Mi perversión. Angy Skay
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Mi perversión - Angy Skay страница 6

Название: Mi perversión

Автор: Angy Skay

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Mi obsesión

isbn: 9788418390227

isbn:

СКАЧАТЬ

      Me volví para mirarlo.

      —No puedo, tengo que…

      —Llevas una semana preparando el equipaje para irte. —Sonrió como un gañán y le correspondí.

      Pero la sonrisa se me borró de un plumazo cuando escuché a Edgar detrás de él:

      —Esta noche ya tiene planes. —Recalcó mucho ese «ya».

      —No estaba hablando contigo —añadió Klaus como si nada, y guio sus ojos de nuevo hasta los míos—. Te recojo a las siete.

      Mis labios se sellaron; no supe si presa del pánico que estaba comenzando a sentir o porque necesitaba salir de allí cuanto antes. Edgar me contempló con un enfado monumental y sujetó mi antebrazo con rabia.

      —Te he dicho que esta noche ya tiene planes. Y no es contigo precisamente.

      Su tono rudo me encogió el pecho. Tiró de mi brazo hasta sacarme casi a rastras a la calle. Contemplé a Klaus un segundo, pidiéndole perdón con una mirada que no entendió. Lo que sí vio fue el agarre desmedido que aquel loco llevaba.

      Dexter y Susan abrieron los ojos de par en par cuando me vieron salir. Les pedí un momento con la mano para que no se acercasen. No quería enfrentamientos, y menos en la puerta de una comisaría, o a saber cómo acabaríamos todos.

      —Suéltame —le pedí sin alzar la voz.

      Si hubiese podido matarme, lo habría hecho con un simple vistazo. Sus ojos no echaban fuego porque no podían. Lanzó tantas preguntas de carrerilla y con tan malas formas que me dieron ganas de abofetearlo en mitad de la calle:

      —¿Por qué tiene tu teléfono?, ¿por qué yo no lo tengo? ¡Esa es la jodida pregunta del millón! —Entrecerró los ojos, sin dejar de caminar a grandes zancadas mientras yo daba pequeños tirones para soltarme, sin éxito—. ¿Dónde estás viviendo?, ¿por qué no me has devuelto una puta llamada? Y, lo más importante —se detuvo en seco—, ¿por qué cojones tiene ese gilipollas tanta confianza contigo? —Si no le salió espuma por la boca fue de milagro.

      —Suéltame —le repetí, contemplándolo.

      —No me da la gana. —Subrayó cada palabra, acercando mucho su rostro al mío.

      —Edgar, por favor, está mirándonos todo el mun…

      —¡Me importa una mierda quién nos mire! —bufó—. Como te ponga una sola mano encima, te juro que…

      No le dio tiempo a finalizar la amenaza, ya que alguien habló detrás de él con tono firme y tajante:

      —Warren, te ha dicho que la sueltes, y no creo que sea necesario que te lo repita de nuevo.

      Se apartó de mí de forma instantánea y se giró tan despacio que me asustó. Como si fuese un pavo hinchando pecho, dio un paso hacia Klaus y lo contempló intimidante.

      —¿Vas a decirme tú, Campbell, lo que tengo que hacer?

      —Edgar… —lo llamé, tocando su brazo al sentir que lo soltaba con mucha lentitud.

      —Te recuerdo que todavía puede denunciarte por secuestro. No deberías haber retirado la denuncia.

      Klaus me miró antes de volver a posar sus ojos sobre el hombre al que poco le quedaba para perder los papeles.

      —Mira, Klaus —pronunció su nombre con tanto asco que me molestó—, no me toques los cojones y ve a hacer de detective, que se te da muy bien.

      —No olvides con quién estás hablando, Edgar.

      —¿Estás amenazándome?

      —Puedes tomártelo como quieras —le advirtió el rubio sin titubear.

      Edgar se acercó tanto que sus frentes casi se tocaron. Tiré de su brazo otra vez, pero no me hizo ni caso.

      —Ten cuidado. A lo mejor, el que no sabe con quién está hablando eres tú.

      Sin decir nada más, ni siquiera mirarme, se separó, le lanzó una última amenaza muda a Klaus y desapareció por la esquina.

      Tenía mis dudas, pero estaba casi segura de que se conocían.

      Desconecté mi mente de todos aquellos recuerdos cuando escuché un silbido en mitad de la playa en la que me encontraba. Abrí los ojos y vi a Dexter, que me decía a voces desde lejos:

      —Tienes visita, rubia.

      EDGAR

      —¿Qué coño haces, Edgar?

      Agazapé mi cuerpo al lado del coche y asomé medio rostro por la ventana. Miré a un lado y a otro, esperando. Los toques de Luke en mi espalda se hicieron más insistentes, aunque los ignoré. Entrecerré los ojos al darme cuenta de que una mujer, morena y con el pijama, levantaba una de las persianas de la primera planta del edificio que teníamos delante.

      —Toc, toc. Son las —miró el reloj de su mano y bostezó— ocho de la mañana, y estamos escondidos como si fuésemos a robar, detrás de un coche. Lo peor de todo es que, todavía, no entiendo por qué has venido a buscarme y por qué he dicho que te acompañaba.

      Hacía unas horas que nos habíamos acostado después de la esplendorosa fiesta y ni siquiera había podido pegar ojo pensando en la forma que tendría de encontrar a Enma. Seguí contemplando a Luke en el reflejo del cristal del coche y comprobé la cara de amargado que tenía a aquellas horas de la mañana. Metí la mano dentro del bolsillo de mi pantalón, saqué un objeto y se lo ofrecí. Abrió los ojos como platos y yo los puse en blanco.

      —Escúchame con atención. Mientras yo la distraigo, tú le colocas…

      —¡No pienso ponerle un pinganillo a nadie! ¿Desde cuándo te crees un detectivesco de pacotilla como para hacer eso en la intimidad de cualquier persona?

      Detectivesco y pacotilla. Dos palabras que, con seguridad, se le habrían pegado de la rubia a la que tanto estaba buscando. Lo miré con mala cara.

      —Si me ayudases un poco, no tendría que hacer esto como un demente.

      —Es que eres un demente —apostilló con saña—. ¿Qué se supone que quieres de Susan Jonhson?

      Lo observé como si el que hubiese perdido la cabeza fuese él y no yo. Alzó una ceja, impaciente, a la espera de mi contestación:

      —Necesito encontrar a Enma cuanto antes. —Soné tajante.

      Elevó los ojos al cielo.

      —Edgar, déjalo ya. No vas a conseguir información de ella.

      —Si le colocas ese puto pinganillo donde sea —lo señalé—, en cuanto hablen por teléfono, conseguiremos sacar algo.

      —Ya, claro —comentó con hastío—. ¿Y te piensas que va a decirle: СКАЧАТЬ