Zahorí 1 El legado. Camila Valenzuela
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Название: Zahorí 1 El legado

Автор: Camila Valenzuela

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Zahorí

isbn: 9789563634020

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      —Siempre supe que serías la primera en conectarte, Marina. Desde que eras una niña. Lo supe porque, desde que naciste y cada vez que fui a verlos a Santiago, me pedías que los llevara conmigo al bosque.

      Marina recordaba eso. Fragmentos, pequeñas escenas difuminadas. Como si tomara una cámara fotográfica, soplara sobre el lente y apretara el obturador. La imagen que tendría sería un recuerdo borroso. Ella queriendo ir al bosque. Ella en el bosque. Ella y el agua del bosque.

      —Le rogabas a tus papás que se vinieran a vivir conmigo, les decías que ninguno de ustedes pertenecía a la ciudad. Y eras una niña. Lo supe ahí mismo, Marina. Nunca pude explicarme por qué, pero era como si nunca hubieras estado lejos de tus raíces. Y esto... —dijo levantando las manos y señalando el cielo— esto es una prueba de que estaba en lo cierto: de todas tus hermanas, tú fuiste la primera en conectarte.

      Puso todo su peso sobre una pierna. Luego, sobre la otra. Fue hasta uno de los ventanales y lo abrió apenas. Escuchó el zumbido del viento y de alguna manera, eso la tranquilizó. Apoyó su espalda en la ventana y, por fin, se atrevió a hablar.

      —No entiendo lo que quieres decir.

      —El rayo de luz azul que salió hoy entre los árboles: lo vi.

      —¿Lo viste? —preguntó Marina atónita.

      —Sí.

      —Pero ¿cómo? Mis hermanas no vieron nada, me habrían dicho algo.

      —Es necesario creer para ver, es necesario estar conectada.

      Marina apenas comprendía de qué hablaba la anciana.

      —Lamento ser tan poco clara, mijita, lo cierto es que estoy igual de nerviosa que tú. Me cuesta conversar sobre esto. Es algo que nunca había tenido que hacer. No de esta manera, por lo menos.

      —¿De qué hablas, Meche?

      —Del poder elemental, Marina.

      Marina no dijo nada, se limitó a levantar una ceja, incrédula.

      —¿Recuerdas la historia de Melantha MacCárthaigh? —continuó Mercedes y Marina asintió—. Bueno, ella no era cualquier persona, querida. Melantha descendía de un clan muy poderoso. Verás, en un comienzo hubo en Irlanda un clan original, el cual dio inicio a otros cuatro clanes. Dentro de la descendencia de estos cuatro grupos, se encontraba el que llegó a Puerto Frío en el siglo XVIII. Ellos eran nuestros ancestros, Marina. Nuestro clan. Y para nosotros, eso significa descender de un poder inmenso.

      —El poder elemental —comentó Marina incrédula y dudosa de que su abuela estuviera lo suficientemente cuerda como para vivir tan lejos del hospital más cercano.

      —Nosotras formamos parte de ese poder y, a la vez, sin nosotras, ese poder no existe.

      —Claro —afirmó intentando ser lo más convincente posible, aunque sabía que, como su madre, era pésima para mentir.

      —¿Piensas que es una locura, cierto?

      —No... La verdad, Meche, no sé de qué estás hablando. Acepto que todo lo que pasó hoy en la mañana fue raro, muy raro, pero... no lo tomes a mal... no te conozco.

      Marina pudo notar la tristeza en los ojos de su abuela; sabía que sus palabras habían sido duras, pero no encontraba otro modo de rehuir de aquella historia fantástica que Mercedes había inventado.

      —Jamás en mi vida escuché a los papás hablar de ese poder, ni de la conexión, ni de los clanes o de Melania...

      —Melantha —corrigió Mercedes.

      —Eso... Y sé que mis hermanas tampoco lo han hecho porque habría conocido la leyenda.

      —No es una leyenda, querida —replicó su abuela obstinada.

      Marina se sentó en la cama frente a ella y le tomó la mano con cariño.

      —Lo siento, Meche, pero creo que estás... confundida.

      Mercedes sonrió y dejó su tazón sobre la mesa.

      —Esa es una linda forma para decir que estoy loca, Marina. Creo que deberías ver algo. Sígueme, por favor.

      Mercedes se levantó y, antes de abrir la puerta, le dijo:

      —Camina despacio y no hables, quizás así logremos que tus hermanas no nos vean.

      Marina cerró el ventanal, se quitó las pantuflas para asegurarse de no generar ningún ruido, y luego siguió a su abuela por los pasillos de la casona. Bajaron las escaleras, cruzaron el hall de entrada que tenía empañados los parteluces y llegaron al ala izquierda del primer piso. El corredor principal estaba muy oscuro, por lo que su abuela apretó el interruptor más cercano para iluminar el camino. En seguida, una salita apareció ante los ojos de Marina. Un sofá antiguo con tapiz verde musgo miraba hacia el ventanal húmedo. Frente a este había una mesa angosta de madera con un florero de porcelana y un pequeño candelabro. Una alfombra persa, larga y desgastada por el paso de los años, se desplegaba desde el inicio de la salita hasta algún punto que no podía distinguir debido a la falta de luz. Mercedes sacó una caja de fósforos de la mesa y prendió una de las velas: era evidente que no quería ser vista por nadie, de lo contrario, habría encendido las luces. Tomó el candelabro y guió a Marina por el pasillo. A medida que avanzaban pudo advertir que a esa pequeña estancia le seguía otra y luego otra, siendo el ala izquierda del primer piso una seguidilla de salones separados únicamente por los mismos pilares interiores que sostenían la casona. No obstante, ninguno era igual al anterior; el primero parecía estar destinado a contemplar el jardín; en el segundo había un televisor, dos butacas de un amarillo gastado y, entre ellas, una mesa redonda con dos posavasos. Marina se preguntó si su abuela habría hecho algún cambio en la decoración desde la muerte de Salvador, su marido. Creyó que probablemente permanecía todo igual, ya que en las tres salitas se podía advertir que cada elemento estaba pensado para la rutina de dos personas que hacen su vida juntos. Una gran tristeza la invadió al imaginarse a su abuela sola entre la lluvia y la neblina.

      En la siguiente salita, la última de las tres, un sillón color crema ocupaba parte de la muralla y el pasillo; a su lado se encontraba una mesa con cientos de revistas de aspecto amarillento y recogidas en las puntas. Junto a ellas había una radio con casetera de color gris. Eso le recordó que el día estaba perfecto para relajarse escuchando buena música, aunque ella y su abuela no estaban ahí para eso. Súbitamente, Marina recordó por qué estaba caminando por esa continuación de salones. Se dirigían a cierta parte de la casona que ella no conocía y que estaba muy bien oculta: nadie pensaría que tras una sala de entretención a otra podría encontrarse un secreto importante. Pero así era. Al final del corredor, luego de las tres estancias, pudo ver otra puerta de madera.

      —¿A dónde vamos, Meche? —le preguntó rompiendo el silencio que se había originado desde la conversación en su pieza.

      —A la biblioteca—. Se detuvieron justo frente a la puerta del fondo y Mercedes sacó una llave de hierro—. Necesitas conocer tu historia, Marina.

      Su nieta no pudo formular más palabras: la inmensidad de la biblioteca era realmente abrumadora. Parecía como si dos habitaciones grandes hubiesen sido unidas para albergar los cientos de libros ordenados en estantes de madera. Dos escritorios СКАЧАТЬ