La suerte de Omensetter. William H. Gass
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Название: La suerte de Omensetter

Автор: William H. Gass

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788412305975

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СКАЧАТЬ que un mono. Oye. ¿Cuál era el nombre del gato de Kick?

      El gato de Kick.

      ¿Tal cual?

      Tal cual.

      ¿Por qué?

      Pues porque el gato era suyo.

      Seguro que lo sabía todo sobre trenes y estaciones.

      Lo sabía todo sobre trenes y estaciones.

      Seguro que sabía cuándo llegaban los trenes a Chicago, Illinois.

      Sabía cuándo los trenes hacían cualquier cosa.

      Seguro que era más feroz que nada, como un pavo.

      Los pavos no son muy feroces.

      Yo tengo pavos. Te gluglutean.

      Bueno, el gato de Kick era mucho más feroz.

      Seguro. Seguro que podía volar.

      Pues claro que no podía.

      Podía.

      No.

      Por la noche. Por la noche sí.

      Vaya, pero quién conoce al gato, chico, ¿tú o yo?

      Cuéntame cómo lo sabía todo sobre trenes y estaciones.

      ¿Vas a escuchar o vas a hablar?

      Quiero que sea una historia larga.

      Es una historia larga.

      No te dejes nada.

      Yo nunca me dejo nada.

      ¿Es buena y larga? Las buenas historias son largas.

      Bueno, así deberían ser, en cualquier caso. Bien, veamos: el gato de Kick lo sabía todo sobre trenes y estaciones. Podía galopar por un raíl como si estuviese de paseo y cruzar brincando las vías sin mover ni una carbonilla del balasto. Se posaba en los caños y se dejaba caer de sopetón en los arcones vacíos para arañar y olisquear la madera de la ciudad. Cuando había un tren parado marchaba por los vagones, con el rabo esponjado y enroscado por encima del lomo, frotándose contra los pasajeros y ronroneando cuando ronroneaba, con un ronroneo bajo y profundo, como el de un tractor. Los pasajeros le daban de comer: cacahuetes y galletitas y caramelos y fruta y a veces el centro de sus sándwiches. El gato de Kick odiaba el pan. Eso te lo tengo que contar. Le venía de la vez en que unos chicos estúpidos lo encerraron en el lavabo cuando el tren se iba. Se llamaban Frank y Ned y Harry y eran unos chicos estúpidos que jugaban a ser bandidos. A esta historia la llamo la historia de la feroz venganza del gato de Kick, o a veces la llamo la historia de los chicos que jugaban a ser bandidos. Depende del final al que llegue.

      Caray.

      En cualquier caso, el gato de Kick odiaba el pan. Lo lamía hasta dejarlo limpio si traía taquitos de jamón, pero luego enganchaba la rebanada con una garra y la tiraba por debajo del vagón. Se comió el relleno de montones de sándwiches, ahora que caigo.

      Los gatos odian la fruta.

      El gato de Kick no. No era un gato común, ¿no te lo vengo diciendo?

      Yo odio el pan.

      Tú no odias el pan.

      Que sí.

      No lo odias.

      El gato de Kick odiaba la leche.

      Le encantaba la leche. Le pirraba. Se bebía más de doce litros al día.

      No hacía eso.

      Puede que más. No sabría decirte.

      ¿En serio?

      Es una costumbre que tienen los gatos. Les tiene que encantar la leche y el pescado y perseguir ratones y pájaros. De lo contrario no son gatos. Es lo que se llama una ley de la naturaleza.

      Yo odio el helado.

      No lo odias. Pero eso me recuerda al viejo doctor Orcutt.

      A la porra los doctores.

      Ah, pero Orcutt era especial. Tenía una barba preciosa.

      A la porra las barbas. ¿Se llamaba así de verdad?

      ¿Orcutt? Pues claro. Y puedes apostar a que estaba al tanto. Pero contaba unos chistes maravillosos sobre sí mismo. Señor. Hubo una vez, bueno, es la historia que yo llamo la historia de la amigdalectomía de saldo.

      No quiero oírla.

      Es divertida.

      Si va de amígdalas no es divertida.

      Me he acordado por lo de los helados. Piénsalo de ese modo.

      Mi gato odia la leche.

      Tú no tienes gato y si tuvieras uno no odiaría la leche, y si odiara la leche sería un castor y te partiría en dos de un bocado igual que a un leño.

      El gato de Kick pues.

      Bien. Era grande y ambarino. Tenía la cara redonda como un barril y los ojos grandes, anchos y circulares.

      Jolines. Me tengo que ir. Aquella es mi mamá. Se enfadará un montón si me ve.

      Pero ¿y qué pasa con el gato de Kick?

      Me tengo que ir.

      Pero si no he llegado a la historia. Tampoco has oído lo de la rata. Verás, había una rata gris particularmente grande, grande como una bota tal vez, tal vez más grande, y aquella rata no le tenía miedo a nada.

      Caray. Pero me tengo que ir. Me tengo que ir.

      Pero la rata. Esa fue la rata que le mordió a Kick en la nariz. ¿Recuerdas? Fue el desafío de la pelea.

      Adiós.

      Organizaron una pelea entre el gato de Kick y la rata grande como una bota… una carrera y una pelea… entre los vagones, en los muros… bigote contra bigote… duraría hasta la noche. Tendrías que haber oído el modo en que el viento pasaba por entre sus zarpas. Organizan… Así que voy a organizar… Bueno, parecía un chico simpático, uno de esos que nuestros días han perdido. Demasiado joven para la historia de May Cobb. ¿Y cómo se iba a aprender ahora su historia? Imagina crecer en un mundo en el que solo los generales y los genios, solo los imperios y las empresas, tuviesen historias, ni tu pueblo ni tu abuelo, ni tu casa ni Samantha, ninguna de las cosas que amas. No, no he terminado con Bob Stout. Chico, tus propias hojas te impiden ver el tronco. Podría organizar una de piratas. Fuego en Hen Woods. El tío Simon, el sicomoro viejo y nudoso, ardiendo y rompiéndome el corazón. Podría organizarlo. Pero el chico se había ido, arropado por su madre. Aun así lo recuerdo todo. El gato de Kick. Gotitas de leche por toda la mandíbula. Omensetter agitando los brazos en una danza. Tendrían sin duda СКАЧАТЬ