Название: La Sombra de Anibal
Автор: Pedro Ángel Fernández de la Vega
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia
isbn: 9788432320064
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Flaminio –acosado– toma decisiones de urgencia. Emite un edicto consular al cónsul saliente, para que aguarde con el ejército acampado en Rímini, en la capital de ese territorio tan fecundo para él, el mismo que había distribuido al inicio de su carrera política. Para las operaciones la región es oportuna, y a él particularmente le aporta seguridad. Se trata de un espacio en el que se ha desenvuelto su experiencia militar como cónsul, el punto de destino de su vía Flaminia, y donde sin duda posee firmes conexiones de fidelidad clientelar. En el edicto acompañado de una carta, Flaminio emplaza al cónsul saliente a que le espere el 15 de marzo. Planea tomar posesión del consulado fuera de Roma. Huye así de los escrúpulos religiosos con los que se podría impedir o revocar su nombramiento en la capital. La experiencia pretérita le hace poner tierra de por medio.
Livio indica que estaba «convencido de que lo iban a retener en la ciudad poniendo pegas a propósito de los auspicios, retrasando las ferias latinas y aduciendo otros inconvenientes referidos a su función consular» (21, 63, 5). Estrategias dilatorias o, peor aún, quizá eliminatorias. Flaminio tiene motivos para desconfiar. El senado pretende invalidar por la vía religiosa lo que no ha podido evitar en los procesos electorales, creando interdicciones en torno al cónsul (Champion, 2017: 112). Flaminio pretende hacerse cargo de las tropas sin haber celebrado y presidido las ferias Latinas como le corresponde (Pina Polo, 2011: 103; Marco Simón, 2011). Pero al tomar esta decisión, Flaminio ofrece su flanco al descubierto: incumple todos los protocolos de investidura del imperium (Driediger-Murphy, 2018: 187). Sale de Roma como privatus, simulando un viaje y marchando «clandestinamente a su provincia como simple particular. Cuando esta circunstancia se hizo de dominio público, un nuevo motivo de resentimiento vino a suscitarse entre los senadores, ya en contra desde antes» (Liv. 21, 63, 5). A la luz de la trayectoria precedente, es comprensible el modo de proceder de Flaminio: el plebiscito sobre reparto de tierras en el que, al parecer, había sido preciso apelar significativamente a la aquiescencia divina, un consulado en que ha sido desalojado del poder por auspicios adversos, un nombramiento abortado como jefe de la caballería, y, en fin, su defensa y aprobación de la ley Claudia con todo el senado en contra.
Livio presenta un punto de vista posicionado del lado del senado y en contra de Flaminio: «primero, nombrado cónsul con irregularidades en la toma de los auspicios, cuando dioses y hombres le decían que volviese del frente mismo de batalla no había hecho caso; ahora consciente de haberlos menospreciado evitaba el Capitolio y el ofrecimiento solemne de los votos para no acudir al templo de Júpiter Optimo Máximo el día de la toma de posesión de su magistratura para no ver al senado que le era hostil y al que solo él odiaba, para no anunciar la fecha de las ferias Latinas ni ofrecer en su nombre a Júpiter Laciar el sacrificio solemne, para evitar dirigirse al Capitolio, después de tomar los auspicios, a ofrecer sus votos y de allí marchar a su provincia vestido con el capote militar acompañado por los lictores» (Liv. 21, 63, 7-9). El pasaje, que repasa todo el protocolo de toma de posesión e investidura, permite observar que, en efecto, había muchas ocasiones en todo el proceso para poder introducir dilaciones o para encontrar en los escrúpulos religiosos, por errónea formulación de votos o adversa toma de auspicios, una excusa que abortara la toma de posesión de Flaminio.
Marcha de Roma. Se ve abocado a una decisión directa y arriesgada, que se manipulará en su contra, pues tal parece que ya no le hace «la guerra solo al senado, sino a los dioses inmortales» (Liv. 21, 63, 6). Su actitud cuestiona implícitamente todo el ritual y el protocolo, y puede ser presentada como una intolerable impiedad ritual y religiosa que quiebra aún más la pax deorum, ya contraria a juzgar por las batallas perdidas contra Aníbal en los meses anteriores.
UN NUEVO ENFRENTAMIENTO CON EL SENADO
El asunto se debate en el senado en un tono hostil y con apreciable carga retórica: se plantean los senadores si va «a tomar posesión de su cargo en Arímino de una forma más acorde con la majestad de su autoridad que si lo hiciera en Roma, e investirse de la toga praetexta en una posada de huéspedes mejor que en los penates de su casa» (Liv. 21, 63, 10). Flaminio ha partido sin los distintivos del cargo, sin la indumentaria formal y sin la escolta de los lictores, pero ha escamoteado así su comparecencia ante una curia que se ve desairada. La reacción va a ser la esperable. La impiedad del osado cónsul comporta que realmente no debe ser considerado cónsul, sino un sencillo privatus, un ciudadano particular (Pina Polo, 2011: 22). Y de nuevo se reproduce la unanimidad en la cámara contra Flaminio: «todos estuvieron de acuerdo en que había que hacerle venir, incluso traerlo a la fuerza y obligarlo a cumplir personalmente con todas las obligaciones para con los dioses y los hombres antes de marchar al ejército y a su provincia» (Liv. 21, 63, 11).
Tito Livio relata con detenimiento todo lo ocurrido por inusual. De lo excepcional se puede recuperar precisamente el protocolo acostumbrado. Pero el sentido de lo que ocurre trasciende lo meramente ritual. Se está produciendo una alteración del equilibrio constitucional. La impiedad del cónsul es desobediencia civil. En efecto, desde la perspectiva del funcionamiento del sistema político republicano, queda evidenciado que Flaminio ha quebrantado el ordenamiento institucional, y que lo hace por segunda vez: se le envía una embajada con dos diputados «pero el efecto que hizo en él no fue en absoluto mayor que el que había hecho la carta remitida por el senado durante su anterior consulado» (Liv. 21, 63, 12). La estrategia de la huida hacia adelante, de anteponer los deberes militares a los requerimientos senatoriales, es empleada por segunda vez por Flaminio, aunque hay una diferencia notable: la vez anterior estaba investido, era cónsul imperator, y rehusó darse por enterado de una carta recién llegada. Ahora, lo que hace es remedar una toma de posesión alejado de Roma, de modo que pretende oficializar su mandato desautorizando implícitamente al senado, al hacer caso omiso de sus requerimientos. Pretende justificarlo por interés de la campaña militar: de inmediato se hace cargo del mando de las legiones que le ceden los cónsules salientes y parte hacia Etruria.
Sin embargo, los presagios no eran favorables y la obstinación de Flaminio se va a ver amonestada con un nuevo presagio que será interpretado en Roma como «una grave amenaza» por sus enemigos políticos: al formalizar la toma de posesión fuera de Roma, cuando está inmolando un ternero, el animal, ya herido, escapa de las manos de los sacerdotes y esparce su sangre salpicando a los presentes (Liv. 21, 63, 14).
Todo lo ocurrido en relación con el acceso al segundo consulado de Flaminio puede valorarse como un nuevo episodio de una relación institucional difícil entre un político alternativo y un senado que no acepta liderazgos excéntricos o no controlados. Es obvio que la promoción política de Flaminio se ha logrado de manera recurrente en cada magistratura sobre apoyos extrasenatoriales fuertes. Es razonable pensar que en cada ocasión para el enfrentamiento con la curia habrá perdido aliados nobles. Es verosímil que la ley Claudia lo dejara aún más desarropado. Y es probable que su proceder contra todo protocolo le despojara de los que le pudieran quedar, si aún le quedaban, pero no parece haberle inquietado. Su resolución queda por encima de ello.
Y es que, por otro lado, el senado no puede cuestionar la voluntad popular tras un proceso electoral. Así que ha optado por hacer oposición al cónsul siguiendo una vía que trasciende lo humano y que está bajo su control: la vía sacerdotal y de la superstición, la autoridad de lo sagrado, gestionando otro de sus resortes de poder, el más inapelable. En este caso, además, el propio Flaminio lo ha desencadenado en su propia contra por introducir variaciones al funcionamiento consuetudinario, por romper los protocolos y obviar los rituales.
Y en la misma línea de opinión que los senadores, la literatura latina acaba por legitimar una posición adversa a Flaminio, a su trayectoria política y a su memoria, por la soberbia que manifestó y por su obstinada desatención a los avisos que recibió en forma de presagios sin reconocerlos y sin haberlos atendido ni expiado. Quebrantaba los convencionalismos políticos y ofendía СКАЧАТЬ