Название: Mamá en busca del polvo perdido
Автор: Jessica Gómez
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Harpercollins Nf
isbn: 9788491396079
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—Muy bien, Paz. Es un tío genial, superamable, sonriente… Es fotógrafo, ¿sabes? Y es tan mono, tía… ¡Es trans y me dijo que no se había atrevido a decírmelo la primera vez que quedamos! Que tenía miedo de que me asustara o algo. Es tan cuqui… ¡Y superinteligente! ¿Sabes que el tío habla TRES idiomas?
—Hablar muchos idiomas no es lo mismo que ser muy inteligente, Vane. La prueba es que tú hablas cuatro.
—¿Oye, y tú qué tal con Dero? ¿Le has dicho ya que eres gilipollas o estás esperando a ver si se da cuenta él solo?
Vane es de las pocas personas en el planeta capaz de hacerme reír insultándome. Me gusta pensar que es recíproco. Ambas sonreímos y les pegamos un buen quite a nuestras copas de moscato.
—Bueno, y… —Levanté las cejas como alternativa a decir en voz alta: «¿Ya habéis follao?».
—Buah, Paz, increíble.
—No me digas.
—No te lo creerías. Jamás en mi vida he tenido un sexo tan bestial. Floto. No puedo pensar en otra cosa.
Y ahora, gracias a la detallada descripción que siguió a ese comentario, yo tampoco. Gracias por tanto, Vane. Me acabé mi copa bebiendo despacio, pero sin soltarla, apoyándola de vez en cuando contra mi cara para sentir el frío en la mejilla, como un recordatorio de que aquella conversación estaba teniendo lugar en la realidad y no en una distopía de Almodóvar.
—No me puedo creer —dije con la mirada perdida cuando Vane terminó su relato de 50 arcoíris de Grey— que tu vida sexual sea mucho mejor que la mía.
—Pero vamos a ver, idiota —me preguntó falsamente ofendida—, ¿y se puede saber por qué no?
—¿Qué hago mal, Vane? —Estiré la mano para robarle su copa y me la terminé de un trago, aunque, en honor a la verdad, era más un golpe de efecto que otra cosa, porque en realidad desde hacía ya un rato en su copa solo quedaba la condensación apegotonada en el fondo.
—¿Qué pasa, Paz?
—Es como si nos hubiéramos perdido el ritmo.
—¿Que no os corréis a la vez?
—¡¿A la vez?! Ja, ja, ja, ja. ¡Joder, Vane, hay veces que ni el mismo día! Pero no. No es eso, es que… No sé. Es como si… Como si no tuviéramos tiempo para encontrarnos.
—¿Pero cómo no vais a tener tiempo, tía? ¡Si vivís juntos!
—Sí, Vane, ya sé que vivo con mi marido, gracias por tan audaz observación. —Meneé la cabeza—. Pero es que a veces… —me costaba encontrar la forma de describirlo—, a veces parece que somos solo compañeros de piso, ¿sabes? Compañeros de piso que follan de vez en cuando. —Hice un cálculo rápido—. MUY de vez en cuando. ¡Hace como dos semanas de la última vez, Vane!
—¡¿Dos semanas?!
—Dos semanas. Ya no tenemos tiempo para encontrarnos y disfrutarnos un buen rato, ¿sabes? —resoplé—. Mira, la semana pasada me depilé entera y compré una crema superguay y planeé una noche que iba a ser genial y… Nah, al final se fue todo a la mierda. —Vi mi copa vacía y lamenté no tener un sorbito más de vino.
—Mujer, seguro que encontráis ese tiempo si te organizas bien. —Miré a Vane con mi cara de «si no fueras mi amiga te insultaría muy fuerte ahora mismo». De hecho, probablemente fue el hecho de que guardara silencio lo que hizo que se diera cuenta de que acababa de ofenderme muchísimo—. ¿Qué? ¿Qué he dicho?
Teo gruñó un poquito. Yo miré el reloj.
—¿Sabes por qué tu vida sexual es tan buena, Vane?
—¿Por qué?
—Porque no tienes hijos —y añadí, maliciosamente—, TODAVÍA —y una risa de Úrsula de La Sirenita anegó silenciosamente todo mi ser—. Bueno, se acabó la hora del vino. Tengo que ir a buscar a Gabi y a Brisa.
—Vale —dijo Vane levantándose y alcanzándome la chaqueta—. ¿Quién es Brisa?
* * *
Después de la cena, mientras la prole al completo jugaba con el escándalo propio de las once de la noche, Didier estaba sacando la ropa mojada de la lavadora y yo fregaba los platos dándole vueltas en mi ignorante cabeza a todas las (im)posibilidades sexuales que Vane me había contado por la tarde.
—Dero —dije, distraída—, ¿tú crees que todavía sabemos follar?
Dero dejó de sacar ropa de la lavadora y me miró con una expresión que sé leer perfectamente porque es la misma que me ponía mi padre cuando le decía que por mi cumpleaños quería un caballo: «¿Pero qué tonterías estás diciendo, Paz?».
—¿Se puede saber qué te ha contado Vane? —dijo al fin con una leve sonrisa.
Me lo pensé un momento.
—Nada —respondí, negando con la cabeza.
—Ya… —Y siguió sacando ropa—. No, Paz. No sabemos. Nuestros hijos han aparecido ahí por esporas. Como los ficus.
—Dero —dije, muy seria.
—Qué.
—No estoy segura de que los ficus se reproduzcan por esporas.
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