Amor inesperado. Elle Kennedy
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Название: Amor inesperado

Автор: Elle Kennedy

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Love Me

isbn: 9788418509131

isbn:

СКАЧАТЬ ha llamado Brenda. ¿Debería corregirlo?

      «Por supuesto que deberías corregirlo. Que le den a este tío. Ya lo tienes». La Brenda segura de sí misma —quiero decir, Brenna—, alza su espectacular cabeza.

      —En realidad me llamo Brenna —digo suavemente—, y creo que encajaría muy bien aquí. Antes que nada, adoro el hockey. Es…

      —Tu padre es Chad Jensen. —Mueve la mandíbula arriba y abajo y me doy cuenta de que está mascando chicle. Elegante.

      Respondo con un tono cuidadoso:

      —Sí, así es.

      —Un entrenador que ha ganado campeonatos. Múltiples victorias en la Frozen Four, ¿verdad?

      Asiento.

      —Es un buen entrenador.

      Mulder también asiente.

      —Debes de estar muy orgullosa de él. ¿Y cuál dirías que es tu mayor fortaleza, además de tener un padre medio famoso?

      Me obligo a ignorar la nota malintencionada en su pregunta y digo:

      —Soy lista. Tengo los pies en la tierra. Trabajo bien bajo presión. Y, sobre todo, realmente me encanta este deporte. El hockey es…

      Y ya no me escucha.

      Su mirada ha bajado a la pantalla del ordenador y sigue mascando su chicle como si fuera un caballo que come avena. La ventana que hay detrás de su escritorio proporciona unas vistas borrosas al reflejo de su monitor… ¿Es una alineación de hockey de fantasía? Me parece que es la web de fantasía de la ESPN.

      De repente, me mira.

      —¿De qué equipo eres?

      Arrugo la frente.

      —¿De qué equipo universitario o…?

      —De la NHL —me interrumpe, impaciente—. ¿Cuál es tu equipo, Brenda?

      —Brenna —mascullo entre dientes—. Y soy de los Bruins, por supuesto. ¿Y usted?

      Multer se ríe en voz alta.

      —Los Oilers. Soy canadiense, de los pies a la cabeza.

      Finjo interés.

      —Oh, qué interesante. ¿Es usted de Edmonton, entonces?

      —Sí. —Sus ojos vuelven a la pantalla. En un tono ausente, pregunta—: ¿Cuál dirías que es tu mayor debilidad, además de tener un padre medio famoso?

      Me trago una réplica mordaz.

      —A veces puedo ser impaciente —confieso. Porque ni en broma voy a hacer esa cosa tan cursi de decir que mi mayor debilidad es lo mucho que me importa el trabajo, o lo mucho que trabajo. Ugh.

      La atención de Mulder vuelve a su equipo de hockey de fantasía. Se hace el silencio en su espacioso despacho. Irritada, cambio de postura en la silla y examino la vitrina de cristal que hay contra la pared. Exhibe todos los premios que ha ganado la cadena con los años, además de parafernalia diversa firmada por varios jugadores de hockey profesionales. Me fijo en que hay un montón de cosas de los Oilers.

      En la pared opuesta, dos pantallas enormes muestran dos programas diferentes: un recopilatorio de los mejores momentos de este fin de semana de la NHL y un top 10 de las temporadas más explosivas de jugadores noveles. Ojalá los televisores no estuvieran silenciados. Al menos, podría escuchar algo interesante mientras me ignoran.

      La frustración me sube por la espalda como la hiedra y me llega a la garganta hasta ahogarme. No me presta ni una pizca de atención. O es el peor entrevistador del planeta, o es un borde, o, directamente, no se toma en serio lo de considerarme para el puesto de trabajo.

      O a lo mejor es la opción d) todas las anteriores.

      Tristan estaba equivocado. Ed Mulder no es borde: es un capullo de mierda. Pero, por desgracia, no todos los días se tiene la oportunidad de realizar las prácticas en cadenas grandes como HockeyNet. Hay pocas en el mercado de prácticas. Y tampoco soy tan ingenua como para pensar que Mulder es un caso especial. Algunos de mis profesores, tanto hombres como mujeres, me han advertido de que el periodismo deportivo no es el terreno más acogedor para una mujer.

      Me enfrentaré a hombres como Mulder a lo largo de toda mi carrera. Perder los papeles o salir hecha una furia de su despacho no me ayudará a conseguir mi meta. En todo caso, le daría «la razón» a su punto de vista misógino: que las mujeres son demasiado emocionales, demasiado débiles y que no están preparadas para sobrevivir en el mundo del deporte.

      —Bueno —me aclaro la garganta—, ¿cuáles serían mis tareas si me dieran el puesto?

      Ya conozco la respuesta: prácticamente he memorizado la oferta de trabajo, por no mencionar el interrogatorio digno de la CIA que le he hecho a Tristan, el profesor asistente. Pero supongo que vale la pena hacer alguna pregunta, ya que Mulder no está interesado en devolverme el favor.

      Alza la cabeza.

      —Tenemos tres puestos por cubrir en el departamento de producción. Yo soy el jefe del departamento.

      Me pregunto si se ha dado cuenta de que no ha contestado a mi pregunta. Inspiro profundamente.

      —¿Y las funciones?

      —Muy intensivas —responde—. Tendrías que recopilar las partes más destacadas de los partidos, montar paquetes de clips, ayudar a hacer teasers y crear material inédito. Asistirías a las reuniones de producción, propondrías ideas para nuevo contenido… —Se le apaga la voz mientras pulsa varias veces el ratón.

      Es decir, el trabajo perfecto para mí. Lo quiero. Lo necesito. Me muerdo la parte interior de la mejilla y me pregunto cómo puedo revertir esta desastrosa entrevista para bien.

      No tengo la oportunidad de hacerlo. Se oyen unos golpes fuertes en la puerta y se abre de par en par antes de que Mulder responda. Un hombre entusiasmado con una barba descuidada irrumpe en el despacho.

      —¡Acaban de detener a Roman McElroy por violencia doméstica!

      Mulder se levanta de su sillón de piel.

      —¿Me estás vacilando?

      —Hay un vídeo circulando por Internet. No de las palizas a la mujer, sino de la detención.

      —¿Alguna cadena lo ha cubierto ya?

      —No. —El señor Barbas se balancea arriba y abajo como un niño en una tienda de juguetes. Dudo que tenga menos de cincuenta y cinco años.

      —¿Qué reporteros están en el set? —inquiere Mulder de camino a la puerta.

      —Georgia acaba de llegar…

      —No —interrumpe el jefe—. Barnes no. Seguro que intenta darle un giro con sus tonterías feministas. ¿Quién más?

      Me muerdo el labio para mantener a raya la réplica СКАЧАТЬ