Un cambio imprevisto. Eugenia Casanova
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Название: Un cambio imprevisto

Автор: Eugenia Casanova

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413752983

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СКАЧАТЬ Valen, cómo estás hoy! Si fuera tu padre te pegaría un guantazo. Te estoy proponiendo un viaje —contestó Javi.

      —Con el Imserso, claro, porque a mi edad…

      —Venga, otra de autocompasión —dijo el médico resignado—. Tienes cincuenta años, Valen, pero tu madurez en este momento no llega ni a los diecisiete. Puede que hayas empezado con la andropausia; si, puede que estés un poco pitopausico y que eso influya, pero como no pongas de tu parte no tardarás en caer en una depresión más profunda de la que no podrás salir. No me gustaría verte así —concluyó preocupado.

      —¿Y crees que un viaje lo arreglaría todo? ¿Y a dónde? No tengo ganas de ver a nadie, ni de que me pregunten qué les está preparando Odón Castro. Como si fuera él quien escribe.

      —Yo pensaba en mi casa del pirineo aragonés, la que compré hace dos años.

      —¿Allí? ¿Solo? —se alarmó Valentín—. ¡No aguantaría ni dos días!

      —Solo no —insistió Javi—, rodeado de gente sencilla, la mayoría no sabrá ni quién eres. Allí podrás relajarte, hay un spa increíble. Dejar de exigirte como si fueras tu editor y de sentirte obligado a parecer un escritor famoso. Tranquilidad, naturaleza y gente sencilla. Esa es mi receta. Estoy convencido de que allá te sosegarás, y cuando lo hagas encontrarás el tema o la inspiración que necesites.

      —No sé —respondió Valentín reticente.

      —Mañana es viernes. Podemos salir temprano. Yo pensaba pasar allí este fin de semana. Un par de días juntos para que conozcas la zona y el lunes…

      —Me quedo solo —interrumpió el escritor.

      —No, te quedas contigo.

      —Y con una caja de somníferos, por favor.

      —Mejor no, Valen.

      —Solo por si lo necesito para dormir, Javi. Te lo juro.

      —Vale, pero solo uno si lo necesitas para dormir. Confío en ti

      Capítulo 2

      A las siete de la mañana, puntual como un reloj, Javi llegó a la puerta de la casa de su amigo que salía en aquel momento con una maleta grande, una bolsa de viaje y la máquina de escribir en su funda.

      —No necesitas llevarte tanta cosa, no vas a un paraje deshabitado —dijo el médico a modo de saludo.

      —Tú has decidido que me marche, pero yo decido qué me llevo —se rebeló el escritor que todavía se preguntaba qué hacía él allí cuando lo que deseaba era quedarse en su casa, meterse en la cama y dormir, dormir, dormir.

      Valentín se acomodó en el asiento del copiloto y se ajustó el cinturón. Sacó el móvil y lo desbloqueó.

      —Deberías olvidarte del móvil y desconectarlo —sugirió Javi.

      —¿Tú lo has hecho? –retó el escritor.

      —Sí, claro. Cuando viajo me desconecto del todo.

      —¿Hasta de la clínica?

      —Sobre todo de la clínica. Puede funcionar muy bien sin mí.

      —¡Estás loco! Voy a enviarle un mensaje a Nerea.

      —Tu hija sabe que te vas. Se lo dije yo. Cené con ellos anoche.

      —¿Viste a Marina?

      —Claro.

      Valentín abrió la boca como si quisiera preguntar algo más, pero no dijo nada, y un silencio pesado se instaló entre los dos amigos.

      —¿No vas a preguntarme por tu hijo?

      —Sí, ¿cómo está?

      —Pregúntame: ¿cómo está mi hijo Héctor?

      —¡Por Dios, Javi! Será mejor que pares. Me vuelvo a casa. —Javier hizo caso omiso a las palabras de su amigo que, pasado un rato, preguntó—: ¿Cómo está mi hijo Héctor?

      —Bien, tu hijo Héctor está bien. Tiene otra novia.

      —¿Y Marina?

      —También muy bien.

      —¿Me guarda rencor?

      —No, ya no. Es una gran mujer.

      —No me porté muy bien —reconoció Valentín.

      —Te portaste como un cabrón —sentenció su amigo.

      Ya estaban en la A2, tenían por delante más de cuatro horas de viaje, y eso contando con que el conductor, que sería Javi durante todo el trayecto, solo hiciese dos o tres paradas. Valen no se ofreció a conducir, estaba tomando antidepresivos y su compañero de viaje no se lo habría permitido, el doctor Javier López Aguirre no jugaba con esas cosas.

      Javi había sido siempre un chico serio y formal. Valen y él se conocieron en el colegio, cuando tenían seis años, y desde entonces eran amigos. En la universidad, el resto de la pandilla bromeaba diciéndoles que llevaban tantos años juntos que hasta se parecían, como alguno de esos matrimonios que llevan casados toda la vida. Tal vez tuvieran algún gesto similar, pero ni en el carácter ni en el físico tenían nada en común aparte de la edad. Javier no era ni alto ni bajo; su uno setenta de estatura no pasaba de la media, y además, desde niño había ido un poco sobrado de peso a pesar de las dietas y del gimnasio. De joven anduvo un poco acomplejado, pero lo superó y ahora estaba bien con sus kilos. A sus cincuenta años se sentía en su plenitud. El pelo se le había llenado de canas, pero eso no le afectaba. Estudió Medicina, se especializó en Traumatología Deportiva y era un cirujano afamado, tenía su propia clínica de Cirugía y Rehabilitación y había tratado a un buen número de deportistas de élite. Solía ser ponente habitual en congresos sobre Traumatología y Ortopedia y se le consideraba una autoridad en la materia. No se había casado, aunque había tenido un par de novias y algunas relaciones esporádicas. Su amistad se mantuvo a lo largo de los años. Javi se convirtió en el apoyo de Marina cuando, cansada de las infidelidades de su marido, tomó la decisión de dejarle. Fue con Valen con quien tuvo una buena bronca, pero este, borracho de éxito, pasó de su amigo y se lanzó a una vorágine de desatinos; el último, acostarse con Olga, la novia de su hijo. Marina asumió que su marido no sentaría la cabeza, le pidió el divorcio y él se lo concedió. Poco después empezó el declive de Valentín, que fue a buscarle como amigo, porque ya no le quedaba ninguno más. Y aunque a Javi le habría gustado darle una patada, su lealtad y sus sentimientos arraigados se lo impidieron. Le acogió y se volcó en ayudarle.

      Valentín Arcas Diosdado, Valen para los amigos, era la antítesis del médico; alto, guapo, y con toda la labia que le faltaba a su amigo para comerse el mundo. Estudió Económicas y empezó a trabajar en un banco, se casó con Marina, que era su novia desde el instituto. Ella había estudiado Filología y daba clase de Literatura en un centro privado. Formaban un matrimonio feliz y todo les parecía maravilloso. Cuatro años después decidieron tener un hijo. Eran jóvenes, estaban sanos, vivían con holgura y nació su hijo Héctor. La vida seguía siendo perfecta, СКАЧАТЬ