Название: La Sombra de Anibal
Автор: Pedro Ángel Fernández de la Vega
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia
isbn: 9788432320064
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La batalla se prolonga durante casi tres horas de manera encarnizada (Cic. De la adivinación 77; Liv. 22, 6, 1). Servilio Gémino, su colega cónsul, no llega a tiempo de socorrerlo y la derrota supone 15.000 bajas de legionarios y aliados, proporcionando una gran victoria a Aníbal (Liv. 22, 7, 2; Polib. 3, 84; Zimmerman, 2011: 285). Si se consideran los prisioneros y los caídos apenas seis meses antes, en diciembre del año 218 en Trebia, se pueden estimar en más de 55.000 el contingente de soldados perdidos por Roma en medio año (Hoyos, 2015: 112).
El episodio, de la mayor gravedad humana, adquiere el tono de la hýbris que desencadenaba la tragedia en la escena griega, y que, más allá del topos literario, encierra una justificación divina para los grandes dramas de los mortales. La desmesura, no exenta de soberbia irreflexiva, con que Flaminio se ha comportado ignorando las señales de los dioses, explica la catástrofe como un castigo divino.
El relato del final de Flaminio sin embargo, no se ve privado de un cariz en cierto modo heroico, casi épico, pues a pesar de toda la animadversión manifiesta hacia su proceder en la toma de decisiones, Plutarco recuerda que Flaminio cayó «dando con sus hechos muchas pruebas de valor y de fuerza» (Fabio 3, 3) y Livio lo ratifica indicando cómo, al ver a los suyos en apuros, el cónsul «acudía en su apoyo con denuedo». En su relato, el final de Flaminio fue obra de un jinete de los insubres, Ducario. De repente en la batalla reconoció al que «destruyó nuestras legiones y arrasó nuestros campos y nuestra ciudad». Carga contra él y lo atraviesa con la lanza, aunque no logra su objetivo de llevarse el cadáver porque acuden los triarios y lo defienden con sus escudos (Liv. 22, 6, 3-5). Polibio indica también que Flaminio muere a manos de los celtas (3, 84). En el imaginario romano, los galos celtas se cobraron la venganza contra su conquistador, el general que los había derrotado seis años antes.
Este fue el fin de la batalla, pues se inicia la huida desordenada de las tropas. Aníbal, dueño después del campo de batalla, «buscó con gran detenimiento el cadáver de Flaminio para tributarle honras fúnebres, pero no lo encontró» (Liv. 22, 7, 5). Se desconoce cómo desapareció (Plut. Fabio 3, 3).
El tono ominoso de todo lo ocurrido, con los invencibles designios divinos como trasfondo, queda subrayado por algo más que ocurrió mientras se libraba la batalla: «hubo un terremoto por el que fueron destruidas ciudades, desviadas de su curso las corrientes de los ríos y removida la base de los precipicios», sin que los soldados, sumidos en el fragor de la batalla, lo acusaran (Plut. Fabio 3, 2). Cicerón ratifica estos prodigios y añade que la magnitud del seísmo se percibió entre «los ligures, en la Galia, en muy gran cantidad de islas y en Italia entera» (De la adivinación 78).
Las fuerzas de la naturaleza se expresaban simultáneamente. La catástrofe militar se veía enmarcada por un cataclismo. Hasta el último momento Flaminio se debatió contra los designios divinos reconocibles en los prodigios. Su memoria quedará lastrada por el mantra de una impiedad desacostumbrada, que no ha cumplido con los rituales protocolizados en el ejercicio de las magistraturas, que ha ignorado los presagios adversos y los auspicios de los augures. Y, sin embargo, Flaminio ejecutó los preceptivos sacrificios para acceder al mando, aunque lo hizo fuera de Roma, y pidió la toma de auspicios en días sucesivos antes de entrar en batalla. Ha procurado mantener los rituales prescritos por la tradición, pero solo en la medida formal en que se podían conciliar la seguridad de la República y la pax deorum con sus propios intereses (Rosenstein, 1990: 84). Por tanto, la visión de los autores grecolatinos es parcial y sesgada, viciada por la interpretación senatorial emanada de sus rivales políticos y, sobre todo, por el discurso elaborado al respecto tras el formidable desastre militar al que las legiones de Roma se vieron encaminadas bajo el mando de Flaminio. No es totalmente cierta la irreverencia del cónsul, y este enfoque no reconoce el partidario uso político recurrente que se estaba haciendo de los rituales para inhabilitar a Flaminio.
UN BALANCE DE GESTIÓN Y DE LUCHA POLÍTICA
Polibio ofrece la semblanza más sumaria de Flaminio, la que, según su versión, conoció Aníbal y con la que este urdió la estrategia de provocación que le procuró su gran victoria contra el cónsul romano. Según el historiador griego, Aníbal supo «de Flaminio que era un agitador, un consumado demagogo escasamente dotado para la auténtica gestión política y militar, y que por añadidura estaba totalmente pagado de sus propias actuaciones» (3, 80, 3). La soberbia del líder popular fue la perdición de Roma. Pero es más que un líder popular, es un «consumado demagogo», un encantador de masas manejadas, un populista: en su retrato está implícito el tono peyorativo inherente al manejo de la opinión pública popular con un sesgo adverso a las elites que se reconoce como populismo.
Despojada de sesgos, la biografía de Flaminio corresponde a la de un líder político de vocación y apoyo popular, imbuido de una sólida conciencia de clase. Como novus homo se apoyó en la masa social de votantes del populus sin un aparente soporte de la clase política, de la nobilitas. Quizá pudo contar con ella al principio de su carrera para iniciarla, aunque más parece que, dado que la primera magistratura que consta haber desempeñado, la de tribuno de la plebe, la aprovechó para promover su reforma agraria de distribución de tierras a ciudadanos sin recursos y dispuestos a emigrar, es posible que esta ley formara parte de las propuestas de su campaña electoral. No promovía más que lo que era esperable de un tribuno, defender los intereses de la plebe, y eso no es demagogia (Develin, 1979: 243). En todo caso, arrostró una oposición frontal del orden senatorial en una apuesta decidida y calculada, ambivalente: contó con el voto popular, pero a cambio hubo de afrontar la oposición firme de la clase política que le deparó su severo rechazo al advenedizo, tildándolo de demagogo, de oportunista seductor de la voluntad popular.
Sobre su pretura se conoce poco, aunque cabe concluir un balance favorable de su gestión siciliana. De su primer consulado se puede inferir una enconada oposición senatorial que se vio superada por su victoria militar contra los galos, desautorizada por el senado, pero reconocida como triunfo por la asamblea popular. Los apoyos populares le granjearon una censura memorable, con inversiones públicas reconocidas y celebradas. Su apoyo y defensa activa de la ley Claudia le colocó de manera irreconciliable y definitiva contra el orden senatorial. Y en la reacción senatorial para inhabilitarlo en su segundo consulado late una rivalidad política combativa que recurre a los vicios rituales como estrategia para intentar de nuevo la destitución. El retrato de Flaminio muestra en su trayectoria una coherencia sostenida: se trata de un plebeyo que se inicia como novus homo y al que el populus reporta los apoyos electorales necesarios en los comicios y la lealtad de la tropa en el campo de batalla.
En este balance, late de trasfondo un vigor democrático innegable (Münzer, 1999: 353). El debate acerca de la escasa calidad democrática de la constitución romana no se puede abrir ahora, en este análisis, pero hay que reconocer, que a pesar del funcionamiento timocrático y viciado de los comicios centuriados donde se elegía a los magistrados superiores contando con el mayor peso específico de la elite económica, en el caso de Flaminio ese control de homologación política se vio arrollado por el empuje electoral de un líder que, tras su memorable tribunado de la plebe, promoviendo el reparto de tierras del Estado, logra ser elegido para las magistraturas a las que concurre como candidato movilizando apoyos que escapan al control acostumbrado de la aristocracia política, de las redes clientelares de la nobilitas. Y que al lograr aprobar la lex Claudia está gratificando y cumpliendo debidamente con sus apoyos electorales emanados del seno de la alta sociedad romana y el orden ecuestre, de los grupos adinerados no senatoriales.
En esos parámetros de legitimidad democrática electoral como credencial para un candidato indeseado para la nobleza rectora, pero designado por voluntad popular, la reacción senatorial recurre a una instancia de apelación superior. Una y otra vez, la gestión política de Flaminio se ve interferida por los escrúpulos religiosos y por los auspicios desfavorables. La religión funcionaba como garante de СКАЧАТЬ