Название: Un cambio imprevisto
Автор: Eugenia Casanova
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413752983
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—¿Quién ha dicho que la haya visto de noche? Al atardecer y por los alrededores de su casa.
Ahí acabó la conversación porque en el pequeño establecimiento comenzó un flujo constante de compradores. Valentín salió de allí y se encaminó a la Oficina de Turismo con la intención de hablar con el tal Miguel, pero antes de llegar y siguiendo el curso de sus pensamientos, cambió de opinión. Aquello sería una tomadura de pelo, Nieves parecía muy crédula. Los fantasmas no existen, razonó, y desde luego no se dejan ver de día. Cambió de dirección y se dirigió al balneario; pero pensó que sería interesante oír la historia del propio testigo, así que retomó la intención primera y fue a la Oficina de Turismo, donde le informaron de que Miguel había salido con un grupo y no regresaría hasta la tarde. Decidió que, al fin, pasaría la mañana en el spa, el agua y un buen masaje le sentarían muy bien.
El efecto terapéutico de aquel establecimiento era innegable; tras el tratamiento completo se encontraba en la sala de relax, en una tumbona, envuelto en una manta, escuchando música suave y aspirando el agradable aroma a hierbas silvestres proveniente de una humeante infusión. Aparte de sentirse bien a nivel físico, notó que también su mente andaba menos revuelta. Incluso su sentido del humor, que llevaba meses en coma profundo, empezaba a despertar, o al menos eso le pareció en un instante que abrió los ojos, giró la cabeza a derecha e izquierda y vio que había allí varias personas, como él embutidas en mantas iguales, con infusiones iguales y con el rostro inexpresivo de quien está en profundo relax. Si en vez de tumbados estuvieran colgados, aquello no sería muy diferente de un secadero de chorizos o salchichones, pues también estos estarían en proceso de curación. Sonrió, él preferiría ser un salchichón, de chorizos ya andaba el país bien servido. Pensó en Olga; esa podría impartir un máster. ¡Menuda perla! En fin, el asunto estaba en los tribunales y esperaba no salir muy mal parado. Si conseguían demostrar que la acusación de malos tratos era falsa todo sería muy fácil, al menos eso le dijo su abogado. Se tomó la infusión y se volvió a adormecer hasta que le avisaron con suavidad de que su tiempo había concluido y ya podía pasar al vestuario. Regresó a su casa y antes de llegar pudo divisar una bicicleta apoyada en la pared y la figura de la mujer del día antes y de la cafetería sentada en el suelo esperando. Ella se puso en pie cuando él estuvo a pocos metros y salió a su encuentro.
—Soy Elisa Almau —se presentó—. Me gustaría hablar con usted.
Andaría por los cuarenta y tantos años, pensó Valentín, no era fea, estatura media y no muy delgada, llevaba el pelo recogido y aparentaba seguridad.
—Sé que es usted Valentín Arcas, el escritor. —No añadió ningún comentario laudatorio—. ¿Va usted a escribir sobre el crimen de Sallent?
—¿Y si así fuera?
—Ese crimen, que fue terrible, deja pocas dudas. Sin embargo, tengo mis motivos para pensar que hubo otro: que Lucía no se suicidó, que fue asesinada.
Capítulo 5
Aunque lo que Elisa Almau le acababa de decir le parecía improbable, pensó que lo correcto era escucharla, y la invitó a entrar en la casa.
—No sé si podré ofrecerle algo —se disculpó el escritor—. Esta casa no es mía, me la ha dejado un amigo para una temporada y aún no sé qué hay en los armarios.
—Por mí no se preocupe. No quiero importunarle y tampoco tengo mucho tiempo. Si le parece…
—Sí, claro, volvamos al tema. ¿Dice usted que a Lucía la asesinaron?
—Digo que tengo razones para pensar que así fue, pero con la policía no puedo contar porque no tengo pruebas y desestiman mi argumento.
—La escucho —dijo Valentín prestando toda su atención.
—Lucía estaba enamorada, muy enamorada, y era correspondida con la misma intensidad. No había tenido una vida fácil y los últimos años fueron muy amargos para ella. Le costó mucho superar la muerte de su hija. Éramos compañeras. Cuando empezó a trabajar en el hotel nos pareció una mujer hundida, una sombra. Pero poco a poco se fue recuperando. Manuel, el encargado de mantenimiento, ya se había fijado en ella y la invitó a salir una tarde. Él estaba divorciado, y un hijo suyo murió de cáncer cuando tenía doce años, por lo que entendía muy bien cómo se sentía Lucía. Sabía por propia experiencia que la pérdida de un hijo es algo terrible. Le sirvió de apoyo y de consuelo y acabaron enamorándose. Estaban pletóricos, iban a vivir juntos y hacían planes para el futuro. Por eso no creo que ella se suicidase. Nadie se suicida cuando es feliz.
—No sé nada del suceso —dijo Valentín—, pero supongo que habría un examen policial. Estos casos tienen un protocolo.
—Según la Guardia Civil, el asesinato se descartó porque no había señales de violencia. Además, todas las puertas y ventanas estaban cerradas con pestillo por dentro. La puerta principal incluso tenía la llave puesta en la cerradura. Sin signos de que cualquier acceso a la casa hubiese sido forzado, ni más huellas que las de Lucía, que incluso se había amortajado. Llevaba su vestido más nuevo y yacía en la cama muy recta y con las manos cruzadas sobre el pecho. Y dicen que escribió en el ordenador una nota de suicidio.
—Siendo así, y perdone mi franqueza, no hay razones para pensar en un asesinato.
—Señor Arcas, entiendo que no hay razones físicas que permitan cuestionarse el hecho. Pero yo hablo de intuición. Repito que nadie se suicida cuando es feliz, y no hay pruebas o falta de ellas que me hagan cambiar de opinión.
—En ese caso debería usted insistir con la policía.
—Ya lo he hecho, aquí, en Jaca y en Huesca, durante casi dos años, y la respuesta es la misma.
—¿Y qué pretende que yo haga?
—Usted es un escritor famoso, y en sus libros presenta casos muy confusos, aparentemente imposibles, que luego resuelve con acierto.
—Pero solo son novelas.
—Aun así, alguna investigación tendrá usted que hacer, ¿no? Con algún medio podrá contar. Pienso que con algún asesor experto. Y en todo caso, escribe usted novela policiaca y supongo que eso le abrirá alguna puerta.
—No crea. Se me ha acusado muchas veces de entrometido. La Policía no se encuentra entre mis admiradores.
—Bien, entonces no le robo más tiempo. Disculpe, he de ir al trabajo.
Elisa Almau abandonó la casa y se marchó pedaleando. Valentín Arcas movió la cabeza, compasivo. Es difícil aceptar la muerte de alguien a quien se quiere. La vida es una hija de puta, como no le caigas bien, vas listo. Y la muerte otra, pensó, se lleva a los más inocentes y nos deja a los que se debería llevar. Mientras se calentaba el caldo y la tortilla que le quedaban, se planteaba la posibilidad de que aquello se convirtiera en una novela. Si Lucía se suicidó, tal como todo indicaba, no daba mucho tema, pero si hubo asesinato se abría un horizonte muy prometedor. Quizá Javi tuviera razón y allí encontrara la inspiración que necesitaba.
En lo que su amigo se equivocó, fue en presuponer que nadie conocería a Valentín por aquellos lugares. Al escritor le saludaba mucha gente del pueblo. Y es que Nieves le había hecho mucha publicidad, pues desde el mostrador de su establecimiento se dedicó a poner en antecedentes de la identidad del ocupante de la casa de La Sarra y a mostrar los libros firmados a todos aquellos СКАЧАТЬ