Zahorí 1 El legado. Camila Valenzuela
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Название: Zahorí 1 El legado

Автор: Camila Valenzuela

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Zahorí

isbn: 9789563634020

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СКАЧАТЬ que iba a seguir adelante sin la compañía de sus padres? ¿Por qué ellos tenían que morir de esa manera?

      Marina cayó de rodillas al suelo. Sentía que las paredes de su pieza se alejaban cada vez más. Estaba sola, atrapada en la pena y la rabia.

      —¿Qué hago? ¿Qué hago? —repetía entre sollozos—. ¡Respóndanme!

      De pronto, sintió un golpe proveniente del armario. Se quedó en el suelo unos minutos mientras se secaba las lágrimas como esperando a que alguien le corroborara que también había escuchado aquel sonido. Justo cuando empezaba a creer que solo se trataba de su imaginación, escuchó un nuevo golpe. Asustada, se dirigió hacia el ropero y abrió una de las puertas. Un grito ahogado se le escapó cuando sintió que algo le caía encima. Desde la repisa más alta se deslizó algo que terminó por caer con estruendo al suelo. Marina clavó su mirada en el objeto y distinguió un círculo de piedra, no mayor que la palma de su mano, de un color azul brillante. La recogió, le sacó el polvo acumulado y advirtió que era una especie de piedra que colgaba desde una gruesa cadena de plata. La observó con detenimiento por ambos lados, pensando que quizás encontraría alguna referencia de la persona a quien pertenecía, pero solo vio grabada una letra M. “Otra M”, pensó. “¿Acaso este collar era tuyo, mamá?”.

      Sus cavilaciones fueron interrumpidas cuando escuchó que alguien se acercaba a su pieza. Sin saber por qué, escondió rápidamente el colgante entre la ropa del armario y cerró con rapidez la puerta.

      —¡Marina! —exclamó Magdalena al asomarse por el marco de la puerta—. ¿Estuviste llorando?

      —Un poco.

      —Tú nunca lloras poco.

      —Un poco harto.

      —Está bien que llores, es natural. Todas lo hacemos últimamente.

      —La Mati no.

      —Ella llora de una forma diferente. ¿Dormiste bien?

      —Sí.

      —¿Y qué estabas haciendo?

      —Estaba... ordenando —le respondió mientras ambas miraban la ropa esparcida por el suelo—. O eso pensaba hacer.

      —Tú no ordenas, odias ordenar —le dijo mientras Marina se apoyaba sospechosamente sobre las puertas del armario—. ¿Qué tienes ahí?

      —¿Ahí dónde?

      —En el ropero.

      —Ropa, claro.

      —Algo escondes, te conozco.

      —Ideas tuyas. Lo que pasa es que llevamos una noche y ya tengo muy desordenado. Prefiero que no lo veas.

      Magdalena la miró con las cejas en alto, incrédula.

      —Nunca me ha sorprendido tu desorden, pero tampoco me hace falta verlo. ¿Quieres ir a tomar desayuno?

      Marina asintió y caminó junto a su hermana al comedor. Desconocía el motivo por el cual no quería revelarle a Magdalena la existencia de la misteriosa sodalita azul. Después de todo, ella siempre había sido su confidente dentro de la familia. Pero esta vez, por alguna razón, calló.

      El comedor quedaba en el ala derecha del primer piso, justo al lado del living. Sobre una mesa larga de madera, Marina pudo ver el rico pan amasado, la mantequilla, el queso y la mermelada casera. Más atrás, se encontraban dos maceteros con gomeros y en las murallas colgaban un par de platos de porcelana decorados minuciosamente. Su abuela, sentada en la cabecera más lejana a la puerta, estaba vestida con una blusa color crema y su pelo canoso se recogía en un moño elegante y austero. A su izquierda estaba Matilde con los ojos hinchados de sueño y sus rulos desordenados sobre la frente, lo que aumentaba el aspecto descuidado que solía tener. Al lado de ella, Manuela, ya vestida y prolijamente aseada, echaba un par de cucharaditas de café a su tazón. Magdalena se sentó a la derecha de su abuela y Marina al lado de su hermana mayor.

      —Buenos días, Marina. ¿Descansaste? —preguntó Mercedes.

      —Sí, gracias.

      —No se nota —señaló Manuela mientras revolvía el café—. Tienes una cara terrible. ¿Qué te pasó?

      —Nada, estoy bien. Me costó un poco quedarme dormida.

      —Yo diría que te costó más que un poco, de verdad que te ves horrible.

      —Bueno, tú no te quedas atrás —interrumpió Matilde entre risas.

      Magdalena carraspeó para asegurarse de que se callaran y le prestasen atención.

      —Mejor cambiemos el tema —dijo como si estuviera dando una orden tácita—, así no empezamos el día con discusiones. ¿Hoy vamos a recorrer el lugar, Meche?

      —Sí, mi idea es llevarlas a recorrer el Sector de Los Ríos antes de almuerzo para que, por la tarde, Pedro las lleve al pueblo.

      La voz de Mercedes retornaba como eco en la mente de Marina, quien solo podía pensar en la sodalita. Justo cuando le daba el último mordisco a una tostada con mantequilla, se dio cuenta de que posiblemente la única persona que podría aclararle la procedencia de esa piedra era su abuela. Sin embargo, decidió que, por el momento, no les contaría a sus hermanas sobre el descubrimiento, ni siquiera a Magdalena.

      —Meche, ¿tú vas a ir al pueblo? —preguntó Marina.

      —No, yo aprovecharé de cocinarles algo rico para cuando vuelvan. Quiero que hoy tengamos una comida familiar.

      Manuela rio por lo bajo y Matilde le pegó un puntapié.

      —Me gustaría ayudarte —propuso Marina.

      —¿No quieres conocer el pueblo?

      —Podría hacerlo otro día. Como ya se dieron cuenta, no dormí muy bien y prefiero quedarme acá. Además, puedo ayudar con la comida.

      —Con suerte sabes hacer huevos revueltos. ¿En qué podrías ayudarla? —intervino Manuela.

      —Si está cansada, no veo por qué obligarla a salir —afirmó Matilde, haciendo caso omiso al comentario anterior.

      —Está dicho, entonces —sentenció su abuela—: te quedas conmigo hoy en la tarde.

      ***

      A las 11.00 salieron de la casona para recorrer el Sector de Los Ríos. Todas siguieron el consejo de su abuela y decidieron llevar ropa cómoda para la caminata, que sería bastante larga. El recorrido partiría en los terrenos de Mercedes para luego visitar las tierras abandonadas de las otras dos familias fundadoras. Magdalena y Manuela optaron por los clásicos jeans azules, pero mientras la primera prefirió ser precavida llevando un abrigo con capucha, la segunda se puso únicamente una polera de manga corta. Matilde por su parte, era la más preparada: sacó sus zapatillas de trekking del clóset, unos pantalones de tela liviana y su cortavientos rojo. Marina fue la última en llegar y, aunque su atuendo era el más lindo, era también el menos apto para una caminata: un vestido color crema de escote redondo y mangas largas, ajustado hasta la cintura y que caía por СКАЧАТЬ