Название: Mi perversión
Автор: Angy Skay
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Mi obsesión
isbn: 9788418390227
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—Ahora os la devuelvo.
—Si quieres, puedes entretenerte un rato. No tenemos prisa —puntualizó Dexter.
Miré hacia atrás y le hice un gesto con mi dedo como que iba a cortarle el cuello cuando saliésemos. Él me lanzó un beso y Klaus se rio un poquito más a nuestra costa. Por lo menos, con nosotros se lo pasaba bien. A la vista estaba.
Me ofreció su mano para que lo acompañase y adelanté el paso, agachando la mirada un pelín. Pasé parte de mis cabellos rubios por detrás de mi oreja, y cuando elevé mis ojos, seguía mirándome. Enarqué una ceja, con una interrogación patente en mi gesto, y volvió a mostrarme su perfecta dentadura blanca, para después pasarse una mano con cierto erotismo por el fuerte mentón, enmarcado por una barba incipiente, rubia también.
—Ah, Enma, se me olvidaba. No me habían comentado nada, pero han citado también… —Abrió la puerta. En vez de entrar, me quedé paralizada y dejé de escucharlo. Klaus colocó una mano en mi espalda con tacto y, al ver mi cara, me sugirió—: Si quieres, podemos hacerlo en otra sala. Solos.
El hombre que se encontraba sentado en una de las sillas alrededor de la mesa se levantó con gesto intimidante. Me miró con mala cara, con los labios sellados y aparentemente tenso. Llevaba el brazo escayolado y un aspecto impecable. Como de costumbre.
—¿Por qué iba a tener que irse a otra sala? No muerdo.
Esto último lo dijo con un tono para nada amigable. Me fulminó de un simple vistazo al ver que la mano de Klaus seguía en mi espalda. Sus ojos se iban de esa mano y después a mi rostro. No le quité la mirada. Ya no lo haría, aunque intentara evaluarme y ponerme nerviosa. Ya no quería nada que tuviera que ver con Edgar Warren.
Lo medité durante toda la última semana que estuve en Mánchester, aun sabiendo que trataba de ponerse en contacto conmigo. Las mismas preguntas que se repetían en mi mente una y otra vez surgieron con más fuerza: ¿Qué me esperaría con él?, ¿con una persona que había estado engañándome desde el principio? Igualmente, aunque de verdad me hubiese querido, ¿por qué no me lo contó nunca? No habría tenido que montar aquella película absurda que casi nos costó la vida. No habría tenido que engañar a nadie, porque habría firmado aquellos papeles sin mirar atrás. Sin pensarlo. Porque habría seguido haciendo todas y cada una de las cosas que hice por él. Siempre.
—No te preocupes. Estoy bien.
Mis ojos buscaron los de Klaus. Sin embargo, aunque lo dije con autoridad, su rostro fue como un libro abierto y supe que el inspector no lo tenía tan claro. De hecho, tanto duró la conexión que tuvimos al mirarnos que escuché cómo el titán se preparaba para sacar su mal genio:
—¿Vamos a estar toda la mañana con la batallita de miradas? Porque tengo un negocio que levantar, por si a alguien se le ha olvidado.
Klaus desvió sus ojos hacia él. La mirada, que en un principio había sido risueña, llena de alegría, y esa boca que constantemente sonreía se convirtieron en sendas líneas infranqueables; la primera, con abrasadores destellos parecidos al fuego que sus prados verdes despedían.
—Señor Warren, si tiene prisa… —lo atravesó con los ojos—, se espera.
Edgar alzó una ceja, se reajustó la corbata con la mano que tenía sin escayola y elevó el mentón de manera desafiante.
—Señor Campbell, si no tiene prisa… —usó su mismo tono y le lanzó la misma mirada—, aligere.
La tensión podía cortarse con un cuchillo, así que decidí que ya era hora de romperla. Arrastré una de las sillas para llamar la atención de los dos presentes y me senté. Coloqué mis manos entrelazadas sobre la mesa y Klaus me miró.
—Enma, ¿te suenan estas imágenes? Son un poco crudas, pero necesito que me digas si esto es lo que te enseñó Oliver Jones cuando estuvo en tu agencia.
—Veo que los formalismos se han terminado —intervino Edgar, tamborileando sus dedos sobre la mesa.
No nos quitaba los ojos de encima, y lo peor era que cuanto más lo contemplaba de reojo, más rabioso lo veía. Lo conocía; poco, por lo que había comprobado después de todo lo sucedido. Pero su carácter sí lo tenía muy presente, y estaba a punto de perder los estribos.
Klaus lo ignoró y me mostró las fotos.
—Son las mismas que me enseñó, sí —le aseguré.
Se encontraba con una mano en la mesa, repartiéndolas, y la otra, apoyada en el respaldo de la silla. Estaba muy cerca de mi cuerpo. De hecho, notaba su respiración en mi cuello.
Los dedos de Edgar me distraían. No dejaban de dar golpecitos en la mesa, cada vez con más fuerza. En varias ocasiones, mientras escuchaba a Klaus hablar sobre el caso, desvié mi mirada hacia los golpes.
—¿Podemos dejar la orquesta, por favor? —dijo Klaus con malas pulgas, enfrentándolo.
Edgar mantuvo con los dedos en alto, tan chulo y vacilón como siempre. Temí por la respuesta, pero nada de eso ocurrió, sino algo peor.
Se levantó, ocasionando un ruido terrible con las patas de la silla, y avanzó con pasos largos y firmes hasta mi posición. Lo tenía justo al lado, pero no se dirigió a mí, sino a Klaus:
—Claro. No has estado tan cerca de mí mientras me interrogabas.
Ni corto ni perezoso, quitó la mano del inspector del respaldo de mi silla, provocando que esta cayese bruscamente. Contuve el aire al ser consciente de que ambos se analizaban con muy mala cara.
—El cuerpo que encontró Morgana allí no era el de Lark, sino el de otro hombre desaparecido hace dos años. Hemos estado investigando la relación que tenía con Oliver, pero no hemos encontrado nada. —No le quitó los ojos de encima a Edgar en ningún momento—. ¿Llegó a decirte quién había sido su informante?
—No. Te lo he dicho cinco veces con esta —bufó con mal humor el aludido.
—Como si tienes que repetírmelo veinte —le contestó en el mismo tono.
Mantuve mi mirada en un punto fijo de la pared al ver por el rabillo del ojo que Edgar se erguía intimidante. ¿Estaba loco o qué?
—Quítate el uniforme y vuelve a hablarme así —lo amenazó.
No di pie a más. Empujé mi silla, con cuidado de no chocar con ninguno de los dos, y me levanté, quedándome en una posición peor, pues tenía uno a cada lado.
—Klaus, si necesitas algo más, llámame.
Sujeté mi bolso con fuerza para salir de allí.
—Sí. Será lo mejor —murmuró él con desgana.
—Si me permites la pregunta, ¿cómo se supone que va a llamarte si no tienes teléfono?
Me detuve antes de mover la manivela de la puerta, sin atreverme a girarme. No le contesté, aunque pude escuchar su respiración desde la distancia. Abrí sin esperar ni un segundo más y caminé hacia la salida. СКАЧАТЬ