Название: El hombre de ninguna parte - Magia en la Toscana
Автор: Caroline Anderson
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Omnibus Jazmin
isbn: 9788413751740
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La conversación continuó por otros derroteros mientras ella trataba de encontrarle sentido a la adquisición de Sebastian. Cuando volvían a casa, David le preguntó por él.
–¿De qué conoces a ese tal Corder?
–Era amigo de mi hermano –respondió ella con una naturalidad que no sentía–. Su familia vivía en la zona.
No era mentira, pero tampoco era toda la verdad y se sintió un poco culpable. Lo cierto era que se había llevado una gran sorpresa. Pensaba que se había alejado de todo lo relacionado con aquel tiempo, y al darse cuenta de que no era así se sentía desconcertada. Asombrada, fascinada y horrorizada, todo al mismo tiempo, porque aquello estaba muy cerca de su casa, muy cerca de sus padres.
Demasiado cerca como para sentirse cómoda.
Pero unos días más tarde nació Josh, y pocas semanas después David murió, todo su mundo se vino abajo y olvidó el asunto. Olvidó todo, en realidad, excepto tratar de mantenerse fuerte por Josh.
Pero a partir de entonces, cada vez que visitaba a sus padres evitaba aquel camino, tal y como había hecho en aquella ocasión... hasta que no le quedó más opción.
El corazón le latía con fuerza contra las costillas. ¿Estaría él allí ahora, detrás de aquellas intimidatorias y renovadas puertas? ¿Solo? ¿O compartiendo la casa con alguien más, alguien que no compartía el sueño de...?
Detuvo sus pensamientos en seco. No quería ir por ahí. Ya no importaba. El sueño ya no existía y ella había seguido adelante. Había tenido que hacerlo. Ahora era madre y no tenía tiempo para sueños. Apartó la mirada y la mente de aquellas imponentes puertas y del hombre que podía estar o no estar detrás de ellas, le sonrió a su hijo y siguió avanzando.
Pero el coche tenía otros planes. Se deslizó con fuerza mientras ella trataba de salir y la nieve les rodeó. El viento golpeaba furiosamente el coche, recordándole lo peligroso de la situación. Apretó con fuerza el volante, pisó el acelerador con más cuidado y avanzó casi a ciegas por la neblina.
Apenas había recorrido unos cuantos metros cuando chocó contra un montículo con la rueda derecha. El coche resbaló y se quedó en medio del camino, encajado contra el montículo que tenía detrás. Tras unos instantes en los que giró las ruedas inútilmente, Georgia le dio un puñetazo al volante y contuvo un grito de frustración y de pánico.
–¿Mami?
–No pasa nada, cariño. Solo nos hemos quedado un poco atrapados. Tengo que ir a echar un vistazo fuera. No tardaré mucho.
Trató de abrir la puerta pero estaba encajada. Bajó la ventanilla y trató de mirar hacia fuera, protegiéndose los ojos de los cristales de nieve que parecían salidos del Ártico.
Estaba contra un ventisquero, pegada a él, y no podía abrir la puerta de ningún modo. Subió rápidamente la ventanilla y se sacudió la nieve del pelo.
–¡Vaya, qué viento! –dijo sonriendo al mirar hacia atrás.
Pero no consiguió tranquilizar a Josh.
–No me gusta, mami –dijo con el labio tembloroso.
–No pasa nada, Josh. Está nevando un poco fuerte en este momento, pero pasará enseguida. Saldré por la otra puerta a ver por qué estamos atrapados.
–¡No! ¡Quédate, mamá!
–Cariño, voy a estar fuera. No voy a ninguna parte. Te lo prometo –le lanzó un beso, se acercó a la puerta del copiloto y salió al frío polar para analizar la situación. Le resultó difícil con el viento helado azotándole el pelo contra los ojos y llegándole hasta los huesos, pero comprobó un extremo del coche y luego el otro y se le cayó el alma a los pies.
Estaba empotrado entre el montículo contra el que había topado a la derecha y la nieve que había caído detrás de ellos, probablemente al impactar de costado. No había nada que pudiera hacer. No podía sacarlo de allí sola. Ya estaba hundido varios centímetros. Pronto el tubo de escape quedaría cubierto de nieve, el motor se calaría y morirían de frío.
Literalmente.
Su única esperanza, pensó protegiéndose otra vez los ojos contra la nieve y analizando la situación, estaba en la casa que quedaba tras aquellas intimidantes puertas.
Easton Court. La casa de Sebastian Corder, el hombre al que había amado con toda su alma, el hombre al que había dejado porque iba tras algo que ella no podía entender ni identificar y que estaba minando su relación.
Sebastian esperaba que lo dejara todo y le siguiera en un estilo de vida que ella odiaba, que abandonara su carrera, a su familia, incluso sus principios, y cuando le pidió que lo reconsiderara, él se negó, así que Georgia se marchó y dejó su corazón atrás...
Y ahora su vida y la vida de su hijo podrían depender de él.
Aquella casa, la casa de la que tanto se había enamorado, la casa del único hombre al que de verdad había amado, era el único lugar del mundo en el que querría estar, su dueño la última persona a la que querría pedirle ayuda. Suponía que Sebastian estaría tan poco contento como ella, pero estaba con Josh y no tenía más opción que tragarse el orgullo y pedirle a Dios que Sebastian estuviera allí.
Se acercó a la puerta con el corazón latiéndole con fuerza, alzó una mano helada y apartó la nieve del portero automático con dedos temblorosos.
–Por favor, que estés ahí –susurró–. Por favor, ayúdame –y entonces, con el corazón en la boca, apretó el botón y esperó.
El persistente zumbido atravesó su concentración y Sebastian dejó lo que estaba haciendo, salvó el documento y se dirigió al vestíbulo.
Seguramente sería el pedido navideño. Benditas compras por Internet, pensó. Entonces miró por la ventana y parpadeó varias veces seguidas. ¿Cuándo había empezado a nevar así?
Miró la pantalla del portero automático y frunció el ceño. Durante un instante no vio nada más que un torbellino blanco, y entonces la pantalla se aclaró un momento y distinguió la figura de una mujer arrebujada en su abrigo con las manos bajo los brazos. Entonces ella extendió una mano para limpiar la nieve del portero automático y la vio con claridad.
¿Georgia?
Sintió cómo la sangre dejaba de irrigarle el cerebro y contuvo el aliento. No. No podía ser. Era un espejismo, producto de su imaginación, porque cuando estaba en aquella maldita casa no podía dejar de pensar en ella.
–¿Puedo ayudarla? –le preguntó con voz tirante sin fiarse de lo que veían sus ojos.
Pero entonces ella se apartó el pelo de la cara, se lo recogió en una coleta y se dio cuenta de que era realmente Georgia. Parecía aliviada cuando escuchó su voz.
–Sebastian, gracias a Dios que estás ahí. No estaba segura de... soy Georgia. Mira, siento mucho molestarte, pero, ¿puedes ayudarme? Se me ha quedado el coche atrapado justo al lado de tu entrada, y mi teléfono no funciona.
Él vaciló y contuvo la respiración mientras la miraba fijamente y trataba de encontrar algo a lo que СКАЧАТЬ