Zahorí 1 El legado. Camila Valenzuela
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Название: Zahorí 1 El legado

Автор: Camila Valenzuela

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Zahorí

isbn: 9789563634020

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СКАЧАТЬ primeros libros con los que comenzó a llenar el estante que, a esas alturas, ya debía estar fijo en una de las piezas de la casona en Puerto Frío. Probablemente allí no alcanzaría a llegar ni a la mitad de la muralla. Manuela sentía un poco de ansiedad al no saber las circunstancias exactas en que habían sido trasladados el estante y sus libros, por lo que su mal genio usual se acrecentaba conforme pasaba el tiempo.

      —¿Cuánto llevamos arriba del avión?

      —¿No puedes preguntar cuánto llevamos de viaje, Manuela? —gruñó Magdalena al ver que su hermana menor se retorcía en el asiento que daba al pasillo.

      —No importa —intervino Marina, cansada de que hablaran de ella como si no estuviera presente—. Ya no queda mucho.

      —¿Ves? —dijo Manuela mirando a su hermana mayor.

      —¿Y qué pasa con Matilde? —preguntó Marina.

      —No sé cómo tuvo fuerzas para salir a bailar —comentó Manuela.

      —No las tiene, es su forma de enfrentar las cosas —respondió Magdalena dándose vuelta para observar, preocupada, cómo dormía su otra hermana.

      A diferencia de las demás, Matilde parecía no tener ataduras con nadie. De todas sus hermanas, era la que tenía menos diferencia de edad con Marina y, sin embargo, nunca había logrado hablar seriamente con ella. Siempre que se acercaban era para divertirse y, en cada una de esas ocasiones, el propósito se cumplía: las bromas de Matilde eran únicas. Todo en ella lo era: sus modos y gustos, su forma de vestir, la música que escuchaba. Incluso parecía que su manera de hablar era diferente a la del resto de sus hermanas. Hoy, a sus veinte años, se definía a sí misma como un espíritu libre que nunca podría ser encerrado. Era espontánea y alegre, por lo que rara vez tenía inconvenientes con alguien y, en el caso de que los tuviera, se enfrentaba a ellos justificando que el conflicto no era suyo. Simplemente no se hacía problemas con nada. Al parecer, ni siquiera con la muerte.

      —Ya es momento de que empiece a enfrentar la vida, sobre todo ahora. Nada justifica que haya salido a bailar después de la semana que tuvimos.

      —Yo creo que luego tomará conciencia de lo que pasó. Pronto todas lo haremos —comentó su hermana mayor.

      De súbito, el avión se comenzó a mover. La azafata anunció que estaban experimentando una leve turbulencia y que era necesario ponerse de nuevo el cinturón de seguridad. Marina tocó su abdomen para corroborar que la hebilla se mantuviera tan ajustada como al inicio del vuelo, pero eso no la reconfortó.

      —Marina, quédate tranquila —le dijo Magdalena tomándole la mano mientras el avión se sacudía de arriba abajo y de un lado para otro—. Es normal que pase esto, la mayoría de los vuelos tienen turbulencias...

      —Sí y ninguno se cae —interrumpió Manuela desde atrás.

      —No puedo creer que la molestes ahora —comentó Matilde, quien acababa de despertar debido a los movimientos—. ¿Por una vez en tu vida, podrías dejar de ser tan prepotente?

      —Ustedes son demasiado sensibles, no he dicho nada terrible.

      —Lo que pasa es que te gusta molestar a las personas, vives de eso.

      —Te equivocas, tú vivirás siendo una molestia para el resto mientras yo tendré que sanar a gente como tú —le respondió Manuela mirándola con aires de superioridad.

      —“Sanar a gente como tú”. ¿Escucharon eso? —preguntó Matilde, burlona.

      —Ya, paren —dijo Marina, intentando concentrarse en lo que quería decirles, y no en el miedo que sentía.

      Magdalena le aferró más su mano, mientras atrás de ellas todo era silencio. Parecía que los pasajeros se habían sumergido en un sueño profundo, ya que nadie emitía sonido alguno. Esto aumentó el terror que sentía Marina mientras el avión se movía con violencia. Y tan repentinamente como habían comenzado las turbulencias, de la misma forma se acabaron.

      —Se terminó —le recalcó Magdalena disminuyendo un poco la presión sobre la mano de Marina.

      —Sí —suspiró—. Gracias.

      La menor de las hermanas se atrevió a observar las miradas que la rodeaban y advirtió que la mayoría de los pasajeros estaban tiesos y asustados al igual que ella. Incluso Magdalena había palidecido ligeramente.

      —Ya no aguanto más estar aquí encerrada, menos si el avión se transforma de nuevo en una batidora —masculló Marina.

      —Oye, Marina... date vuelta —comentó Matilde y su hermana menor giró apenas el cuello—. Te pedí que te dieras vuelta, no que me mostraras tu perfil. Dale, atrévete.

      —Sí, supérate —agregó Manuela.

      Marina se volteó, más por la ironía de Manuela que por la petición de Matilde. Luego, levantó sus cejas en son de pregunta.

      —¿Quieres que te cuente cómo era el chiquillo que conocí ayer en la noche? —le preguntó Matilde, picarona.

      “El viejo truco de la distracción”, pensó Marina. Si había alguien que sabía cómo desviar la atención hacia temas poco relevantes, esa era Matilde. Entonces, se dio cuenta de que, quizás, esa era su mejor opción para terminar el último trayecto del viaje. Asintió y Matilde se lanzó a hablar. Le contó que sus amigas de la universidad le habían organizado una despedida, así que habían ido a un bar para tomar mojitos y comer quesos. Los mojitos fueron dos, tres, y antes de tomar el cuarto, decidieron ir a bailar a la discoteque más cercana. Primero, bailó con sus amigas; después, bailó sola y, antes de irse, decidió bailar con un tipo que, según ella, la había mirado toda la noche.

      —Tenía el pelo oscuro y los ojos negros, y cuando...

      —Nadie tiene los ojos negros, Mati —intervino Marina.

      —Él sí los tenía negros, totalmente negros y hermosos. De hecho, yo he visto varios hombres con los ojos negros y esos son los mejores.

      —Probablemente eran café oscuro, pero bueno, sigue...

      —Cuando le pedí que bailara conmigo, justo pusieron esa canción de The Cure que le gusta a la Manuela, In between days...

       Hizo una pausa para ver cómo reaccionaba Manuela, pero ella se limitó a seguir con la vista fija en una de las alas del avión.

      —¿Y? —preguntó Marina.

      —Y la canción me sacó de onda, así que lo dejé botado en la mitad de la discoteque.

       Las dos hermanas menores rieron. Manuela sacó su reproductor del bolsillo del asiento delantero, se puso los audífonos y cerró los ojos. Luego, Magdalena se dio vuelta, miró a Matilde y a Marina, y les dijo:

      —Después no se quejen si la Manu las molesta.

      —Ya, ella puede sacar de quicio a todo el mundo, yo digo una broma y me queman en el infierno. ¿Dónde quedó la igualdad entre hermanas, me pregunto yo? —contestó Matilde con una risita que le devolvió Marina.

      —¿No puedes estar a la altura de las circunstancias, ni siquiera СКАЧАТЬ