Mamá en busca del polvo perdido. Jessica Gómez
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Mamá en busca del polvo perdido - Jessica Gómez страница 5

Название: Mamá en busca del polvo perdido

Автор: Jessica Gómez

Издательство: Bookwire

Жанр: Сделай Сам

Серия: Harpercollins Nf

isbn: 9788491396079

isbn:

СКАЧАТЬ del autobús…

      —Pues tendrás que coger el autobús antes.

      —Vicente, si pudiera hacer eso, ya lo habría hecho. Es que no me da tiempo a coger el anterior, si no Didier y yo no nos arreglamos con los niños.

      —¿Y pretendes repercutir en el trabajo tu falta de organización en casa?

      Ahí estaba. Ojalá me hubiera dicho eso gritándome para poder llamarlo gilipollas, aunque solo fuera en mi mente. Pero no: me lo dijo con su voz de colega que intenta hacerme ver una cosa obvia, como cuando yo le pregunto a Gabi: «¿Y estás esperando a ver si tus platos se recogen solos?».

      Qué hijo de puta, Vicente.

      —Lo siento, Vicente.

      —Mira, Paz, soluciónalo como quieras, pero soluciónalo. Entiende que no es justo para el resto de tus compañeros.

      —Vale, Vicente.

      Me levanté para irme y, cuando tenía el culo a media asta, añadió:

      —¡Ah! Y aún tienes que hacer las dos formaciones que te faltan.

      Me pregunto si mi cara de conejito ante un camión en la autopista fue muy evidente para él porque siguió:

      —Las que hicieron los demás mientras estabas de excedencia. Ponte al día. Y tienes de tope hasta que termine el mes o no nos entra para las subvenciones. Luego le digo a Lucía que te mande las claves de acceso.

      —Va… Vale.

      Se hizo un silencio un poco incómodo, como si Vicente quisiese echarme de su mesa de una puta vez, pero no quisiera ser grosero —porque es un jefe moderno— y yo no supiera si ya tenía permiso para que mi culo recorriera la otra mitad del camino hasta la verticalidad. Al final, Vicente tosió, y yo me fui, creo que aún ligeramente encorvada.

      * * *

      Recogí a Teo en la escuelita a las dos y media, nos fuimos a casa y, en cuanto abrí el portal, oí gritos que sospeché serían de Gabi y Maya, discutiendo a saber por qué. Tal vez uno le hubiera dado un mordisco demasiado grande al pastel imaginario del otro.

      Cuando llegué al tercero, antes de abrir la puerta, oí también a Didier, coherente como solo él sabe serlo, gritándoles a los niños que no quería seguir oyendo gritos. Mi bebé y yo nos miramos y creo que los dos dudamos si abrir la puerta número dos o quedarnos con el apartamento en Torrevieja. Pero, venga, a esta casa se viene a jugar: abrimos la puerta y adentro.

      Dero había hecho para comer unos elaboradísimos y complejos macarrones con tomate. Insistí en añadir un par de latas de atún para que al menos los niños comieran algo de proteína, para su disgusto.

      —Venga, Maya, si hasta ayer te gustaba el atún…

      —¡Que no me llamo Maya! ¡Que me llamo Isla!

      —Pues más a mi favor. A las islas les gustan los atunes. —Miré a Dero pensando ya en mi plan para esta tarde, e intenté sacar una sonrisa en «código pareja»: con una evidente intención traviesa para nosotros, pero sutil como para que la pillaran los niños—. Esta tarde tengo que ir a un sitio a las cinco.

      —Ni de coña.

      Pues no me ha funcionado el «código pareja».

      —¿Cómo que ni de coña?

      —Paz, que yo esta tarde trabajo.

      —¡¿Pero cómo que trabajas?! ¿Esta semana no estabas solo por las mañanas?

      —No, le cambié el turno a Aitor, te lo dije el viernes.

      —Creía que era solo ayer…

      —No, amore. Voy toda la semana a horario partido.

      —¡Mierda!

      Unas risitas tras unos platos de pasta con el atún intacto confirmaron que mamá había dicho «mierda» muy fuerte. Teo, por su parte, lanzó tres macarrones por el aire que fueron a estrellarse contra la nevera, en prueba de disconformidad. O de conformidad, yo qué sé.

      —¿Era importante? —preguntó Dero—. ¿Llamo a mi madre?

      —¡NO! O sea —rectifiqué, bajando decibelios—, no, no, tranquilo. No es urgente, lo puedo cambiar.

      A las cuatro en punto de la tarde Dero se fue y yo llamé al Crème Vanille —que yo nunca entenderé por qué Eva le puso un nombre tan rebuscado, si ella es de mi barrio de toda la vida y no ha pisado Francia desde que tenía ocho años y la llevaron a Disneylandia. Con lo bonito que habría sido que le pusiera al sitio el nombre de su padre: Emiliano. Que vale que tiene mala rima, pero a Emiliano lo conoce todo el mundo. Lo habría petado—.

      —Crème Vanille, buenas tardes.

      Qué suerte la mía, la del chicle otra vez.

      —Hola, soy Paz Noriega, tengo cita a las cinco… —suspiré, resignada—. ¿Podríamos cambiarla para el jueves?

      Estoy segura de que oí su cara de indignación por anular una cita con tan poco tiempo. Tengo la habilidad de oír las caras. Y también la de ponerme la pierna por detrás de la cabeza, pero a esa —increíblemente— le saco menos partido.

      —Muy bien, señora Noriega. Le pongo el jueves a las cinco.

      Hubo un tiempo en que el «señora Noriega» habría desatado la furia en mí. A mis poquísimos treinta y nueve años ya estoy, tristemente, acostumbrada. Malditos.

      —De acuerdo, gracias.

      Muy a mi pesar no me quedó otro remedio que implicar a mi madre en mi plan. Abrí la agenda del móvil y toqué su nombre.

      —Hola, mamá.

      —¡Hombre, buenos ojos te oigan!

      Me prometí a mí misma que, por muy madre que yo llegue a ser y por muchos nietos y bisnietos que llegue a tener, jamás diré una frase como esa. Aunque una voz dentro de mí me susurró: «Este será otro yonunca que te acabarás tragando».

      —Mami, necesito pedirte un favor. ¿Podrías quedarte con los niños este jueves por la tarde? Tengo que ir a un sitio.

      —¿Adónde?

      Sabía que no podría evitar darle detalles: era una batalla perdida antes de empezar, un duelo de espadas al que yo acudía armada con un calcetín, así que ni lo intenté.

      —Voy a hacerme la cera.

      —¡Hombre, qué bien! ¡Ya era hora de que te arreglaras un poco!

      —Sí, ya…

      —Es que, hija, no te cuidas nada —y continuó un murmullo constante de amoroso reproche materno que se fue volviendo un poco inaudible mientras yo intentaba cerrar la conversación.

      —Ya, mami, ya, oye, escucha, que no me puedo liar, que tengo que llevar a Maya a pintura y estoy sola con СКАЧАТЬ