Zahorí 1 El legado. Camila Valenzuela
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Название: Zahorí 1 El legado

Автор: Camila Valenzuela

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Zahorí

isbn: 9789563634020

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СКАЧАТЬ de tu madre —respondió Mercedes antes de que Marina pudiera siquiera abrir la boca—. Te queda perfecto, querida, tienes la misma contextura de tu mamá.

      Marina se sintió halagada y le devolvió una sonrisa.

      —Muchas gracias, Meche. Lo encontré en el clóset de mi pieza. Espero que no te importe.

      —Para nada. Milena estaría feliz si te viera con él. Ese vestido era muy importante para ella.

      —¿Por qué? —inquirió su nieta menor.

      —Porque fue el último regalo que le hizo el abuelo —contestó Magdalena.

      —¿Cómo sabes eso? —le preguntó asombrada Mercedes.

      —Cuando era niña siempre escuchaba a la mamá hablar sobre ese vestido.

      —¿Cuál es su historia? —quiso saber Matilde.

      —El día que Milena conoció a tu padre, Salvador la vio tan contenta que decidió regalarle el vestido que llevas puesto. “Pareces una novia”, le repetía tu abuelo cada vez que lo usaba.

      —Menos mal que los tiempos han cambiado —aseguró Matilde—. Qué horror que conozcas a alguien y tus papás literalmente saquen el vestido de novia de la cartera.

      —Y si era tan importante para ella, ¿por qué lo dejó acá? —preguntó curiosa Marina.

      —La muerte de Salvador fue muy dura. No mucho tiempo después, ella y Lucas decidieron irse de acá. Ese vestido le recordaba demasiado a tu abuelo en un momento muy doloroso y supongo que, por eso, prefirió dejarlo acá.

      —¿Cómo murió el abuelo? —quiso saber Marina y segundos después de formular la pregunta, notó que, por algún motivo, Mercedes se ponía cada vez más incómoda ante tantas interrogantes.

      —De un infarto —respondió Magdalena.

      —Cierto —afirmó su abuela—. ¿Qué les parece si nos vamos a caminar?

      Las cuatro hermanas asintieron en silencio. La conversación había traído de vuelta muchos recuerdos y ninguna tuvo ganas de seguir hablando.

      Los alrededores de la casona estaban saturados de verde. Había robles, alerces, álamos y helechos por todos lados, dejando apenas al descubierto un sendero de tierra y hojas húmedas por el cual revoloteaban libélulas de tonos morados. Era tan pequeño y delgado que debían caminar por él en fila, una detrás de la otra. Si hubieran podido verse a la distancia, habrían advertido que eran pequeños puntos de colores en medio del bosque. Marina estaba segura de que, en el caso de perderse, le costaría mucho encontrar el camino de vuelta a la casona. Recordó que Magdalena había catalogado a Puerto Frío como un lugar suspendido en el tiempo y, por primera vez, entendió completamente lo que su hermana quiso decir. Parecía como si la tecnología, el ruido y los problemas cotidianos del mundo moderno no hubiesen llegado hasta ese lugar. En cambio, se podía sentir la fuerza del viento, el cantar de los ríos, la espesura de los árboles y el sol invernal colándose entre sus ramas.

      —Pensé que nos mostrarías la casona, Meche —comentó Matilde al ver que ya estaban bastante lejos de ella.

      —La verdad es que la casa pueden recorrerla cuando quieran, pero afuera necesitan un guía. Es muy fácil perderse entre tanta naturaleza, sobre todo si nunca han estado conectadas a ella.

      —Lo único a lo cual necesito conectarme es a mi iPhone y aquí no tengo señal —masculló Manuela mientras se movía con dificultad por el sendero de tierra, piedras y ramas secas.

      —¿Y dónde estamos, exactamente? —preguntó Matilde como si no hubiese escuchado a su hermana y pasando ágil entre los arbustos. Parecía una con el bosque.

      —Aún estamos en nuestros terrenos, más adelante hay un arroyo muy lindo que me gustaría mostrarles. Luego caminaremos en dirección al sur, al lugar donde se encontraban las otras dos familias.

      —Cuéntanos acerca de ellas, Meche —le pidió Marina.

      —Veamos... por dónde comenzar... Si no me equivoco, las tres familias llegaron acá alrededor de 1770. Venían desde Irlanda. Melantha MacCárthaigh, una de sus antepasados...

      —¿A qué te refieres con eso? —interrumpió Marina—. ¿Tenemos ancestros irlandeses?

      —Melantha es nuestra antepasada directa y tiene relación con ustedes, con su madre, la mía y la madre de mi madre —le respondió Mercedes sonriendo.

      —¿Por qué una irlandesa se vino al lugar más remoto del planeta en una época como esa? Es como si hubiese estado huyendo de algo —comentó Matilde.

      —No sé cuáles habrán sido sus razones para llegar acá, pero el punto es que decidió hacerlo junto con otras personas, otras familias o clanes, como los llamaban en esos tiempos. Primero se instalaron aquí y a medida que pasó el tiempo decidieron poblar la costa y formar el puerto. Las familias antiguas se quedaron acá y, lentamente, otras personas habitaron el pueblo. Ahora, muchos han olvidado la importancia de nuestros antepasados. Incluso ustedes que tienen su misma sangre. Otros, sin embargo, aún los recordamos como debe ser.

      Las hermanas quedaron mudas. Marina pudo imaginar a Melantha caminando entre los mismos árboles que ahora tenía a su alrededor, escuchando los ríos a lo lejos y haciendo crujir las pocas hojas secas.

      —Este lugar es tan lindo que es difícil entender por qué se fueron—comentó Marina.

      —Veo que sus padres no les contaron nada... —dijo para sí con la mirada caída mientras continuaban caminando.

      —¿Qué dices, Meche?

      —Estas son historias moldeadas con el paso de los años, algo así como nuestras propias leyendas familiares.

      —De todos modos sería interesante saber más acerca de esas leyendas —añadió Matilde.

      —Es inútil —replicó Manuela desde atrás—. Está claro que Mercedes no nos contará nada de lo que necesitamos saber. Ella es feliz con nuestra ignorancia.

      —¡Ay, Manuela, cuándo vas a callarte! —le gritó Matilde deteniendo el paso y enfrentándola—. ¡Cómo no te das cuenta de que nos tienes cansadas!

      —¡Yo también estoy cansada! ¡Cansada de que esta señora se quede callada cada vez que le hacemos una pregunta! —exclamó apuntando a Mercedes.

      —Esta señora es tu abuela, trátala con respeto —intervino Magdalena.

      —¡Ya tuve papás, Maida, no necesito reemplazante!

      —Por favor, queridas, no discutan —les dijo su abuela con tranquilidad—, estamos perdiendo tiempo muy valioso para conocer el terreno.

      —¡Me importa un comino su terreno, señora!

      Marina vio cómo sus tres hermanas y Mercedes formaban un círculo de discusión y gritos, demasiado compacto debido al ancho del camino. Aunque hubiese querido, no habría podido participar de él. Su abuela intentaba calmarlas mientras las otras tres continuaban peleando. De pronto, cuando todas estaban СКАЧАТЬ