobrarme si te dijera que sí o vas a decirme que busque a alguien más barato?

      ―Alguna de las dos cosas.

      ―Entonces no es importante.

      ―Estoy de acuerdo. Hasta la próxima.

      ―Hasta la próxima.

      Golpeé la puerta tras de mí y salí en dirección al centro de la ciudad. La calle que llevaba al centro tenía una bajada pronunciada y era gracioso ver cómo los autos desaparecían y después reaparecían nuevamente en la otra punta, distantes, donde había sol. Yo quería hacer eso, sumergirme en algún rincón oscuro de mi vida y reaparecer en otra punta más clara, que imaginaba que existía, una punta donde todo era más tranquilo y la única turbulencia posible sería causada por cosas buenas y dulces. Pero yo sabía que esos eran deseos tan idiotas que podrían estar en cualquier libro estúpido de autoayuda. De todas formas, el centro estaba cerca, pero tendría que bajar y subir para llegar. No había una forma fácil de hacerlo, tendría que sumergirme en mi propio infierno para, después quién sabe, llegar a la otra punta más clara de la vida, en el centro caliente de quien yo quería ser. No la muerte, dije sola en voz alta. Hacía eso con frecuencia cuando tenía que interrumpir un pensamiento. Es decir, una parte de mí todavía lo hace, la parte desconocida a la que no logro acceder y que viene así en forma de frases en medio de la calle o simplemente en medio de algo. En la calle real buscaba cualquier banalidad para alejarme de los pensamientos malos, pero era difícil que algo me tocara. Ir al supermercado, al correo, al negocio de adornos para la casa, era solo eso y los pasos ritmados que decían que no, no, no, la cabeza se balanceaba justamente hacia el lado opuesto, pero era solo el movimiento obligatorio de la caminata. Y me imaginaba marcha atrás, volviendo al consultorio. Subiendo nuevamente la ladera, la pierna que pesa y me tira hacia atrás, la rodilla flexionada, la punta de los dedos del pie y después el talón. Y lo mismo con la pierna izquierda. Me siento en el sillón verde y todas las palabras que dije vuelven a mí. Se van de los oídos de Caetano y se juntan al aire que entra por la ventana y levanta las cortinas. Trago. Siento que articulo al revés y de palabras vuelven a ser pensamientos sin forma. Me pica el pecho por dentro, quizás hayan sido eso antes de pensamientos confusos: una picazón en el pecho. Voy más atrás, hasta antes de nuestra pelea y veo la saliva de Luiza, condensada en el aire, volver a la lengua junto con todas las palabras ásperas. Entre dientes la veo aspirar la tristeza. Frente a mí está serena.

      Déjà vu. En la subida de la calle vi a un hombre y una mujer que cambiaban un neumático en el mismo lugar en el que hace exactamente diez años una amiga y yo cambiábamos el neumático de su Kadett bordó. Recuerdo que estábamos haciéndolo bien, nunca habíamos cambiado un neumático y estábamos haciéndolo muy bien. Hasta que muchos tipos empezaron a rodearnos, riéndose y opinando. Es gracioso, ninguno de ellos se ofreció a ayudar realmente, sino que se quedaron ahí como moscas, haciendo un tipo de zumbido colectivo, augurando nuestro fracaso. Finalmente lo logramos, y sin la ayuda no ofrecida de ninguno de ellos. En aquella época me habría ofendido incluso con la ayuda. No digo que hoy no me ofendería la actitud burlona, pero sí aceptaría ayuda para cambiar un neumático, visto que nunca en la vida cambié uno, sacando esa vez que ayudé a Michele. Creo que me quedé unos minutos ahí parada, mirando al hombre que transpiraba, girando la llave cruz. La mujer sostenía la goma de auxilio, el gato y la camisa del señor. La boca se me abrió un poco más y vi СКАЧАТЬ