Название: Mamá en busca del polvo perdido
Автор: Jessica Gómez
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Harpercollins Nf
isbn: 9788491396079
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Cogí el autobús por los pelos, y aproveché el trayecto para poner en marcha mi plan. Saqué el móvil y busqué en la agenda. No tenía el número —debí perderlo en algún cambio de teléfono—, pero ahí estaba Google para solucionarme la papeleta. Llamé.
—Crème Vanille, buenos días.
—Hola… ¿Eva?
—No, Eva no llega hasta las diez. ¿Le quieres dejar algún recado?
—No, no, no hace falta. Quería ver si podría pedir cita para esta tarde.
—¿Para qué sería?
—Quería… —Noté en el cuello la mirada de la señora sentada a mi lado, esa sensación certera de que alguien sin nada mejor que hacer está pendiente de tu conversación. Intenté bajar un poco la voz—. Quería hacerme la cera.
—¿Qué zona?
Miré de reojo a la señora. Sí, claramente tenía la antena puesta. Bajé la voz otro poco.
—Todo.
—¿Todo qué?
Joder, qué pesada.
—Pues todo.
—¿Labio, cejas, axilas, piernas e ingles?
No, coño, tanto no.
—Tanto no.
—¿Entonces?
La señora me seguía mirando. Aquello era ridículo.
—Piernas e ingles.
—¿Completas o brasileñas?
—¿Qué?
—¿Completas o brasileñas?
Ya te había oído la primera vez, boba, es que no tengo clara la diferencia.
—No lo tengo claro. ¿Lo puedo decidir después?
—Sin problema. A las cinco hay sitio.
A las cinco no me da tiempo.
—A las cinco no me da tiempo a llegar. ¿Podría ser un poco más tarde?
—Más tarde ya está todo cogido. Solo me queda a las cinco, y si no para el jueves.
—Ok. A las cinco entonces.
Bueno, Dero puede llevar a Maya a pintura y también a Gabi y a Teo. No hay problema.
—¿Tienes ficha de clienta?
No sé si es que yo empezaba a caerle plasta o que la tipa estaba masticando chicle, pero no me gustaba nada el tonito que estaba cobrando la voz al otro lado del teléfono.
—Pues no lo sé…
—¿Cuándo fue la última vez que viniste?
—Pues tampoco lo sé…
Y oí una exhalación al otro lado de la línea.
Perdona, tía petarda: ¿ACABAS DE SUSPIRAR?
—Bueno, pero hará menos de un año, ¿no?
—No, no. Más de un año seguro.
—Uy, cariño, entonces ya no tienes. Todas las fichas de más de un año las borramos.
Me han borrado. Una tiene hijos y la borran de la vida. Sacadme la sangre, donad mi cuerpo a la ciencia, quedaos con mi móvil, qué importa ya…
—Pero no te preocupes —siguió la voz del chicle— que te hacemos otra sobre la marcha.
—¡Ah, ok! ¡Gracias! —respondí animada—. Hasta esta tarde.
Colgué y miré a la señora de al lado que, automáticamente, giró la cabeza para mirar por la ventanilla con disimulo. Puede que tenga una mente algo retorcida, pero preguntándome a qué vendría la intriga de la mujer por mi cruzada depilatoria no pude evitar pensar si no sería simple y sana curiosidad, teniendo en cuenta que sus cejas no estaban hechas de pelo, sino que estaban asimétricamente dibujadas por una delgada línea de lo que parecía perfilador de labios marrón. Preferí ignorarlo y darme a mi pequeño placer de todas las mañanas —que es el único ratito que consigo tener para ello en todo el día—: sacar mi libro del bolso y leer sin más distracción que una voz ocasional anunciando la próxima parada. Estoy leyendo a Pratchett. Madre mía, qué placer.
* * *
No sé cómo lo hace, pero el autobús siempre consigue transmitir al universo el estado temporal con el que yo llego a la parada. Si yo llegaba temprano —aquellos tiempos en que conseguía ir temprano—, parecía que las calles se abrían a su paso para que él avanzara raudo y yo pudiera llegar a mi destino con tiempo para, incluso, tomarme un café rápido antes de entrar a trabajar. Sin embargo, otros días, como hoy, es como si el conductor quisiera hacer patente para que lo vea todo el mundo que yo voy con el tiempo pegado al culo, y para ello el autobús llegó tarde a mi parada. Y yo llegué cinco larguísimos minutos tarde al trabajo.
Me fui a mi mesa, encendí el ordenador y abrí el Illustrator pensando que nadie, salvo Javi y María —cuyas mesas lindan con la mía al frente y a la izquierda—, se habría dado cuenta. Pero antes siquiera de haberme puesto las gafas, la nariz del jefe asomó por encima del panel que separa mi mesa del pasillo imaginario que, a su vez, nos separa a los de diseño con la zona de muestras e impresión.
—¿Acabas de llegar, Paz?
No.
—Sí.
—¿Podemos hablar un momento?
No quiero.
—Claro.
Vicente es uno de esos jefes que quieren ser modernos y comprensivos, y para conseguirlo lo que hace es echarte la bronca sin gritar —cosa que agradezco mucho— y sin usar insultos —cosa que agradezco aún más—, pero la bronca, llevar, te la llevas igual. Y, además, te jode el doble porque, como te lo dice sonriendo y de buen rollo, pues al final sales hecha mierda porque si al menos te gritara, podrías irte pensando que es un gilipollas y así equilibrarías la situación, pero como es muy guay y muy amable, pues eso: que sales hecha mierda. Que su despacho de jefe moderno no tenga paredes porque quiere «ser uno más entre sus empleados» no ayuda a mejorar la cosa, porque estar estarás en su mesa, pero oír, lo oye todo el mundo.
—A ver, Paz, yo entiendo que necesitas un tiempo para readaptarte al trabajo, pero es que hace ya un mes que volviste de la excedencia y estás llegando tarde casi todos los días —dijo mientras me hacía un gesto con la mano para que me sentara, aunque él se quedó de pie apoyado en el pico de la mesa, lo que hizo que yo tuviera que levantar mucho la cabeza para СКАЧАТЬ