Mi perversión. Angy Skay
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Читать онлайн книгу Mi perversión - Angy Skay страница 4

Название: Mi perversión

Автор: Angy Skay

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Mi obsesión

isbn: 9788418390227

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      Habían pasado cinco meses desde el incidente de la cabaña y lo recordaba todo a la perfección. Oliver fue detenido por asesinato, falsificación de datos, blanqueo de capitales y un sinfín de delitos más que no quise ni escuchar. Antes de que se lo llevaran, contempló el cuerpo casi sin vida de Morgana y algo en él cambió. Algo tan grande como las ansias de venganza. Mirándome a los ojos, me juró y perjuró que me arrepentiría de lo ocurrido, como si el simple hecho de volverse loco disparando a todos hubiese sido mi culpa. Como si que su hija estuviese herida hubiese sido mi culpa. En un primer momento, entré en shock al ver que Edgar se escurría a la vez que Oliver, sin embargo, el que recibió los dos impactos de bala en la pierna fue Oliver, por parte de Klaus, el inspector de policía que llevaba el caso.

      A Edgar también lo detuvieron por secuestro premeditado, pero ya no sabía si todo había sido una patraña más entre la Policía y él o no. Mientras lo tenían apoyado sobre un escritorio colocándole las esposas, me contempló con una clara súplica en su mirada; una súplica que pedía perdón pero que también decía verdades. No obstante, mi mente había llegado a un punto de desconexión, y lo único que deseaba era estar sana y salva, lejos de engaños, falsas promesas, mentiras y asuntos turbios, como el motivo por el que me encontraba allí.

      Terminé enterándome de todos los planes que unos y otros habían urdido en conjunto con el fin de cazar a Oliver y de que la Policía lo detuviese. Edgar le hizo creer que estaba de su lado; aunque en el fondo siempre lo estuvo, pues me había engañado desde el minuto uno. Y por mucho que se hubiese enamorado de mí, no tenía perdón ni excusa para no habérmelo contado.

      Morgana trató de confundirlo de la misma manera, y a eso se le sumó la supuesta noticia falsa de que ellos dos se reconciliaron, dándole como recompensa lo que Oliver siempre había querido: que Waris Luk fuese de Morgana para después poder quitársela a su hija. También era otra mentira como una catedral de grande, pues, a efectos legales, nada de eso había ocurrido. Luke, simplemente, los ayudó a cada paso, lo que dio como resultado que yo estuviera en aquella cabaña como cebo. Edgar tuvo el plan urdido al milímetro, e hizo pensar a Oliver que me había engañado con sus artimañas con el fin de que firmara aquellos documentos que declinaban la herencia para después, tal y como dijo, deshacerse de mí. Morgana había avisado a la Policía semanas atrás, y junto con Luke llevaron a cabo una investigación para que pudieran juzgarlo por más de un cargo. De esa manera, Oliver se pasaría una buena temporada en la cárcel.

      A fin de cuentas, me sentía la persona más utilizada por todo el mundo. Y cuando Oliver apareció en mi agencia, supe que su única intención no era otra sino asustarme y hacerme saber con quién estaba tratando, para que, llegado el día, si me enteraba de la ostentosa cantidad de dinero que me había dejado su hermano, tuviera claro a quién pertenecía. Al final, Oliver creyó que todos estaban de su lado, cuando lo que en realidad sucedió fue que confabularon en su contra. Incluida su mujer, al enterarse del asesinato de Lark; cuerpo que supuestamente también tenían localizado. Todo era un sinfín de suposiciones que no acababan nunca.

      No acudí al hospital para ver a Morgana. Milagrosamente, la bala no la había matado y se recuperó con lentitud. No me parecía lo correcto visitarla, y pese a que ella había recibido esa bala por salvarme, pensé que no era apropiado aparecer allí como si nada cuando, con seguridad, su madre sabría muy bien quién era yo. No quería darle el día a nadie, y mucho menos estando tan crítica. Supe por Luke que Edgar sí había ido a visitarla constantemente, y también pude ser testigo de que, gracias a un periodista que se encontraba en el momento ideal en el hospital, no solamente se decían dos palabras, no. También había abrazos en sus visitas, caricias y tenues sonrisas arrebatadas que durante unos días me llenaron de celos pero que, tan pronto como pude, sustituí por odio.

      En esa semana, mis amigos no se separaron ni un instante de mí, incluido Luke, quien, enfadado por no haberle contado lo de mi embarazo, no había día que no me lo recriminase. Me mudé a la casa de Susan de manera provisional, pues, aunque Katrina y Luke insistieron, no quise prolongar más de unos días el viaje a Galicia. Por supuesto, la casa de Luke no era una opción. Por nada del mundo pensaba encontrarme con Edgar cara a cara. De hecho, no quería volver a encontrármelo nunca.

      La última mañana que estuve en Mánchester, Susan y Dexter me acompañaron a la comisaría. No tenía muy claro para qué debíamos volver, porque no me habían dado muchas explicaciones por teléfono. Edgar había estado llamándome desde el día en que lo detuvieron en la cabaña. Primero, con su número de móvil, por lo que el segundo día, cuando vi que no cesaba, lo bloqueé de todos los sitios posibles para que no continuara insistiendo. Pero, obviamente, no fue así. Después, un día tras otro, los números desconocidos fueron apareciendo en mi pantalla, así que al final opté por cambiar el mío. Hasta la fecha, no había tenido noticias de él.

      Necesitaba olvidarme definitivamente de Edgar Warren.

      Antes de acudir a la cita, le pregunté a Klaus unas diez veces si solo me habían citado a mí, y me confirmó que sí. Con esa tranquilidad, entré en la comisaría acompañada de mis amigos. Miré a mi alrededor y lo vi a lo lejos, saliendo de una de las salas con cara de mal humor. Alzó el mentón y sonrió, lo que me puso nerviosa. Era como si el mal carácter se le hubiese esfumado de un plumazo.

      —Uh, el poli está haciéndote ojitos —añadió Dexter, dándome un codazo.

      —¡Cállate! —lo regañé—. ¿Tú has visto la barriga que tengo? Si se fija en mí el ginecólogo, es porque no le queda más remedio.

      Toqué con delicadeza mi prominente vientre, pequeño pero llamativo por aquel entonces.

      —Ahí viene. Derecho —murmuró Susan, dándome esa vez un suave codazo en el costado.

      Carraspeé al verlo avanzar con grandes pasos. El uniforme le quedaba como anillo al dedo. Llevaba el cabello rubio un poquito largo y peinado de forma desenfadada. Sus ojos verdes brillaban en exceso según se acercaba, y el aspecto de chico malo, desde luego, no le pegaba para nada con el trabajo que tenía.

      —Buenos días, Enma. ¿Cómo va esa herida?

      Sonrió, y esa sonrisa se me antojó deslumbrante. Desde el primer momento en el que me tomó una breve declaración en la cabaña, había estado preocupándose con asiduidad por mi estado de salud. De hecho, había acudido tres o cuatro veces a la casa de Susan. En este caso, se refería al rasguño de la bala que llevaba en el brazo gracias a Oliver.

      —Buenos días… Bien —musité sin escucharme.

      Su sonrisa se hizo más grande. Miré de reojo a Susan, que casi babeaba. Dexter estaba al asalto y se juntaba en exceso a mi costado.

      —No te robaré mucho tiempo. ¿Me dijiste que te marchabas mañana?

      —Sí. No quiero demorarlo más.

      —¿Adónde me dijiste que te ibas? —me preguntó con picardía y una sonrisa ladina.

      —No te lo dije.

      Volvió a sonreír y escuché el carraspeo, esa vez, por parte de Susan. Klaus ensanchó más sus labios y, cabeceando, añadió:

      —Eres dura. Pero me lo dirás. —Me señaló con el dedo.

      —No lo creo.

      —Ya tengo tu teléfono —me vaciló.

      —No me quedó otro remedio —me justifiqué.

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