Название: En el paraíso con su enemigo
Автор: Annie West
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Bianca
isbn: 9788413752129
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Damen no pensaba explicar que no pensaba casarse ni tener hijos. Sus sobrinos heredarían sus negocios. Entre otras cosas, porque no quería preguntarse siempre si su mujer se había casado con él por amor o por dinero.
–Sigo sin entender por qué me lo propones a mí, pero la respuesta es «no». No me gusta mentir y tú eres el último hombre con el que quiero pasar tiempo.
Damen observó a Stephanie, su rostro encendido, su actitud airada, su respiración agitada… y supo que no debía presionarla. Era una mujer apasionada y, enfadada, era capaz de atacar aun cuando ello supusiera dejar pasar una magnífica oportunidad.
Necesitaba tiempo para evaluar las ventajas de su proposición. Tenía margen de tiempo. Iba a alojarse en la villa mientras Emma y Christo iban de luna de miel. Y él tenía su yate atracado en la orilla.
–No decidas ahora, Stephanie. Esperaré a que me des tu respuesta –dijo.
Y tomando la copa de la mano de Stephanie, se encaminó de vuelta a la fiesta.
«¡No decidas ahora!» Damen era tan arrogante que no estaba dispuesto a aceptar una negativa.
Pensar en él hacía que le hirviera la sangre. ¡Así que era perfecta para su plan porque no intentaría conquistarlo! ¡Quién querría conquistar a semejante gusano!
En cualquier caso, se dijo Stephanie reclinándose en una hamaca junto a la piscina, no tenía de qué preocuparse. Como era de esperar, Damen no había aparecido, así que debía de haberse tratado de una broma de mal gusto.
Era evidente que no iba en serio. Ni siquiera un magnate de la industria naviera se gastaba dos millones de dólares en semejante farsa.
Damen la enfurecía hasta el punto de que le había dicho que estar con él sería rebajarse. Eso sí tenía gracia. Su gusto respecto a los hombres era deplorable.
No había visto a Damen desde la noche anterior, cuando los invitados a la boda se habían despedido de los recién casados.
Por lo que Emma había insinuado, Steph sospechaba que habían ido a Islandia a ver la Aurora Boreal. Era un destino al que ella ansiaba ir, pero como el resto de su vida, tendría que ponerlo en espera. Aquellos días en Corfú iban a ser sus últimas vacaciones en mucho tiempo.
Tomó un bolígrafo y se concentró en el listado de posibles empleadores, pero estaba desanimada. Ya había contactado a las mejores agencias y no tenían nada que ofrecer. Y aunque consiguiera un trabajo, sus problemas continuarían. Tenía que recuperar todo el dinero, y la justicia procedía con lentitud. Para cuando las autoridades atraparan a Jared, su dinero habría desaparecido. Y el de su abuela.
Se le contrajo el estómago al pensar en esta, tan ansiosa por apoyar a su nieta que había invertido todos sus ahorros en su primera aventura empresarial.
De haberlo sabido, Steph no lo habría permitido. No le habría presentado a Jared. Pero ya no había vuelta atrás. Su exjefe y casi socio, había abandonado el país dejándola sumida en una deuda que no podía afrontar. Y a su abuela sin capital para la residencia a la que planeaba retirarse.
Steph dejó el cuaderno. Un salario fijo no resolvería sus problemas económicos. Una vez volviera a Australia solo le quedaba dinero para pagar una semana de un hostal.
Tenía una solución clara: decírselo a Emma. Tanto ella como su marido eran ricos y Emma no dudaría en ayudarla. Pero la idea le horrorizaba. No podía ser un parásito. Solo ella era culpable de su error y tenía que resolverlo sola. Había confiado en Jared cuando este le dijo que iba a poner el dinero como depósito del local.
Además, no era buena idea mezclar el dinero y la amistad, y no estaba dispuesta a arriesgar la relación que la unía a Emma desde el colegio.
Se le revolvió el estómago al recordar cómo, cuando vivía con su madre, los hijos de los vecinos tenían prohibido ir a su casa; la evitaban y les oía murmurar cosas que, aun sin llegar a comprender porque era pequeña, la avergonzaban. Su madre, que las mantenía a duras penas con su salario de limpiadora, había pedido dinero prestado a los vecinos y no había podido devolvérselo. La amistad se había roto y se habían tenido que mudar a un piso más pequeño.
Su madre había trabajado mucho, pero no ahorraba. Finalmente había tenido que mandarla a ella a vivir con su abuela.
Steph hizo una mueca. Se negaba a ser como su madre. Desde que había tenido su primer sueldo, había ahorrado para poder contribuir a los gastos de su abuela.
Había estado tan orgullosa de sí misma y de su aventura empresarial con Jared, una compañía de viajes personalizada… Y se había convertido en polvo.
Se puso de pie. Necesitaba un plan para rescatar los ahorros de su abuela. Una manera de ganar dinero rápido, no en veinte años.
«Dos millones de dólares».
La descabellada proposición casi sonaba razonable.
Con dos millones de dólares podría comprar a su abuela una casa en la residencia. Tendría dinero para empezar de nuevo y no caer en la pobreza. Sería económicamente independiente y ningún hombre podría decepcionarla. Al contrario que su irresponsable padre, que nunca le había proporcionado apoyo, ni sentimental ni económico, y había acabado desapareciendo para siempre.
Steph rio con amargura y se encaminó hacia la playa. Al volver la esquina de la villa, se chocó contra una inesperada pared de músculos que olía a aire fresco y a hombre.
–Stephanie, venía a verte.
Aquella perfecta sonrisa hizo que se le contrajeran las entrañas. ¿Había algo en Damen que no fuera perfecto?
Damen miró aquellos ojos chispeantes y sintió un golpe en el plexo solar aún más fuerte que cuando el día anterior había visto a Stephanie en su sensual vestido, tan femenina, tan seductora. Pero entonces había pensado que su reacción se debía a la sorpresa.
¿En aquel momento?
La sujetó por los brazos. El bañador rojo que llevaba, supuestamente recatado, sobre sus delicadas curvas resultaba…
Damen alzó la mirada a su rostro. Y vio en ellos algo distinto al desdén del que había hecho gala el día anterior. ¿Angustia?
Miró por detrás de ella, buscando a la persona que la había incomodado, pero no había nadie. Bajo su mano, la sintió tensa, como un cable estirado al máximo.
–¿Qué te ha pasado?
–Nada –Stephanie tomó aire, poniendo a prueba la determinación de Damen de no mirarle el pecho–. Solo que invades mi privacidad.
Aunque a Damen casi le alivió que reaccionara con sarcasmo, algo seguía sin convencerlo.
Era extraño que una mujer que lo desdeñaba despertara su instinto protector y, sin embargo…
La soltó y tras un leve balanceo, Stephanie se estabilizó.
–He venido por una respuesta –dijo él, cruzándose de brazos y asombrándose de lo rápido que le latía el corazón.
–¿Hablabas en serio?
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