Seamos una familia. Roser A. Ochoa
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Название: Seamos una familia

Автор: Roser A. Ochoa

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: eLit LGTBI

isbn: 9788413753058

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СКАЧАТЬ en el supermercado del barrio.

      Leyó de manera tranquila mientras era el narrador, aflautando la voz cuando era el astronauta quien hablaba o agravándola cuando lo hacía el alienígena. A Lucas le encantaba ese cuento, sobre todo si se lo explicaba haciendo un poco de teatrillo. Cuando terminaron de leerlo, Eric besó la frente del niño, le deseó buenas noches y apagó la luz antes de salir de la habitación. Una vez solo en el comedor se dejó caer en el sofá agotado y encendió el televisor para que Lucas no lo oyera llorar.

      Capítulo 2

      Los fines de semana siempre eran muy ajetreados para Jonah, sobre todo ahora que se acercaba el verano. Los días de mayo en la costa catalana eran temperados y agradables, cosa que se notaba en la afluencia del restaurante. Además, había elegido un enclave privilegiado, lo suficiente cerca de Barcelona como para que no resultara pesado ir hasta allí y, a la vez, un poco lejos como para ser un pueblo tranquilo. Le gustaba Canet de Mar, era un bonito lugar para vivir, a pesar de que su familia disintiera y prefiriera la gran ciudad, moderna y cosmopolita.

      Los días de Jonah acostumbraban a empezar a las seis de la mañana, cuando el despertador sonaba y se levantaba para salir a correr. Después de un buen desayuno era momento de la visita al mercado local para poder comprar productos frescos y de buena calidad. Le encantaba su trabajo. Su madre siempre decía que nació con un cucharón en la mano, ya de pequeño era sumamente exigente con las comidas y nunca se cerró a probar cosas nuevas, de hecho, adoraba los nuevos sabores, las texturas, las mezclas… ¡Le encantaba experimentar!

      Compaginó la carrera de Turismo con un trabajo mal pagado en la cocina de un restaurante fusión, donde aprendió muchas cosas, en especial todo aquello que no se debía hacer. Después llegó un Erasmus que lo llevó de vuelta a sus orígenes. A pesar de que de griego solo le quedaba el apellido y un extraño gusto por las cosas agrias, poder estudiar en el país de sus antecesores fue una grandísima experiencia. Al regresar de ese año en tierras griegas le llegó una gran oportunidad de aprender con uno de los mejores chefs del país. Al final todo ese conocimiento y pasión desmedida cultivado a lo largo de los años, ahora se traducía en uno de los restaurantes más prósperos de la costa del Maresme.

      Jonah ojeó el reloj y alzó la mirada en dirección a la puerta, hizo la cuenta regresiva mentalmente y justo cuando llegó al cero esta se abrió dando paso a Víctor, uno de sus mejores amigos a la par que uno de sus peores trabajadores.

      —Me duele la cabeza —advirtió el chico, antes de que Jonah pudiese decirle nada.

      Jonah mantuvo el silencio, ya que había decidido ignorarlo, encendió la cafetera y, a pesar de no ser su trabajo y sí el de Víctor, aprovechó para repasar que no faltara nada en las neveras de las bebidas.

      —Oye —dijo Víctor acercándose y sentándose, como si el trabajo no fuera con él—, ¿cómo terminó la historia con el tipo ese del cochazo? ¿Ha vuelto a llamarte?

      —¿Has avisado a Lucía de que tenía que venir una hora antes? —le preguntó Jonah, con su agenda entre las manos.

      —Sí —confirmó Víctor, mientras se rascaba los ojos como si pretendiera sacárselos de las cuencas.

      —La semana que viene empezaremos a hacer las entrevistas para coger refuerzos para el verano, yo necesito mínimo dos personas en la cocina, ¿qué necesitas tú aquí fuera? —siguió Jonah.

      —¿Puedo pedir lo que me dé la gana? —inquirió Víctor, dejándose en paz los enrojecidos ojos y mirando con la ceja alzada de manera pícara a su amigo.

      —Siempre que no sea descabellado… —murmuró Jonah, agachado reorganizando la parte baja de un armario.

      —Dos chicas —soltó Víctor con socarrona sonrisa y haciendo el gesto internacional de «grandes pechos», a pesar de que Jonah no pudo verlo.

      —Ajá… —siguió el otro, cerrando el armario y dirigiéndose a la cocina, mientras continuaba hablando, esperando que su amigo lo siguiera o, al menos, hiciera el amago de ello—. ¿Solo dos camareros nuevos? El verano pasado dijiste que te faltaban manos…

      —No me has entendido —dijo Víctor con resignación desde el comedor—. Joder, Jonah, es que contigo no merece la pena ni intentar hacer bromas —bufó, entrando en la cocina donde Jonah ya se había puesto un delantal y estaba empezando con su obsesivo ritual de limpieza, a pesar de que la cocina estaba impoluta.

      —¿El qué era una broma? —demandó Jonah mirándolo confundido—. ¿Necesitas dos camareros o no?

      —Tres —resopló Víctor, y dándose por vencido cogió uno de los delantales, fastidiado—, no, mejor que sean cuatro, a poder ser con experiencia.

      —Hablaré con Ina.

      —Ina, Ina, Ina… Parece la dueña de esto —murmuró entre dientes Víctor.

      —No te metas con mi hermana —dijo Jonah molesto.

      —Tu hermana es una bruja —soltó de tal manera que no admitía discusión—. Cada vez que viene al restaurante algún camarero coge la baja por depresión.

      Jonah meneó la cabeza mientras rebufaba. Cierto que Ina era un tanto… fría. La verdad era que tenía cero mano izquierda, y era bastante brusca diciendo las cosas. Pero era su hermana. Si él había nacido con un don para los fogones, Ina lo había hecho para las finanzas. Se fiaba de ella, y sus decisiones siempre terminaban siendo acertadas, por eso Jonah había delegado en su hermana parte de esa tediosa faena que era dirigir el restaurante. No quería desentenderse del todo, pero sí le resultaba un trabajo nada estimulante, y a pesar de estar siempre al tanto de todo, traspasaba a Ina algunos de los asuntos. A él lo que le gustaba era cocinar.

      —Señor Katsaros. —Ambos amigos se vieron sorprendidos por una tímida voz que llegaba de la puerta trasera.

      Jonah dejó el trapo sobre la encimera y fue a abrirla, Oriol apareció tras ella sonriente, sudado y cargado con cajas. Jonah alargó las manos para hacerse con parte de ellas y aligerar el peso al muchacho.

      —Víctor, encárgate de las cosas de nevera —pidió Jonah, mientras él dejaba las verduras sobre el mostrador metálico—. Vaya, esto es genial —exclamó, cogiendo unas grandes y redondas berenjenas que solo les faltaba brillar para ser consideradas una joya.

      —Señor Katsaros… —dijo de nuevo Oriol, entrando en la cocina tras el dueño de la misma—. Mire… —continuó el chico, alzando una caja de cerezas—. Están muy buenas.

      Jonah se sorprendió, no las había visto cuando había pasado por el mercado, pero la verdad es que se veían gordas y jugosas, ¡perfectas! Oriol sabía que a Jonah le encantaban las frutas de temporada, por eso había añadido una caja para el restaurante a pesar de que no la hubieran pedido.

      —¿Quieres un trozo de ravani? —ofreció Jonah, hacía mucho tiempo que Oriol y él se conocían y sabía a la perfección la pasión del chico por los dulces, en especial por ese pastel en concreto—. Y un café —añadió a su ofrecimiento, recordando que la cafetera ya estaba encendida.

      —Gracias —dijo Oriol, siguiendo a Jonah por la cocina para pasar a través de la puerta abatible hasta el comedor.

      Katsaros era un restaurante pequeño pero deslumbrante. Afincado en un antiguo edificio de estilo СКАЧАТЬ