Seamos una familia. Roser A. Ochoa
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Название: Seamos una familia

Автор: Roser A. Ochoa

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: eLit LGTBI

isbn: 9788413753058

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СКАЧАТЬ Sin embargo, debería conseguir que firmara una carta de renuncia de sus derechos y deberes como progenitor. —El hombre dejó los papeles a un lado y lo miró de manera directa a los ojos—. Su hermana Sara le dejó a usted como tutor legal del niño, no debería existir ningún problema, pero siempre sería mejor y se ahorraría una sorpresa en el futuro, si el padre renunciara de forma oficial a sus derechos —volvió a explicarle el abogado.

      —Entendido, encontrar a ese imbécil y hacer que diga que no quiere a Lucas —replicó Eric, rascándose la cabeza.

      —Ese sería el resumen más o menos, sí.

      —¡Genial! Entonces, después, ¿podré adoptarlo? —inquirió Eric ansioso.

      —Tiene un hogar estable, un contrato fijo y un entorno saludable. Veo que ha adjuntado dos informes médicos en los que se recomienda que sea usted quien siga al cuidado del menor, como estos últimos meses… No veo mayor problema en que se formalice la adopción —declaró el hombre orondo, frotándose la barriga con gesto satisfactorio.

      —¡Bien! —exclamó Eric, haciendo un gesto de victoria.

      —¿Está seguro de que es lo que desea? —le interrogó el abogado.

      La pregunta cogió a Eric con la guardia baja, a pesar de que no era la primera vez que alguien se la lanzaba para que la cogiera al vuelo. Tenía diecinueve años recién cumplidos, adoptar a Lucas iba a mandar por el retrete todos sus sueños futuros, no obstante, eso le importaba una mierda. Nunca había tenido nada tan claro en toda su vida. Así que, Eric solo sonrió con amabilidad ante la preocupación de ese hombre que no lo conocía de nada, ni a él, ni a Sara, ni a Lucas. Eric siguió sonriendo, como si estuviera agradecido de ese arranque de preocupación paternalista por su parte.

      —Sin ninguna duda —afirmó de manera escueta pero tajante, alargando la mano después para encajarla con el hombre.

      Cuando por la noche llegó a casa, el bocadillo del mediodía lo tenía en los pies, estaba hambriento y cansado por el trabajo. Eran cerca de las nueve y Lucas, casi con toda seguridad, estaba esperándolo en la cama para leer un libro. Agradeció a Marta, la vecina de enfrente, que hubiera cuidado del pequeño durante toda la tarde.

      —A ver, enano, ¿los dientes? —preguntó desde el pasillo, caminando hacia la habitación de Lucas.

      Cuando entró, no había rastro del niño en ninguna parte, Eric miró alrededor un par de veces, se agachó para buscarlo bajo la cama, pero tampoco lo encontró ahí.

      —¡Tú! Zarigüeya, ¿dónde te has metido? —inquirió, saliendo de la habitación de astronauta para meterse en la suya propia—. Eeeeehhhhh, me habéis recogido las camisetas del suelo. ¡Mola! —exclamó Eric feliz. Dio un vistazo rápido, el bulto bajo sus sábanas se movió, sin embargo, Eric fingió no verlo—. Qué pena, mofetilla, había comprado un McFlurry —soltó, chasqueando la lengua.

      Justo terminó de dejar caer esas palabras, cuando las sábanas saltaron y de debajo de ellas apareció Lucas, con expresión feliz alzando las manos en su dirección, exigiendo el helado.

      —¡Lucas! —gritó Eric, fingiendo sorpresa y cogiéndolo en brazos. Sin embargo, situando ambas manos sobre su pecho, el niño empezó a empujar con fuerza para que lo soltara—. ¡Aaaahhh! El helado, ¿no? Como te he dicho, he comprado uno… Pero… Cachis, me lo he comido por el camino —comentó Eric riendo como un loco, cuanto más reía él, más enfadado se ponía Lucas—. ¡Qué quieres! Se estaba derritiendo, era una pena.

      ¿Cómo no iba a estar seguro de querer adoptar a Lucas? Eric abrazó al niño con fuerza, a pesar de la resistencia que el pequeño ofrecía, pues estaba muy enfadado por no tener helado.

      —Mañana te compro una tarrina entera para ti solo —le prometió Eric, besando su frente, empezando a luchar contra esas lágrimas que estaban a punto de golpear sus ojos a traición—. Venga, es muy tarde, te tienes que ir a dormir —apuntó el chico, recomponiéndose y llevándose al pequeño hasta la habitación para dejarlo con ternura sobre la cama—. Hoy no hay tiempo de cuento —lamentó, además estaba muerto de hambre, no veía el momento de arramblar con cualquier cosa que hubiera en la nevera, lo que fuese—. Vamos, vamos, no seas pesado —dijo Eric, ante los pucheros del niño—. Buenas noches, enano.

      Agachándose al lado de la cama, Eric besó la frente de Lucas y este alargó la mano para acariciar la mejilla de su tío, cosa que lo cogió por sorpresa. Lucas alzó un poco la mano para asir a Eric por la nuca y hacer que se acercara un poco más, este, intuyendo lo que pretendía, ladeó un poco la cabeza, acercando el oído a los labios de Lucas, que empezaron a moverse despacio.

      —Buenas noches —susurró el niño, con un hilo de voz tan suave, que Eric lo sintió como una leve brisa erizándole la piel. Como un beso de mariposa.

      —Te quiero, zarigüeya.

      Ambos se miraron aún unos instantes más, poco a poco, el pequeño fue cerrando los ojos hasta que su respiración se ralentizó. Una vez en la cocina y mientras tomaba un trozo de tortilla de patatas que había dejado hecha Marta, repasó todos los papeles que el abogado le había dado esa mañana, hasta que llegó a esa «renuncia» que debía firmar el padre de Lucas. Tenía que quitarse cuanto antes este tema de encima, puede que después de eso consiguiera conciliar mejor el sueño por las noches.

      —Bueno, señor Katsaros, más vale que no me lo pongas muy difícil.

      Capítulo 4

      Cuando salió de la ducha después de sus quince kilómetros diarios, Jonah pudo observar cómo el cielo, que ya al amanecer estaba teñido de gris, ahora había mutado a un negro extraño, y hasta empezaban a escucharse truenos lejanos. Iba a llover lo que, en el mundo de la hostelería, podía traducirse en dos cosas totalmente opuestas: que el restaurante se llenara hasta la bandera o que estuviera vacío por completo. Era extraño, a veces con la lluvia era como si a la gente dejara de apetecerle cocinar, esos días el restaurante bullía, sobre todo de vecinos de la zona. Por el contrario, había veces que, con tormenta, la gente pensaba que mojarse era algo insoportable y se encerraba en casa. Aunque esos días tampoco eran malos, los aprovechaba para probar nuevas recetas y usaba a sus trabajadores como conejillos de Indias.

      En los últimos meses de primavera había incluido tres platos nuevos en la carta. Además, el día se le presentaba complicado pues, a media tarde, entre el servicio del mediodía y de la cena, empezarían con las entrevistas para incorporar personal en la temporada de verano. De hecho, ya iban un poco tarde. La gente de sala solía ser cosa de Víctor, ya que, a fin de cuentas, él era quien tendría que lidiar con ellos. Jonah no solía salir mucho de la cocina, lo que él necesitaba era un par de buenos ayudantes, rápidos en pequeñas tareas y a poder ser con algo de experiencia.

      Al final, la mañana fue relativamente tranquila. Hubo comensales, pero dentro de la normalidad, seguramente porque, a pesar de la amenaza del cielo nublado y los truenos, aún no había empezado a llover; el tiempo había aguantado. Jonah miró el reloj haciendo un cálculo mental y terminó por decidir que le daba tiempo de ir a casa a darse una ducha, antes de que su hermana llegara. Después de tantas horas con el calor de la cocina estaba sudado e Ina odiaba que oliera a comida, cosa que a él le encantaba.

      —Jefe, ¿quieres que venga después? —se ofreció Víctor, siguiendo a Jonah por la cocina. Observando cómo su amigo terminaba de limpiar un par de cosas.

      —¿Quieres venir? СКАЧАТЬ