Название: El hombre de ninguna parte - Magia en la Toscana
Автор: Caroline Anderson
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Omnibus Jazmin
isbn: 9788413751740
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–Supongo que estarán deseando venir. Tus padres deben estar encantados de tenerte cerca otra vez.
Sebastian sonrió con cierta amargura y se giró, ofreciéndole una perfecta vista de sus anchos hombros mientras sacaba unas tazas.
–La necesidad obliga. Mi madre no se encuentra muy bien. Tuvo un ataque al corazón hace tres años y en Semana Santa le pusieron un by-pass.
Vaya. Sebastian quería mucho a su madre, pero su relación había sido siempre un poco tormentosa, aunque Georgia nunca llegó a entender por qué.
–Lamento oír eso. No lo sabía. Espero que ya esté mejor.
–Se está recuperando. ¿Y cómo ibas a saberlo? A menos que tengas vigilada a mi familia como me tienes a mí –afirmó girándose para mirarla con sus penetrantes ojos.
Ella se lo quedó mirando sorprendida.
–¡Yo no te tengo vigilado!
–Pero sabías que estaba viviendo aquí. Cuando respondí al telefonillo, sabías que era yo.
Como si no hubiera reconocido su voz en cualquier parte, pensó Georgia sintiendo un tirón en el pecho.
–No sabía que te hubieras mudado aquí –afirmó con sinceridad–. Eso ha sido un golpe de suerte para mí dadas las circunstancias. Pero no es ningún secreto que habías comprado la casa. Estabas rescatando varias casas históricas al borde de la ruina y la gente lo comentaba. No olvides que mi marido era agente inmobiliario.
Sebastian frunció el ceño. Aquello tenía sentido. Pensó en decir algo, pero, ¿qué? ¿Siento que haya muerto? Era un poco tarde para ofrecer sus condolencias. Y tampoco era momento para hablar de ello delante del niño.
Así que tras una pausa en la que llenó de agua la tetera, sacó el tema de la casa. Era más seguro, siempre y cuando pudiera mantener los recuerdos bajo control.
–No sabía que hubiera provocado tanto revuelo –afirmó con naturalidad.
–Por supuesto que sí. La casa era una completa ruina. Creo que todo el mundo esperaba verla caer antes de que se vendiera.
–Tampoco era para tanto, pero el dueño no podía permitirse nada más que reparar el tejado y tampoco quería convertirla en apartamentos ni en un hotel. Así que lo estipuló claramente en el testamento. Al parecer nadie quiere una casa como esta actualmente. Es demasiado cara de mantener. Así que esperé mientras los albaceas trataban de anular esa cláusula.
–Y luego la rescataste.
Porque no había podido olvidarla. Ni a la casa ni a ella.
–Sí, bueno, todos cometemos errores –murmuró poniendo la tetera al fuego y abriendo las alacenas para buscar galletas.
¿De verdad pensaba que había sido un error?, se preguntó Georgia. ¿Por todo el dinero invertido o por los recuerdos, recuerdos que a ella todavía le perseguían estando allí con él, en aquella casa en la que se habían enamorado?
Sebastian encontró finalmente una caja de galletas de almendra y se las mostró.
–¿Le gustarán? –preguntó.
–Sí, muchas gracias –asintió ella.
–Galleta –dijo Josh señalando la caja y mirando a Sebastian como si no se fiara del todo.
–Pídela por favor –le urgió su madre dejándole en el suelo y quitándole el abrigo.
–Por favor –murmuró el niño sin apartarse de la pierna de su madre.
Sebastian abrió el paquete y se lo ofreció al pequeño.
–Toma. Llévaselo a mamá por si quiere una.
Josh vaciló un segundo y luego soltó la pierna de Georgia para ir por el paquete con los ojos muy abiertos antes de volver con ella a toda prisa. Pero en su precipitación se la cayeron algunas galletas al suelo.
Sebastian se agachó para recogerlas.
–No pasa nada –aseguró mirando a Georgia–. El suelo está inmaculado. Lo han fregado esta mañana.
–¿No hay mascotas?
Sebastian negó con la cabeza.
–Creía que parte del sueño era un perro al lado de la chimenea –afirmó Georgia con naturalidad.
–Dejé de soñar hace nueve años –contestó él con rotundidad.
Ella dejó escapar un suave suspiro y le dio a Josh una galleta.
–Lo siento. Olvida lo que he dicho. ¿Puedo usar tu teléfono fijo? Quiero llamar a mi madre, debe estar preguntándose dónde estamos.
–Claro. Ahí está.
Georgia asintió, agarró el teléfono y se dio la vuelta.
Sebastian miró al niño, que seguía comiendo las galletas, y le sonrió. El pequeño le devolvió una sonrisa tímida que le encogió el corazón.
Pobrecillo. Esperaba llegar a casa de sus amorosos abuelos y había terminado con un ermitaño amargado. Buen trabajo, Corder.
–Ven, vamos a sentarnos en el suelo –le dijo dándole al niño un plato.
Y siguieron tomando galletas mientras Sebastian trataba de no escuchar la conversación de Georgia.
Ella miró hacia atrás y vio a Josh con Sebastian en el suelo devorando las galletas. Contuvo una sonrisa.
–Estamos bien, mamá. El dueño de la casa ha sido muy amable, nos ha ayudado a sacar el coche y estamos cómodos y calentitos. Solo nos quedaremos aquí esta noche, y mañana nos llevará a tu casa con su Range Rover –afirmó con optimismo.
–Bueno, me alegro de que estéis a salvo –reconoció su madre con alivio–. Estábamos muy preocupados. Nos veremos mañana, entonces. Dale un beso a Josh.
–Sí, mamá. Adiós.
Dejó el teléfono en su sitio y al girarse se encontró a Sebastian mirándola con una ceja enarcada.
–No les has dicho dónde estás, ¿verdad?
–¿Por qué iba a hacerlo? –parpadeó Georgia quitándose el abrigo y poniéndolo en una silla–. No he mentido, solo he omitido un hecho que no cambia nada.
Sebastian no dijo nada, solo le sostuvo la mirada durante un largo instante antes de darse la vuelta. El agua ya había hervido.
–Toma, tu té –le dijo sirviéndole una taza–. Dame las llaves del coche, voy a llevarlo al cobertizo. ¿Necesitas algo más?
–Bueno, СКАЧАТЬ