Zahorí 1 El legado. Camila Valenzuela
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Название: Zahorí 1 El legado

Автор: Camila Valenzuela

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Zahorí

isbn: 9789563634020

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СКАЧАТЬ abrió su mano y con ese único movimiento, Síle fue expulsada hacia atrás hasta golpearse contra uno de los muros de piedra.

      —Aprenderás a respetarme, si no quieres terminar consumida por el poder Oscuro.

      —La única que ha sido consumida por él... eres tú —gimió Síle tirada en el suelo rocoso y húmedo.

      —Dije ¡silencio!

      Ciara cerró su mano en puño y la giró lentamente. Entonces, Síle levitó en círculos como si se tratara de una pluma. Cayó por segunda vez al suelo y luego fue impulsada hacia el resto de sus hermanas.

      —Ustedes podrían haberse unido a mí, como lo hizo Cayla. Ella gozará de una vida eterna, llena de poder, mientras ustedes y toda su descendencia estará bajo mi yugo. Nadie será más que yo. Nadie se atreverá a mirar mis ojos. Nadie...

      Súbitamente, algo se revolvió dentro de ella.

      —Nadie...

      Intentó hablar nuevamente, pero le fue imposible. Sentía sus pulmones comprimidos. Le ardían los ojos. Una energía invisible jalaba su piel y pensó que pronto comenzaría a desgarrarse. A romperse. A morir. Un grito desaforado, lleno de dolor, emergió desde lo más profundo de sus entrañas. No lo podía soportar. Entonces perdió el control.

      —¿Qué sucede? —preguntó Síle, incorporándose del suelo.

      —Supongo que nadie puede resistir tanto poder —respondió Aïne.

      Ciara cayó convulsionando sobre la tierra. Tenía los ojos entornados y cada miembro de su cuerpo se movía de forma involuntaria. Se retorcía con tanta fuerza que sus huesos se rompieron lenta y dolorosamente. Sus gritos retumbaron en los muros de la cueva. Sombras negras llegaron a ella y tres rayos de color verde, blanco y azul escaparon de su cuerpo para regresar a sus legítimas dueñas. De pronto, Cayla apareció en la cueva desde el pasillo de piedra.

      —¡No! —exclamó mientras corría en ayuda de Ciara, quien aún convulsionaba desafiando todas las leyes de gravedad.

      Entonces, de manera tan abrupta como habían comenzado, los temblores de su cuerpo se detuvieron. Ciara quedó tendida de espaldas. Su voz era solo gemidos. Cayla se arrodilló a su lado y puso la cabeza de la mujer sobre sus piernas.

      —Tranquila, todo estará bien, mi señora —le repetía entre sollozos—. Todo saldrá como lo habíamos planeado...

      —Cayla —alcanzó a decir en un último respiro—, tú continuarás mi legado.

      —No me deje sola —repetía la niña entre lágrimas.

      —No estarás sola, Cayla. El Fuego siempre te acompañará.

      La mirada de Ciara se apagó y su piel se tornó más blanca.

      —Que el espíritu del Fuego sea contigo, madre —murmuró la niña, mientras le cerraba los párpados sin vida.

      En ese momento el dolor también cerró los ojos de Cayla.

      Cuando volvió a abrirlos ya era una mujer.

      1 “Oscuro el fuego, oscura mi alma, oscura la magia que aquí me resguarda”.

      2 “Que el espíritu del fuego sea contigo”.

      3 “Bienvenidas.”

      4 “Magia Oscura, alimenta este fuego que te pertenece”.

      Cambios

      Los aviones siempre habían sido incómodos para Marina, hija menor de la familia Azancot. La primera vez que subió a uno, cuando apenas tenía cinco años, el miedo y la angustia de no tocar tierra firme se apoderaron de ella y nunca más la abandonaron. Hoy, luego de doce años sin volar, Marina emprendía un nuevo viaje.

      La desesperación la invadía lenta pero fuertemente. Cada tres minutos miraba el reloj que sus padres le habían regalado para su último cumpleaños. Quizás así llegaría puntual al colegio. “Poco importa eso ahora”, pensó. “Solo necesito entrar rápido a ese avión para salir pronto de ahí”. Comenzó a dar zancadas de una esquina a otra dentro de la sala llena de asientos grises. Con la vista pegada en el suelo, se preguntó si quizás el color rojo del tapiz no sería un presagio funesto. “No puedo estar pensando estas cosas. Nada malo va a pasar. Lograremos bajarnos todos intactos”. Sus pensamientos se vieron interrumpidos con el sonido de una voz que inundó la sala de espera: “Pasajeros del vuelo 314, por favor pasar a la puerta de embarque número 12”. Su corazón se aceleró y sintió que sus piernas sucumbían ante el pavor de acercarse a ese monstruo con alas. Caminó tambaleante por la manga que desembocaba en la puerta del avión y sintió cómo sus músculos perdían fuerza. Apenas puso un pie dentro de la nave, un intenso olor a plástico la sofocó. Además, hacía un calor impropio para una ciudad como Santiago de Chile en pleno invierno. Inspiró profundo y apuró el paso hacia su asiento. Una azafata, vestida con traje azul y peinada de forma excesivamente prolija, le dio la bienvenida, le deseó un buen viaje y le dijo:

      —Si necesita algo, por favor no dude en avisarme —apuntó con su dedo índice el distintivo dorado que tenía en el pecho—. Mi nombre es Susana.

      —Gracias... ¿Usted sabe cuánto se demora en partir el avión? —le preguntó intentando contener las ansias de salir corriendo.

      —Poquito, como quince minutos.

      La azafata le guiñó un ojo y Marina no pudo hacer más que esbozar una sonrisa torcida. Poquito. No entendía cómo quince minutos podrían ser “poquito”.

      No llevaba bolso de mano, pues sabía que apenas se podría mover durante el viaje y no quería tener otro estorbo más que ella misma. Además, nunca había sido muy buena para leer, por lo que si no lograba concentrarse cuando estaba detrás de su escritorio, mucho menos lo haría en esos momentos. Se sentó torpemente en el puesto que daba hacia el pasillo, no sin antes cerrar la persiana del asiento contiguo. Lo que menos necesitaba era observar el despegue del avión o, peor aún, ver cómo se iría a pique por culpa de algún mecanismo averiado o por la negligencia del piloto. Se acordó del hundimiento del Titanic y de la escasa cantidad de botes salvavidas que había para toda esa gente. Por lo menos tenían botes, acá con suerte habría mascarillas de oxígeno y dudó que tuvieran paracaídas. Además, aunque hubieran, no tenía ni la menor idea de cómo usar uno. Estaba perdida.

      Observó al resto de los pasajeros y vio hombres y mujeres de todas las edades. Ninguno de ellos tenía el rostro deformado de miedo como el suyo. Se encendió una pequeña luz roja y todos comenzaron a ponerse el cinturón de seguridad. Quedaba poco para el despegue. De pronto, el sonido arrollador de las turbinas la sorprendió bruscamente. Lo podía sentir retumbando en sus oídos. Fuerte, cada segundo más fuerte en una justa proporción a su creciente angustia. Su corazón se aceleró aún más y sintió un nudo en el pecho que no la dejaba respirar, como si una piedra le impidiera el paso del oxígeno. El avión comenzó a moverse y sintió que el pánico la consumía. Se impresionó de la agudeza de sus sentidos, no solo por la cercanía con que escuchaba las turbinas, sino porque además podía percibir el roce de las ruedas contra el pavimento conforme la gran mole se movía. Cerró los ojos e intentó llevarse la máxima cantidad posible de aire a los pulmones para ver si con ello lograba tranquilizarse un poco, pero de nada servía. СКАЧАТЬ