Un cambio imprevisto. Eugenia Casanova
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Название: Un cambio imprevisto

Автор: Eugenia Casanova

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413752983

isbn:

СКАЧАТЬ bicicleta y pedaleó hasta el pueblo. El ejercicio le ayudó a relajarse.

      Nieves estaba en el bazar que regentaba junto con su marido, atendiendo a unos clientes. Valentín quería hablar con ella, y mientras esperaba tomó un periódico, un mapa de la zona, varios paquetes de cigarrillos, chicles y un libro de leyendas del lugar. Se acercó a pagar en un momento que la tienda se quedó vacía.

      —Este libro debe de ser interesante —dijo poniendo sobre el mostrador cuanto llevaba. Y luego, como dicho al azar, para tantear el terreno, continuó—: supongo que aquí vendrá bien explicado lo del asesinato.

      —¡Qué va! No señor. Este cuenta leyendas antiguas, y lo del asesinato no es leyenda ni es antiguo.

      —Mi amigo Javier solo me comentó que en su casa hubo un asesinato.

      —Y a usted como escritor de crímenes le picó la curiosidad, ¿no es cierto?

      —Cierto es. No lo puedo negar. Me gustaría tener información sobre el tema.

      —Por eso no se preocupe —dijo poniendo sobre el mostrador uno de los últimos libros del escritor, que llevaba un marcapáginas—. Usted me firma este, y yo le cuento lo que sé.

      Valentín pensó que aquello podría ser el principio de una buena colaboración. Incluso la mujer se podría convertir en uno de los personajes del libro e in mente, fruto de la deformación profesional, empezó a describirla:

      Era una mujer muy menuda de curvas inexistentes. Apenas mediría uno cincuenta y su peso no superaría los cuarenta kilos. Melena rubia corta y rala. Con sus vaqueros y camisas de color pastel, vista por detrás podría pasar por una niña de trece o catorce años. Sus movimientos eran ágiles, tenía una particular forma de caminar, como si no llegase a apoyar el pie entero en el suelo y se impulsase con los dedos dando la sensación de que andaba a saltitos y balanceando los hombros a uno y otro lado. Solo cuando se giraba y dejaba ver su cara se podía comprobar que andaría muy cerca de los sesenta.

      —¿Me lo firma, o qué?

      La voz de la mujer le regresó al lugar donde se encontraba.

      —Por supuesto. Disculpe, estaba distraído.

      El misterio del mensaje encriptado era el título del libro, en el que Valentín Arcas escribió una dedicatoria cordial para Nieves.

      —Bueno, pues ahora me toca a mí —dijo la mujer apoyando los codos en el mostrador e indicándole con el índice de la mano derecha que se acercara—. Aquello fue muy sonado, nunca había sucedido nada parecido, estuvimos muy conmocionados durante meses. Buscamos y buscamos, pero no apareció.

      —¿Quién no apareció? —Valentín no entendía muy bien a qué se refería su interlocutora.

      —La niña. ¡Ah, claro! Que no le he dicho a usted que la asesina fue la niña.

      —Eso he leído en Internet, pero sin más información.

      —Es que lo que mal empieza, mal acaba, y no se tenían que haber casado.

      —¿Se refiere usted a los padres?

      —Claro.

      La llegada de una nueva clienta al establecimiento cortó la conversación. La mujer estuvo ojeando las revistas y varios libros de bolsillo hasta que se decidió por algunos. Compró también aperitivos y un paquete de pañuelos de papel. Cuando depositó su cargamento sobre el mostrador preguntó:

      —¿Tiene también unos auriculares y un cargador para el móvil? —Nieves le dio lo que pedía, la mujer pagó su cuenta y se marchó.

      —¿Y cargadores para el ordenador? —preguntó Valentín—. Me he dejado el mío en Madrid y se me ha acabado la batería.

      —Vender no vendo, pero mi hijo es informático y tiene varios portátiles. Si hay alguno que le vaya no tendrá inconveniente en dejárselo, además, uno de estos días ha de ir a Jaca y si usted quiere le puede traer uno.

      —Pues sí, se lo agradecería. Me decía usted que, lo que mal empieza, mal acaba, y que los padres no debieron casarse —el escritor retomó el tema que le interesaba.

      —Sí, señor. Resulta que, Juan, el padre, era novio de Amelia, la hermana de la madre; pero un buen día, pues que se encaprichó de Lucía, la madre, y ella se enamoró de él, que por cierto tenía muy buena planta. El caso es que Lucía se quedó embarazada. Amelia se pescó el gran berrinche, renegó de su hermana y se fue a vivir a Barcelona. Resumiendo, un drama. El padre de ellas, que se oponía al matrimonio, sufrió un ataque y murió, y Juan y Lucía se casaron.

      En este punto entró en el comercio un grupo numeroso de jóvenes montañeros, y como no cabían todos, porque el espacio era pequeño, otro grupo quedó en la calle esperando su turno. Viendo que había pocas posibilidades de continuar la conversación, Nieves le sacó de la trastienda un cargador para que lo probara en el ordenador y quedaron en continuar charlando en otro momento. Él abandonó el lugar y regresó en la bicicleta hasta la casa. Poco antes de llegar se cruzó con una mujer que pedaleaba en dirección opuesta. Reconoció en ella a la que entró en el bazar de Nieves poco antes que el grupo de turistas. No la había visto en su vida, y aquella tarde, en poco tiempo, habían coincidido dos veces, y en ambas ocasiones le había mirado con fijeza. ¿Quién sería aquella mujer? ¿Otra admiradora como Nieves? ¿O sería una de esas obsesivas tipo Misery? Eso sería lo único que le faltaba, como si su vida no fuese ya bastante deprimente. Empezó a inquietarse, pensó que se estaba volviendo paranoico, no todo el mundo tenía que ser malo ni desear hacerle daño. Tomó una inspiración profunda para tranquilizarse; lo más probable era que fuese una simple turista que no le conociera, y su encuentro una coincidencia.

      El atardecer era fresco y sereno e invitaba a disfrutar de la belleza del entorno, de la majestuosidad sobrecogedora de los Pirineos, del verdor de la tierra, de la pureza del aire y de la paz inmensa que reinaba sobre todo. Estuvo caminando. Sin pensar. O al menos lo intentó, necesitaba que su espíritu empezara a recomponerse, retomar de nuevo su vida, pero no sabía cómo. Al cabo de un rato, más sereno, regresó a la casa y llamó a Marina.

      Su exmujer andaba atareada aquella noche y cuando vio en el teléfono la llamada no pudo reprimir un gesto de fastidio. Tenía prisa y pensó en no contestar, pero cambió de opinión. El pobre Valen estaba tan solo. Últimamente le había llamado varias veces para pedirle perdón. Por lo visto sentía la necesidad de redimirse. Era cierto que se portó como un canalla. Pero, a pesar de todo, le inspiraba cierta compasión. A ella y a sus hijos les había ido mejor sin él, pero él no conseguía salir del agujero en el que se había metido. Contestaría, aunque solo fuese para decirle que la llamara en otro momento. Tanto arrepentimiento también resultaba fastidioso. Pero había decidido no sentirse responsable de la situación de su exmarido. Al fin y al cabo, estaba cosechando lo que había sembrado.

      —Buenas noches, Valen, ¿qué te pasa ahora?

      —Solo quería pedirte perdón.

      —Ya. Hablamos en otro momento, ¿vale? Ahora me tengo que ir.

      —Estoy en los Pirineos, en la casa de Javi.

      —Muy bien. Disfruta, creo que aquello es precioso. Valen, te tengo que dejar, me están esperando.

      —¿Los chicos están bien?

      —Sí, СКАЧАТЬ