Seamos una familia. Roser A. Ochoa
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Название: Seamos una familia

Автор: Roser A. Ochoa

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: eLit LGTBI

isbn: 9788413753058

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СКАЧАТЬ parecía tener vida propia. Era un pensamiento irracional que derivaba de sensaciones que tenía a veces, cuando estaba a solas entre esas paredes. Como si quisieran hablar y contarle su historia, que a buen seguro la tenía.

      Terminó de preparar el café y lo dejo frente a Oriol, junto con un trozo de ravani recién cortado. De la cocina llegaban exclamaciones y maldiciones de Víctor, sobre el frío que hacía dentro del frigorífico. Jonah lo ignoró.

      —¿Cómo está tu padre? —le preguntó al muchacho, jugueteando con el cordel de la bolsita del té, haciéndola ascender y descender por turnos.

      —Mejor, nos han dicho que le darán el alta durante esta semana que entra.

      —Me alegra —suspiró Jonah—. Ahora deberá tomarse las cosas con calma.

      —Eso es lo que le decimos, pero ya lo conoces… Para que estuviera quieto lo deberíamos atar a la cama.

      Jonah soltó una carcajada imaginando al viejo señor Torras maldiciendo a sus vástagos mientras ellos trataban de inmovilizarlo. Había almas que eran inquietas por naturaleza. Sacó la bolsita de té y la arrojó a la basura antes de dar el primer sorbo cuando Víctor sopló con fuerza en su oído, haciendo que diera un bote que casi derramó todo el contenido de la taza.

      —¡Serás gilipollas! —gruñó Jonah.

      —¡Ooohh! El jefe ha dicho una palabrota —se burló Víctor, sacándole la lengua al muchacho de la tienda—. Anda que ofreces… —se quejó, señalando el café.

      —No sabía que te tuviera que dar permiso para saquearme la despensa —se quejó Jonah.

      Puede que las mañanas fuesen un tanto relajadas y distendidas, sin embargo, después la cocina se volvía un caos, un ir y venir de un lado a otro, el olor de las especias, el calor de los fuegos y los hornos, el cansancio que se iba acumulando en el paso de las horas. Ese agotamiento era la recompensa por un trabajo bien hecho. Cuando terminó el turno de cenas y el restaurante se cerró, todavía aguardaba el laborioso momento de la limpieza, poco a poco los trabajadores fueron marchándose y, al final, solo quedó él, agotado pero satisfecho.

      Jonah se dejó caer en la silla tras la mesa de ese pequeño despacho de dirección que empleaba a veces para… apenas para nada. Solía usarlo más Ina cuando se desplazaba para hacerles alguna visita. Sacó del primer cajón del escritorio una de las viejas libretas de recetas y empezó a ojearla, descartándola al rato para tomar otra, hasta que por fin encontró lo que buscaba. Era una suerte ser tan organizado. Leyó las notas, cogió un marcador de página y lo pegó a la esquina, metió la libreta en la mochila que solía llevar siempre. Apagó las luces para marcharse a casa, a las seis de la mañana tocaba volver a empezar.

      Capítulo 3

      Al tirar de una de las camisetas, el resto cayeron al suelo creando una alfombra cien por cien algodón, de diferentes colores y logotipos publicitarios. Eric soltó un gruñido al cielo maldiciendo la poca estabilidad que ofrecía una pila de camisetas amontonadas. Pero como no tenía tiempo de recogerlas, las dejó allí y, desde esa perspectiva, ellas abajo y él mirándolas desde las alturas, le pareció que era más fácil poder elegir una. Podía plantearse patentar ese sistema, no sería el único con una idea alocada que había tenido éxito. En este caso optó por lo más formal que tenía, una camiseta negra con unos dibujos de estrellas en el pecho.

      —Listo —se dijo a sí mismo, dando por bueno su aspecto frente al espejo—. ¡Lucas! Como tardes cinco segundos más en terminar las galletas, te juro que te las quito y te vas al colegio sin desayunar, ¡no me provoques!

      Todo eso fue gritado en el trayecto de la habitación de Eric hasta el baño, sin ni siquiera acercarse a comprobar la cantidad de galletas ingeridas, no le hacía falta, ya que sabía que Lucas seguía con la primera de la mañana. La ventaja del mutismo de Lucas era que no le replicaba. Eric empezó a cepillarse los dientes al tiempo que hacía una primera visita al salón, comprobando como, en efecto, Lucas estaba embobado con la tele y seguía con las galletas intactas. Eric estiró la mano por encima de la mesa y, a pesar de que Lucas intentó alejar el mando a distancia, la longitud de los brazos de un adulto eran una ventaja, así que, haciéndose con el mando, apagó la tele y miró al niño con los ojos entrecerrados.

      Lucas miró a su tío enfadado, no solo le quitaba los dibujos, sino que encima se estaba cepillando los dientes por toda la casa cuando a él le obligaba a no moverse del baño cuando lo hacía. Lucas alzó los brazos y los cruzó a la altura del pecho mostrando su enfado, pero su tío lo ignoró por completo y señaló las galletas, después se tocó el reloj, indicando que el tiempo corría y que, o se apresuraba, o lo dejaba sin desayunar. Nunca cumplía su amenaza. Cuando Eric salió del salón, Lucas volvió a encender el televisor.

      A las nueve menos diez de la mañana, Eric arrastraba a Lucas calle abajo para no llegar tarde al colegio.

      —Mañana te quedas sin desayuno, te lo juro —le amenazó Eric, a lo que Lucas respondió alzando tan solo una ceja. Su cara decía: «Sí, claro»—. ¡Maldito niño! —se quejó Eric, con ese niño era imposible ganar.

      Llegaron frente a la puerta del colegio por la que ya casi todos habían entrado, pero aún no estaba cerrada, eso era casi un récord para ellos.

      —Recuerda que hoy te quedas a comedor. —Lucas asintió, aunque con mala cara—. Por la tarde vendrá a buscarte Marta. —Lucas volvió a afirmar con la cabeza—. Nos veremos por la noche, ¿vale? —Lucas lo miró con tristeza y Eric soltó un suspiro, agachándose frente a su sobrino y revolviéndole el pelo—. Por la noche, ¿vale? —Lucas volvió a menear la cabeza de manera afirmativa—. Pórtate bien —añadió, viéndolo correr por el patio en dirección a la puerta del edificio principal.

      Lucas siempre había sido un niño muy bueno, muy callado y poco movido. A Eric le chiflaba chincharle por todo, hasta que Sara se enfadaba y le decía que no lo volvería a dejar de canguro, sin embargo, al siguiente turno en el hotel donde trabajaba volvía a necesitarlo y a él le encantaba pasar tiempo con el niño. Ahora ese tiempo eran las veinticuatro horas del día los siete días de la semana. Eric se rascó la cabeza, aún parado frente a la verja del colegio mirando en dirección a la ventana de la clase de Lucas, viendo cómo entraba y se sentaba solo, en el más absoluto silencio, en esa silla de color naranja. Desde que Sara había muerto, Lucas era aún más difícil de tratar, por suerte en el colegio estaban siendo muy comprensivos y lo estaban ayudando bastante.

      Miró el reloj y apresuró el paso en dirección a la boca de metro más cercana. Por fin había llegado el día de su cita con el abogado, no sabía si estar más ansioso que nervioso, o viceversa. El tipo cobraba un dineral, así que tenía que ser bueno, había buscado opiniones por Internet y todas las que encontró eran positivas. Estaba en un bufete de lujo, se lo confirmó el hecho de que le ofrecieran un café mientras esperaba.

      El hombre tras la mesa era un tipo de unos cincuenta años, orondo y calvo, que examinó a conciencia los papeles, mientras Eric tamborileaba nervioso los dedos contra la madera de la mesa. Se sentía como en un concurso de televisión, esperando si había pasado de ronda o lo mandaban a casa sin ni siquiera premio de consolación.

      —Mi consejo, señor Costa… —«Señor Costa, acabo de envejecer cien años», pensó Eric—. ¿Lo ha entendido?

      «Mierda de déficit de atención», se lamentó Eric para sí mismo.

      —No, lo siento… ¿Puede volver a repetirlo? —pidió de СКАЧАТЬ