Название: El hombre de ninguna parte - Magia en la Toscana
Автор: Caroline Anderson
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Omnibus Jazmin
isbn: 9788413751740
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Georgia desapareció en medio de una nube blanca y Sebastian soltó el botón con un profundo suspiro. ¿Qué diablos estaba haciendo en aquel camino con aquella tormenta? No habría ido a verle, ¿verdad? ¿Por qué iba a hacerlo? No lo había hecho ni una sola vez en nueve años, y no tenía motivos para pensar que lo hiciera ahora. Él no le importaba lo más mínimo, al menos no lo bastante para haberse quedado a su lado.
Al final Georgia le había odiado y no podía culparla por ello. Él también se había odiado a sí mismo, pero también a ella por no haber tenido fe en él, por no quedarse a su lado cuando más la necesitaba.
No, no había ido a verle. Habría ido a pasar la Navidad con sus padres y al utilizar el atajo se veía por pura casualidad atrapada en su casa. Y él no tenía más remedio que salir a ayudarla. Y eso implicaba hablar con ella, verle la cara, escuchar su voz.
Resucitar toda la carga de recuerdos de un tiempo que preferiría olvidar.
Pero no podía dejarla allí bajo la tormenta. Y pronto anochecería. La ayudaría a salir y luego le diría adiós rápidamente, antes de que fuera demasiado tarde y tuviera que quedarse allí.
Dejó escapar un gruñido, agarró las llaves del coche, se puso el abrigo, buscó una pala y una cuerda para remolcar en la caseta del jardín y las puso en la parte de atrás del Range Rover.
Se dirigió hacia la entrada de su casa con los limpiaparabrisas a toda máquina, pero cuando llegó a las puertas y las abrió con el mando a distancia no había ni rastro de Georgia. Solo huellas en la nieve que giraban hacia la izquierda y luego desaparecían bajo la neblina. Se preguntó dónde diablos estaría.
Entonces vio el coche a varios metros de allí, con las tenues luces de emergencia apenas visibles a través del manto de nieve. Sebastian dejó el Range Rover en la entrada y salió, hundiendo las botas en la nieve mientras se acercaba a ella. No era de extrañar que se hubiera quedado allí atrapada al salir a la carretera con aquel temporal en aquel coche tan ridículo, pensó. Pero aquella noche no iría a ninguna parte más. Lo que significaba que tendría que quedarse con él.
Maldición.
Sebastian sintió cómo la ira se apoderaba de él y reemplazaba el shock. Bien. Era mejor eso que el sentimentalismo. Se subió el cuello del abrigo para enfrentarse al viento y a las agujas de hielo y se acercó al coche. Abrió la puerta y se inclinó. Una oleada de calor llegó hasta él mezclada con un aroma seductor que recordaba muy bien.
Fue como si le hubieran dado una patada en el estómago, pero cerró la puerta de la caja de los recuerdos.
Georgia estaba de rodillas en el asiento mirando algo que había atrás. Cuando se giró hacia él esbozó una sonrisa débil.
–Hola. Qué rápido. Siento mucho...
–No pasa nada –la atajó él tratando de no escudriñar su rostro para buscar cambios–. Venga, salgamos de aquí.
–¿Lo ves, Josh? –exclamó Georgia con alegría–. Te dije que vendría a ayudarnos.
¿Josh? ¿Había un «Josh» que podría haberla ayudado a salir?
–¿Josh? –preguntó él con frialdad.
–Es mi hijo.
¿Tenía un hijo? Sebastian inclinó la cabeza para mirar en el asiento de atrás y se encontró con unos ojos tan familiares que sintió que le atravesaban el alma.
–Josh, este es Sebastian. Nos va a sacar de aquí.
Por supuesto que lo haría. ¿Cómo iba a decepcionar a aquellos ojos verdes cargados de preocupación? Pobre niño.
–Hola, Josh –dijo antes de permitirse mirar a Georgia.
No había cambiado nada. Tenía los mismos ojos grandes e ingenuos de su hijo, los mismos labios carnosos, los pómulos altos y las cejas bien arqueadas que le habían encandilado tantos años atrás. Sus rizos, ahora perlados de nieve, seguían igual de brillantes y de salvajes que siempre. Tenía su rostro a escasos centímetros, y su aroma le envolvió, debilitándole las defensas.
Sacó la cabeza del coche y se estiró, llenándose los pulmones del helado aire exterior. Se sintió un poco mejor. Ahora solo tenía que volver a levantar sus defensas.
–Lo siento de verdad –repitió ella asomándose.
Pero Sebastian sacudió la cabeza.
–No lo sientas. Vamos a sacar tu coche de aquí y vais a entrar en casa.
–¡No! Tengo que llegar a casa de mis padres.
–Mira el tiempo, Georgia –le pidió él señalando al cielo–. No vas a ir a ninguna parte. No sé si podré sacar tu coche de aquí, y desde luego no vas a ir a ninguna parte ahora que casi es de noche. Ponte al volante, enciende el motor y cuando sientas un tirón suelta el freno y mete la marcha atrás mientras yo tiro, ¿de acuerdo?
Ella abrió la boca, volvió a cerrarla y asintió. Ya tendría tiempo de discutir con él cuando sacara el coche.
Lo consiguieron en un instante. El coche patinó un poco y por un momento, Georgia creyó que no iban a conseguirlo. Pero finalmente lograron sacarlo. Puso el freno de mano y dejó de apretar con fuerza el volante.
Fase uno finalizada. Ahora tocaba enfrentarse a la fase dos.
Abrió la puerta del coche y salió al temporal. Sebastian estaba allí mismo, comprobando que el lateral del coche no hubiera sufrido ningún daño.
–Parece que está todo bien.
–Qué bien. Es un alivio. Y gracias por la ayuda...
–No me des las gracias –le espetó él con brusquedad–. Estabas bloqueando el camino.
Ella tragó saliva ante aquel inesperado latigazo. Por supuesto, era la última persona a la que Sebastian querría ayudar, pero lo había hecho de todas formas, así que se tragó el orgullo y volvió a intentarlo.
–En cualquier caso, te lo agradezco. Ahora me pondré en camino y...
Él la atajó con un suspiro.
–Acabamos de tener esta conversación, Georgia. No puedes ir a ninguna parte. ¿Cómo diablos se te ocurrió tratar de llegar hasta aquí con este temporal?
Georgia parpadeó y se lo quedó mirando fijamente.
–Tenía que hacerlo. Voy a pasar la Navidad con mis padres y pensé que llegaría antes de que nevara.
–¿Y por qué has tomado este camino? No es la opción más inteligente, y menos con ese cacharro.
¿Cacharro? Aquello la irritó.
–No era mi intención venir por aquí, pero la carretera principal estaba cortada por un accidente. ¿Sabes qué? Olvídalo –le espetó perdiendo la paciencia–. Siento mucho haberte molestado. Vuelve a tu torre de marfil y te dejaré en paz.
Trató de regresar al coche, СКАЧАТЬ