Zahorí 1 El legado. Camila Valenzuela
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Название: Zahorí 1 El legado

Автор: Camila Valenzuela

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Zahorí

isbn: 9789563634020

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СКАЧАТЬ mientras el resto de su cuerpo subía, su respiración se detuvo como si estuviera bajo el agua. Probablemente, su corazón haría lo mismo. No quería morir arriba de un avión.

      —Tranquila —su pensamiento se vio interrumpido por la voz de Magdalena—. Todo va a estar bien.

      Le hubiera gustado darle las gracias a su hermana mayor, pero el nerviosismo se la comía por dentro y temía romper en un llanto interminable, como el que había tenido a los cinco años. Así, tuvo que conformarse con devolver una sonrisa en la cual ninguna de las dos creyó. En otra ocasión, Magdalena le habría contado historias sobre los pacientes que atendía en el hospital, todo con el fin de calmarla y distraerla. Sin embargo, sabía que los acontecimientos vividos durante los últimos días habían dejado huellas difíciles de superar y, esta vez, Magdalena no podía hacer más que decir unas cuantas palabras alentadoras y tomarle la mano en señal de apoyo. Por eso y por todo lo demás.

      ***

      El iPod de Marina tenía más de mil canciones y quince listas de reproducción diferentes, sin embargo, en ese momento solo una le serviría para relajarse: los clásicos familiares. Había tenido una infancia feliz, que recordaba con facilidad gracias a la banda sonora que sus padres repetían en una hermosa colección de vinilos. Supertramp, The Beatles, Neil Young, Joan Baez, eran algunos de los artistas que estaban presentes en cada viaje y reunión familiar. Así, no sabía cuánto tiempo había pasado desde que había subido al avión, pero Let it be la ayudaba a distraerse. Tampoco quería preguntar cuánto faltaba para llegar al que sería su nuevo hogar: Puerto Frío, un pueblo de pocos habitantes y mucha naturaleza, ubicado en el sur de Chile. Ahí, entre bosques y ríos, estaba la antigua casona de su abuela materna, Mercedes Plass. La última vez que la vio fue precisamente para su primer viaje en avión. Recordaba que siempre llevaba consigo un poncho de lana beige y unos aros dorados que se apretaban en sus orejas, dejándolas rojas cuando llegaba el final del día. Recordaba, también, que cuando hacía frío (lo cual era día por medio en el verano y todos los días en invierno) se paseaba por las piezas para repartir tazones de leche con miel. Marina tenía que ir a escondidas a dejarle el tazón a su papá, porque nunca le ha gustado la leche y quería demasiado a su abuela como para decirle en la cara que le producía náuseas. Ahora, ya no sabía siquiera si la reconocería.

      —Parece que estás mejor —le dijo con una sonrisa su hermana mayor.

      —Sí —respondió sorprendida al percatarse de que, en efecto, había logrado pensar en algo que no fuera el pánico que sentía.

      —¿Pensabas en la abuela?

      Magdalena siempre había tenido la capacidad de ver a través de las personas. Parecía reunir con facilidad las dos virtudes más características de sus padres: la intuición de Milena y la templanza de Lucas. Cuando era pequeña, Marina veía en su hermana mayor a la bruja buena del Mago de Oz; una compañera que, incluso a pesar de la diferencia de edad, siempre estaba ahí para guiarla, entenderla y, sobre todo, escucharla. La mayoría de las veces no necesitaba hablar mucho con Marina, porque sabía de antemano lo que deseaba o le sucedía. Simplemente se remitía a abrazarla o a dejarla sola según fuera oportuno. El tiempo pasó y ahora, hecha una adolescente, veía en Magdalena a una segunda mamá; una que no le exigía tanto como Milena. Por lo menos hasta unas semanas atrás.

      —Me estaba acordando de su leche con miel.

      —La que nunca probaste —replicó Magdalena con una sonrisa de complicidad luego de semanas de completa tristeza—. Va a estar todo bien. La abuela siempre fue buena con nosotras, no deberíamos tener problemas con ella, mucho menos ahora.

      —Además, Puerto Frío es bonito —dijo Marina, tratando de convencerse de que estaban haciendo lo correcto.

      —Eras muy chica la última vez que fuimos. ¿Todavía te acuerdas?

      —No recuerdo detalles, pero sí sensaciones, lugares y cosas generales como esos árboles inmensos.

      —Sí, es muy lindo el lugar. Vamos a recorrerlo cuando lleguemos, así te acordarás de todo.

      Mala idea. Por el momento, no tenía ganas de recordar el pasado. No quería pensar. Solo quería estar quieta en el espacio y quedarse ahí. Inmóvil.

      —O mejor no —se retractó su hermana y luego, enmudeció: una vez más, sabía qué era lo adecuado.

      Ninguna de las dos volvió a hablar por un buen rato. Marina pensó lo distinto que habría sido el viaje si nada hubiera pasado, aunque probablemente de no haber sucedido, no estaría arriba de ese avión. Estaría en Santiago, en el curso de matemáticas con el profesor Ortúzar, quien en realidad nunca la dejaba estar más de media hora dentro de la sala. “Después de todo, de repente no es tan malo el cambio de vida”, se dijo a sí misma. Podría dejar atrás su fama de estudiante que llegaba siempre tarde y no hacía las tareas, de niña olvidadiza que se quedaba dormida y que la echaban por comer en clases. Podría adquirir el nuevo hábito de levantarse temprano y estudiar, nada mal para alguien que ya estaba en su penúltimo año de colegio.

      —Ahora que tendré una pieza para mí sola —le dijo a Magdalena—, me voy a comprar un escritorio. Uno grande, espacioso. Y va a estar siempre ordenado, te lo prometo. Me levantaré temprano y haré todos los trabajos del colegio.

      —Ya era hora —interrumpió una voz somnolienta desde el asiento trasero.

      Dos brazos se estiraron y un bostezo inundó el ambiente: Manuela, una de las hermanas del medio, había despertado. A su lado seguía durmiendo Matilde, la tercera hija de la familia Azancot. Los ojos verdes de la primera se asomaron entre la ranura de los asientos de adelante donde estaban sentadas sus hermanas.

      —¿Cómo están? Imagino que la Marina no ha parado de sufrir —comentó mirando a Magdalena.

      —Ya está mejor.

      —Qué bueno, porque está grandecita como para tenerles miedo a los aviones.

      —No tiene nada que ver una cosa con la otra —le respondió Magdalena con el ceño fruncido—. Tú que estás a punto de egresar de psicología deberías saberlo mejor que nosotras.

      —Lo que pasa es que ustedes la siguen viendo como una niñita de dos años. La cuidan demasiado. Déjame decirte que con eso no van a lograr nada.

      —¿Y quién le tiró maní al mono?—preguntó irritada Marina.

      —Qué horror tu vocabulario. Ojalá la educación fuera gratis en el país, así no gastaríamos plata por nada.

      —Sí, también podría tener calidad, así no tendríamos psicólogos como tú atendiendo pacientes.

      —Por lo menos tendré un cartón universitario, algo difícil para ti considerando el promedio que tienes en el colegio.

      —Ya, paren —interrumpió Magdalena—. No se van a poner a pelear ahora.

      Manuela tenía veintidós años, tres menos que Magdalena y dos más que Matilde. Era, sin lugar a dudas, la más introvertida y seria de las cuatro. Acostumbraba a permanecer días completos encerrada en su pieza leyendo y rara vez hablaba más de la cuenta, por lo que nunca se sabía muy bien lo que hacía o pensaba. Tenía una biblioteca enorme en la casa de Santiago, donde su estante cubría una pared completa. Cuando estaba por cumplir quince años y ante su completa negativa a realizar una fiesta como era habitual entre las niñas de su edad, su padre decidió darle en el gusto y construir el mueble СКАЧАТЬ